Generación sin orgullo
Hay algo más (acerca de Cuatro perros verdes): conozco a bastantes personas, hasta algún amigo gente de su edad, que ha vivido aquellos tiempos, y hablando con ellos saco la impresión de que su memoria de su juventud se hubiera borrado, de que no les despertara ninguna emoción, y esta impresión la he sacado también de los que verdaderamente “corrieron delante de los grises”, como se decía, y que por lo que veo en su novela fueron bien pocos. Si están tan poco orgullosos de aquella juventud suya, y demuestran tan poco interés por ella, ya sabe lo que se puede esperar de los jóvenes de ahora. Para los cuales lo que no sea lo que tienen ante las narices en su propio momento, por el móvil o el ordenata, no existe, lisa y llanamente.
Algo de verdad tiene: la gente de mi generación no se siente orgullosa de su juventud. Los que dicen haber “corrido delante de los grises”, hecho posición al franquismo, no pueden, porque en su mayoría saben que no es cierto, y que tampoco eran gran cosa aquellas carreras, que podrían fácilmente ridiculizarse. El relato de la asamblea estudiantil en Cuatro perros verdes se basa en las que yo conocí, que fueron bastantes. He recordado también en otro lugar el recital de Raimon en Económicas de Madrid, que por lo visto fue la culminación de su carrera músico-subversiva y que resultó un tanto irrisoria. Y los que no estaban en aquellas historias tampoco se sienten muy contentos porque, en definitiva, no se habían opuesto al franquismo, y en el ambiente que se ha creado luego no era un curriculum muy confesable. Aquello no dio héroes, ni mártires, ni grandes talentos.
Pero lo importante aquí es que, efectivamente, es una generación que se ha mentido y ocultado mucho a sí misma, y creo que por ello la época no ha dado de sí casi nada, literariamente (espero que Cuatro perros verdes llene algo de ese vacío). Si usted se fija, la generación de los años 40 sí dio una literatura importante sobre ella misma, baste citar La Colmena o Nada, pero hay mucha más. Aunque, en mi opinión, no alcanza el nivel de la época misma, con su faceta tan épica. En Sonaron gritos y golpes a la puerta he intentado rescatar otra visión más compleja o complementaria. Pero, volviendo a la segunda novela, ¿por qué los años 60, la “década prodigiosa” que dicen, y que en cierto modo lo fue, porque fue la del gran despegue, del “milagro español”, solo ha dado en el cine una buena cantidad de costumbrismo pedestre, y en literatura, que yo sepa, casi nada, ni en sentido épico, ni costumbrista, ni satírico, ni melancólico, ni lírico o autodesdeñoso siquiera? Los de mi generación yo creo que se avergüenzan de sí mismos. Bien es verdad que desde entonces las cosas no han mejorado. Yo creo que cada generación posterior ha sido literariamente más mediocre. ¿Y cómo podría relatarse, literariamente, la generación actual? Me cuesta imaginarlo, aunque debiera ser el tema de la tercera novela de la trilogía.
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Casi siempre se olvida que en el fondo del 23-f de 1981 estuvo la gestión de Suárez:
a) En cuatro años, Suárez llevó al país a una profunda crisis, con una escalada del terrorismo (más de 100 muertos en 1980, numerosos heridos y graves estragos), desempleo galopante, inquietud laboral, insolencia separatista, sistemática denigración de la idea de España (la palabra misma se había convertido en tabú en los grandes medios y partidos, sustituida por “Estado español” o “este país”). Sin contar fenómenos concomitantes como la expansión de la droga, en particular la heroína, causa de estragos y muertes entre la juventud. Si la situación no se había tornado explosiva se debió al predominio de un talante social de reconciliación y moderación política, heredado del franquismo –no de la transición como se ha dicho–. En tal panorama, el PSOE podía presentarse como la solución, invocando sus imaginarios cien años de “honradez y firmeza”.
b) También llevó Suárez a una crisis terminal a su partido, la UCD, tanto por su ineptitud ante los problemas del país como por su manía “izquierdista” de fondo “antifranquista”, por distanciarse de la derecha de Fraga. Otros “barones” veían venir el desastre y trataban de aunar fuerzas con Fraga contra el auge del PSOE y los separatistas. Y 25 días antes del golpe de 23-f, Suárez dimitía para evitar, en sus palabras “que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”. Aparte de su ignorancia manifiesta de dicha historia, la explicación es una confesión involuntaria: él era precisamente el grave obstáculo a la continuidad democrática. De otro modo tenía que haberla defendido frente a “ataque irracional y sistemático” que achacaba a sus rivales. En La transición de cristal he expuesto tales “detalles”, invisibles en la mayoría de las historias de la transición.
c) Fue la gravedad de la herencia de Suárez lo que motivó el intento político de sustituirla mediante un “golpe de timón” (Tarradellas) que diera lugar a un amplio gobierno de concentración capaz de afrontar la crisis del país. Resultó en el golpe chapucero el 23-f, que estuvo cerca de empeorarlo todo, y salvado finalmente a base de mentiras. Algo relativamente positivo en él fue que los separatistas cobraran cierto temor saludable al ejército y amainase un tanto su continua provocación, por un tiempo. Y el recurso a policías expertos procedentes del franquismo permitió disminuir sensiblemente los atentados, aunque continuarían, gracias a la “salida política” con que se quería tratar a la ETA, hasta el último periodo de Aznar. Lo he tratado en Los nacionalismos vasco y catalán en la guerra civil, el franquismo y la democracia
d) Pero el frustrado golpe originó un cambio de mayor transcendencia histórica: el sucesor de Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, definió un nuevo concepto de “democratización” mediante la satelización del país, metiendo a España en la OTAN y prometiendo abrir la verja de Gibraltar. Ambas cosas, nunca analizadas en su decisivo significado, las consolidaría el PSOE. Parece que la casta política decidió que democracia e independencia de España eran incompatibles, y se arrogó el papel de agente de intereses extranjeros.
Más allá de los análisis generales surge la cuestión del ínfimo nivel cultural, intelectual y político de los dirigentes españoles. Torcuato Fernández Miranda orientó los primeros pasos de la transición, apoyada en la legitimidad y los impresionantes logros del franquismo, que pronto comenzaron a dilapidar Suárez y Juan Carlos (dos personajes muy parecidos en su frivolidad e incultura). Todos los jefes de gobierno desde entonces han sido por un estilo: Azaña los llamaría “botarates y loquinarios”, que han llevado al país a la crítica situación actual de democracia fallida, casi de estado fallido. ¿De dónde sale esa gente? Parece que de la universidad, que visiblemente está a su nivel. He aquí un problema de difícil y no rápida solución.
Sobre algunos entresijos del embrollo escribí hace diez años: Pío Moa – El 23-F en perspectiva – Libertad Digital
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La vana cabalgada
Cabalgaste lejos, nadie te siguió / hasta un desfiladero entre rocas descomunales/ y árboles sombríos, bajo una luz lechosa/ Aterrado, gritaste desde la montura: / “¿Quién soy yo? ¿Por qué he llegado aquí?” / Te respondió la inanidad del eco / y el silbido burlón de un viento gélido.
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Mientras crecían las amenazas contra España, Europa se hallaba en ruinas, y ello iba a influir en el desarrollo de los acontecimientos. De Yalta a Potsdam, en pocos meses, la situación había cambiado para el régimen, sin que muchos se dieran cuenta.173 – España en una Europa en ruinas – YouTube






