Placeres elevados
“¡Bah, a qué darle vueltas!” ¡La vida de cada cual!”, quiso concluir y comenzó a pasar una desordenada revista mental a la suya. Los cursos fuera de España siguiendo los negocios y obsesiones de su padre, empeñado en que dominase el francés y el inglés, “una cultura internacional es lo que vale hoy. Los negocios son los negocios”. Y también, como separatista vasco, a estudiar el vascuence. Ni el padre ni él mismo le habían dedicado mucho esfuerzo, el padre porque lo encontraba muy difícil e inútil para ganar dinero, y él porque sobrecargaba unos estudios de por sí pesados para su ánimo juerguista. Le quedaban del aprendizaje internacional variedad de lecturas sin mucho concierto. La estancia en Méjico… Allí el padre se había afiliado al PNV, y allí había conocido Javier a exiliados de ese partido. Le habían interesado por la novedad, pero pronto los había calificado, son severidad adolescente, de falsos, meapilas y retorcidos. Sus historias de hazañas bélicas le divertían: “¡Cómo habían perdido la guerra siendo tan inteligentes, tan valientes, tan superiores! ¡Y cómo, tan católicos, habían lamido el culo a los comecuras de izquierda! ¡Y tan antifascistas se habían compinchado con los fascistas italianos! ¡Qué modelos!”. Uno de ellos se jactaba de cómo había espiado para el FBI a los exiliados metiéndose entre ellos con el cuento de los viejos lazos de lucha común. “¡Y se reía el pícaro granuja de aquellos maquetos tan bobos y de lo bien que cobraba de los norteamericanos”. Un compañero de curso, Liberto, nieto de anarquistas españoles y mejicanizado por completo, sabedor de muchas historias sucias de los exiliados, a quienes despreciaba, había estimulado el sentido crítico de Javi. Chismorreo venenoso de sexo, cuernos y estafas. Allí había ido perdiendo el respeto a su padre, por sus poses de superioridad y sus negocios con autoridades franquistas, a quienes insultaba a sus espaldas después de haberles mostrado una hipócrita cordialidad…” En Cuatro perros verdes.
“Pues para placeres elevados, para mí la felicidad es como la excursión que hicimos la semana pasada cruzando la sierra hasta la Pedriza y llegamos hechos polvo a la tasca aquella, a Casa Julián. Y pedimos grandes bocatas de chorizo frito y buenos vasos de vino, y estuvimos charlando de cosas normales y haciendo risas. Solo habría preferido que en vez de hacer calor hiciera frío y que hubiésemos estado allí recogidos comiendo y viendo como nevaba. Mira que me gusta comer bien, pero aquel pan con chorizo me supo a bocata de cardinale”. Rieron la ocurrencia antropófaga. Pepe cambió la emisora de la radio, que volvió a mencionar el reciente asesinato de la ETA y la fuga de uno de los asesinos. “Te diré, Javierof –intervino Santi haciendo girar la conversación– Entre las cosas que me preocupan, y ya que has mencionado el asunto, hay esta: ¿por qué nos atraen más las mujeres, por el cuerpo o por la cara? Dilo tú, que vas de experto”. Chano se despegó audazmente: “No entiendo por qué a las mujeres les gustan los hombres, siempre detrás de ellas como los perros oliendo el culo a las perras…” Le miraron estupefactos. Él intentó explicarse, titubeando. Santi, como de costumbre, salió en su auxilio. “Chano, macho, qué ideas… Vas a resultar más arrasador que Moncho”. “Sí, el chaval está más zumbao que yo”, admitió Moncho”… Cuatro perros verdes
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Ucrania, Israel y España: 361 – Ucrania, Israel y España | Política de burdel
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Dos historias lúgubres
La teoría de la explotación traza una historia humana desesperadamente lúgubre: la gran mayoría de los humanos habrían estado siempre sometidos a una brutal explotación de la que no podrían escapar, ya que no dependería de su voluntad sino de la capacidad técnica y por tanto productiva de la sociedad: toda rebelión estaría condenada al fracaso o a reproducir el sistema anterior.
Con todo, aunque desesperada para los millones de humanos de la historia pasada, Marx teorizó que en su tiempo la enorme capacidad productiva bajo el sistema de explotación capitalista permitía por primera vez una abundancia generalizada, y que para hacerla efectiva solo era preciso derrocar al capitalismo. Después, en un proceso no largo, desaparecerían las clases explotadoras y explotadas, lógicamente también el estado encargado de mantener bajo el yugo a la mayoría, así como las ilusiones religiosas, sustituidas por la ciencia. Las mismas normas morales se volverían innecesarias, pues cada persona, libre de toda opresión, dueña de sí y de sus capacidades supuestas inmensas, no tendrían interés en oprimir y explotar a otros. Los hombres solo sabrían practicar el bien, si queremos decirlo así.
Sin entrar a discutir ahora la idea misma, cabe observar dos cosas con el “criterio de la práctica”: a) Que el marxismo ha influido poderosamente en el siglo XX y, con diversos matices sigue haciéndolo, provocando vastos movimientos sociales, políticos y militares. Y b) Que la historia de esos movimientos y los sistemas políticos derivados no solo no han eliminado el carácter lúgubre y desesperado de la historia anterior, sino que lo han incrementado. Esta doble y constatable realidad: la fuerza sugestiva de la idea y su abocamiento violentamente opresivo en la práctica, es muy merecedora de examen. ¿Qué relación entre ambas cosas?
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La guerra que fundó a Europa
Aunque siempre hay cierta arbitrariedad en fijar el comienzo de una edad histórica, creo que el de la civilización europea puede establecerse con cierta precisión en la II Guerra Púnica, librada entre 218 y 201 a. C. Su consecuencia inmediata fue el asentamiento de Roma como potencia indiscutible en el Mediterráneo y el comienzo de su expansión en torno a dicho mas y más allá. Si la guerra hubiera terminado con el triunfo de su rival Cartago y el aniquilamiento de Roma, parece claro que la historia posterior del Mediterráneo y resto del continente habría sido muy otra. Por su inmensa transcendencia, esta guerra merece atención especial. El Mediterráneo ha sido en los tres últimos milenios largo escenario de una historia intensísima y dramática, de culturas y civilizaciones, con intercambios y enconadas luchas entre ellas… (Europa, una introducción a su historia, primera parte: “La guerra que fundó a Europa; El Imperio romano y su cultura; El cristianismo; La espantosa revolución)
Cabe comparar las dos guerras mundiales. Políticamente podrían describirse como resultado de la emergencia de nuevas grandes potencias en un mundo ya repartido, pero eso es solo una faceta y no la principal. La primera se libró entre regímenes básicamente liberales y parlamentarios, aproximadamente democráticos, y tuvo un marcado carácter comercial. En la segunda, las democracias liberales fueron solo una de las partes, siendo las otras dos regímenes más o menos totalitarios, aunque de opuesta naturaleza, y lo comercial desempeñó un papel secundario. Se trató de un conflicto esencialmente ideológico, entre concepciones no solo de la política sino de la vida humana, opuestas a pesar de su tronco común. Las tres podrían describirse como ramas de la religión prometeica, arraigada en la razón y el poder salvífico de la Economía, con sus fes correspondientes en la Humanidad, la Raza, el Proletariado… (Europa, una introducción a su historia)