Este sábado en “Una hora con la historia”, la Comisión de la verdad sobre el PSOE tratará el llamado “salvamento de los cuadros del Museo del Prado”, otra “hazaña” socialistas, junto con la destrucción de bibliotecas y obras de arte. Sesión pasada: https://www.youtube.com/watch?v=5KTanH1mvdc&t=4s …,
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La vieja definición de la fe en el catecismo (“creer lo que no vimos”) apunta en la buena dirección, pero es un tanto tosca. Quiere decir que en la realidad hay aspectos que escapan a lo que vemos (a lo que nuestros sentidos nos indican o descubren). En ese sentido estrecho, la fe es un componente esencial de la actividad humana. De entrada, por lo que se refiere al futuro: tenemos fe en el éxito de una empresa, algo que no podemos ver y que puede resultar completamente falso; pero sin esa fe apenas realizaríamos esfuerzos, lo cual modificaría la propia realidad futura. Es decir, el futuro escapa a nuestras posibilidades de conocimiento, nos podemos hacer una idea de él basada en la experiencia del pasado, siempre insuficiente.
En cambio no decimos tener fe en sucesos que pensamos desgraciados o en fracasos. Más bien eso nos provoca angustia o miedo. Es decir, la fe va íntimamente ligada a la esperanza en algo bueno. Del futuro solo hay algo seguro, que es la muerte. No tenemos fe en la muerte, sino miedo o angustia por ella, una angustia que puede ser sublimada o simplemente apartada de la consciencia, aunque ni una cosa ni otra se consiguen del todo, porque es un suceso demasiado radical en relación con la vida.
Por otra parte hay muchas cosas que no vemos y que no precisan fe, simplemente tenemos un grado considerable de certeza sobre ellas porque otros nos lo han dicho, por comprobaciones indirectas, etc. Dado que nuestra experiencia es muy limitada, la mayoría de nuestras ideas sobre las cosas son lo que llamaba Tocqueville “ideas dogmáticas”, con un grado mayor o menor de incertidumbre, y que tampoco precisan fe. Creo que Chile existe o que la ley de la gravedad actúa de modo general, o que las estrellas están a la distancia que dicen los científicos, sin necesidad de fe, aunque no pueda comprobarlo. Todo esto, incluso el futuro, lo consideramos parte de la realidad, y aunque ello exija cierta dosis de fe, es una dosis por así decir reducida.
La realidad y lo existente son lo mismo. Se pueden definir como todo aquello que está presente u ocurre en el tiempo y el espacio. Sin embargo, cuando hablamos de fe nos referimos generalmente a otra cosa, a la fe en la divinidad. Hay una vieja discusión bizantina en torno a si Dios existe o no. Esto tiene que ver con la realidad: ¿tiene Dios realidad o no? Pero el propio concepto de existencia o de realidad parten de nuestros sentidos y experiencias, son ajenos a la idea de Dios y se precisarían otros conceptos para indicarla, por eso los judíos prohibían hasta nombrarla. La idea de Dios no podemos situarla en esas coordenadas, por lo tanto su objeto, la divinidad, escapa a la realidad, no existe. Para definirlo necesitaríamos otro verbo que el referido a la existencia; por eso es algo indefinible, salvo por comparaciones imaginativas con lo que existe (“infinito, eterno, omnipotente, etc.)
A partir de ahí podemos pensar al modo llamado panteísta, en realidad ateísta: que el conjunto de la realidad (mundo, cosmos, universo) se fundamenta en sí mismo, consiste en un conjunto de cambios y evoluciones sin fin ni finalidad. Esta idea está presente en ideas como la de la reencarnación, el eterno retorno, etc. Esto resulta angustioso, pues los cambios no tendrían otro sentido, en definitiva, que el cambio en sí mismo. Pero no solo resulta angustiosa, sino que no puede ser cierta: la ciencia indica que toda realidad, la parcial de los sucesos y la total del cosmos, tiene principio, por tanto ha de tener fin, y por ello no puede sustentarse en sí misma. Razonamos, pues, que debe haber algo externo, una fuerza, llamémosla así, que ha producido el mundo, tal como cada suceso dentro de él es efímero y producido por fuerzas ajenas a él mismo: cada uno de nosotros no existe por sí mismo, no ha venido al mundo por sí mismo, etc: “si el mundo no puede fundamentarse en sí mismo por tener principio y fin, su fundamento debe estar en “algo” ajeno a él”. Esta es una conclusión de aspecto bastante racional
Pero no es lo mismo fin (por tanto principio) que finalidad. Y nos preguntamos necesariamente por la finalidad de todo este inmenso despliegue de fuerzas y sucesos en perpetuo cambio, sucesos y cambios en el entorno y en nuestras propias vidas. Aquí la razón fracasa. Porque la fe, racional al menos hasta cierto punto, va unida, como decíamos a la esperanza: la esperanza en una divinidad buena para nosotros y para el mundo en general. Si el cosmos ha de tener finalidad, la divinidad que lo ha creado debe ser buena para nosotros incluso por encima de nuestra comprensión, inevitablemente limitada. Dicho de otro modo, la divinidad debe dar una finalidad, es decir, un sentido, al mundo y a nuestras propias vidas. Pero dada la combinación inextricable de sucesos que nos parecen buenos y malos, de desdichas y alegrías, no tenemos modo de comprobarlo. La angustia nunca se aplaca del todo. (la felicidad como ausencia de angustia). Aun así, cabe suponer que la angustia tiene varios tratamientos, destructivos o lo contrario. Es otra cuestión.
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