Crónica: Los chorizos dictan ética
**Aznar, el político que escupió sobre las tumbas de quienes salvaron a España de la disgregación y la sovietización, que incluyen casualmente las de sus propios padres, ataca ahora al emérito. Sugiere que el emérito no creía en la institución, y uno se pregunta en qué cree él.
**Ningún político lo hace todo bien ni todo mal. Sin embargo hay méritos que dejan en veniales otras faltas. Y maldades que oscurecen otros méritos, pecado mortales, diríamos. La condena del 18 de julio por Aznar es de esos “pecados mortales” que, además, definen a su autor como un chisgarabís. O la imposición del bilingüismo en la enseñanza pública por Hope Aguirre, medida premiada con honores por el Imperio de Gibraltar.
**Dice la Calvo (“el dinero público no es de nadie”) que la regularización fiscal del emérito “no es una buena noticia en el sentido de la ética”. Ella, una jefa del partido indiscutiblemente más corrupto y ladrón de la historia de España, que está batiendo todas las marcas internacionales de muertos por la pandemia y de ruina económica… ¡osa tranquilamente hablar de ética! El esperpento de la política en España llega a la pura alucinación.
**El Doctor critica la “conducta incívica” del emérito. Verdaderamente, ¿qué decir del golfo mafioso que desgobierna al país? Nunca se ha visto una jeta tan asombrosa.
**Cada partido quiere tener en el CGPJ a jueces que no vayan a investigar sus delitos. Muy lógico, pero entonces ¿qué sería de la política si ningún partido pudiera explotar los trapos puercos de los rivales? Grave dilema.
**Rocío Monasterio ha llamado “aquelarres” a las manifestaciones del 8-m. Nada más adecuado, como también aplicable a las del “orgullo” y similares. Aquelarre: reunión de brujas y brujos. Arpías y chorizos, en este caso.
**Si algo odia el feminismo es la maternidad, tan “desigualadora”. De ahí su abortismo histérico y, desde hace unos años, una campaña oscura para desacreditarla. Tiorras de aquí y allá cuentan lo poco satisfactorio que ha sido para ellas ser madres. ¿Y para sus hijos?
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Los problemas éticos de Ivánof
Dejando aparte la cuestión histórica, el argumento de Ivánof suena lógico y racional ( El cero y el infinito ): Todo el mundo acepta que los intereses del individuo deben ceder ante los de la colectividad. Por ponerlo en el extremo: un individuo puede ser sacrificado por la colectividad, pero nadie admitirá que esta se sacrifique por un individuo. En todas las sociedades existen leyes y normas que tienen por objeto encauzar la conducta de los individuos lo que puede explicarse como una necesaria limitación de su libertad. Esa limitación, aunque sea aceptada voluntariamente, no parte en absoluto de la voluntad o la libertad del individuo: se le impone coercitiva y si es preciso violentamente, la quiera aceptar o no. El individuo ha de someterse, en mayor o menor grado, a la sociedad, a las normas colectivas, so pena de recibir un castigo. Esto es lo que ocurre en la realidad y se da por evidente.
Sin embargo, el razonamiento de Ivánof tiene una falla: el individuo puede expresar sus deseos e intereses, pero no existe modo de que la colectividad lo haga. Siempre son algunos individuos, muy pocos, a menudo inspirados por uno solo, los que hablan supuestamente en nombre de la colectividad para imponer a los demás la conducta adecuada, en la que están mezcladas pretensiones ideales con intereses particulares. Y lo hacen por una mezcla de persuasión y de violencia. Esta es otra realidad inapelable.
¿Qué derecho tiene ningún individuo o grupo de individuos a hablar en nombre de la colectividad? En realidad, ninguno. En principio, esos individuos no son mejores ni peores que los demás, los cuales no tienen por qué hacer caso a sus pretensiones normativas. De ahí que siempre esté presente la tentación de rebelarse, que no pocas veces se hace realidad… y siempre en nombre de los intereses de la colectividad. Ahora bien, a la rebelión le ocurre lo que a la situación previa: serán unos pocos quienes la dirijan invocando –de hecho apropiándose de– los derechos colectivos. Eso lo vemos constantemente cuando unos jefes de partido invocan al Proletariado, a la Humanidad, a la Mujer, a la Raza, al Progreso, etc., dicho de otro modo, a la Colectividad con unos u otros nombres, para imponer a los demás sus ideas e intereses particulares
Planteado como lo hace Ivánof, el problema no tiene solución, y además añade otro: hasta hace poco tiempo históricamente, las normas éticas y las leyes sociales derivadas, se imponían en nombre de una fuerza ajena a la sociedad, en nombre de la o las divinidades. En el pensamiento hoy predominante es a la Colectividad (el Pueblo, la Nación, la Humanidad, etc.) a quienes se dirigen como referencia las pretensiones normativas.
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¿Tenía que perder el Frente Popular?
¿Por qué perdió la guerra el Frente Popular? Si queremos reducir al máximo la respuesta, encontraríamos dos causas, una interna y otra externa. La interna podría exponerse así: porque los comunistas no llegaron a dominar por completo a sus aliados, aunque avanzaran mucho en esa dirección, como exponía Negrín a Stalin. Esto es así porque los comunistas eran los únicos en el Frente Popular que habían elaborado una estrategia y unas medidas prácticas que podían haber permitido que el Frente Popular ganase. Sus aliados carecían de toda estrategia general, más allá del deseo de sobrevivir. Por eso, tanto muchos socialistas, como los separatistas o los anarquistas o los republicanos de izquierda, favorecieron involuntariamente a Franco. De no ser por los comunistas, habrían sido derrotados en pocos meses, a pesar de disponer al principio de una abrumadora superioridad material. Claro está que aceptar la hegemonía comunista también tenía para ellos serias desventajas, hasta el punto de que finalmente se rebelaran contra Negrín y los suyos, prefiriendo entregarse a Franco. Este análisis de la cuestión no aparece en casi ninguna historia del conflicto, tanto de derecha como de izquierdas, que suelen divagar sobre los duros métodos comunistas. Los de los otros no eran mejores, pero sí más chapuceros.
En cuanto a la causa externa, aun si los comunistas hubieran impuesto por completo su estrategia, les habría sido extremadamente difícil, derrotar a unos enemigos dirigidos por un jefe de la calidad militar y política de Franco. Este es otro punto que he desarrollado en el libro y en otros estudios. Incluso los franquistas suelen ponerse muy “objetivos y circunspectos” al analizar la talla de Franco, valorándola desde su propia mediocridad (la de ellos). Algunos admiten que fue “un buen militar”, solo eso, cuando indudablemente fue uno de los mejores generales del siglo XX, español o extranjero. Y suelen achacarle además una mentalidad puramente castrense y no política… ¡como si mantener bajo la rienda y sacar lo mejor de la cuadriga indisciplinada y mal avenida de las “familias” del régimen no hubiera requerido una habilidad y visión de conjunto, completamente fuera de lo habitual en España desde siglos atrás!
En Por qué el Frente Popular perdió la guerra y en Los mitos del franquismo, abordo estas cuestiones, creo que con mucha más claridad y rigor de lo que ha predominado hasta ahora en la historiografía española.
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