Para entender el sentido de las elecciones actuales debemos retrotraernos a Zapatero. Este fulano, especie de cretino genial, impuso la ruptura que izquierdas y separatistas no lograron en 1976. En ese sentido supuso un antes y un después en el proceso abierto en la transición. El arma principal, pero no la única, fue la ley de memoria histórica, trabajada previamente por una continua propaganda desde poco después del mismo referéndum. El eje de la campaña deslegitimadora fue la denigración y calumnia sistemáticas al franquismo y a Franco.
Con la ley de memoria histórica, las leyes de género y otras medidas, España entraba de hecho en un nuevo régimen, reminiscente del Frente Popular. Lo importante del caso, y que revela una situación esperpento o demencia política, cuando el propio rey firmó una ley que le deslegitimaba. Porque a aquellas alturas oponerse al engendro legal significaba justificar al franquismo, del que provenía la monarquía, y tras largas campañas izquierda y separatistas habían logrado convertir en tabú cualquier justificación del régimen anterior. Hoy, el Doctor no hace más que intentar llevar a su fin la misma política, que conduce directamente a la abolición de la democracia, de la monarquía y a una confederalización del país paso último a una disgregación ya considerablemente avanzada: piénsese solamente en la práctica desaparición del estado central en regiones tan importantes como Cataluña o Vascongadas, y en su extremo debilitamiento en otras.
Por mucho que se denigren las capacidades intelectuales de Zapatero, debe reconocerse que los demás líderes le son inferiores incluso en ese terreno. Pues todos, excepto VOX, han aceptado las leyes e iniciativas del fulano y las han aplicado en lo posible. Todos son zapateristas, con matices, claro está: el PSOE y los separatistas son los más resueltos en esa dirección; el PP ha sido su máximo auxiliar en todo momento, también con Aznar que llegó a condenar el alzamiento del 18 de julio; Podemas trata de empujar el movimiento a una situación venezolana; Ciudadanos rechaza nominalmente la disgregación del país, pero trata de entregarlo entero y disolverlo en la UE lgtbi y colonizarlo por el inglés, lo mismo que los demás. El denominador común de todos ellos, repito, es su aceptación del rupturismo zapaterista y su dependencia política e ideológica de los separatismos.
VOX ha surgido como una alternativa real, aún no completa pero suficientemente explícita, al zapaterismo de los demás. Durante años, todos han tratado de reducirlo a un gueto rodeado de un muro de silencio, pero eso se acabó. Ahora algunos de ellos, en especial el PP, tratarán de conducirlo al callejón sin salida de la “suma” y la expulsión del Doctor. El PP no puede sumar nada más que lo ha sumado todos estos años. Y la expulsión del Doctor no serviría de nada si le sucediera el PP. Sin embargo la actual demagogia “sumadora” del PP puede tener bastante efecto si no es clarificada desde el principio: echar al Doctor y su pandilla es importante, y para ello VOX podría apoyar en su momento al PP y declararlo así. Pero mucho más importante es explicar y difundir la alternativa al zapaterismo, y en la batalla electoral VOX tiene que evitar a toda costa dar imagen de un PP bis más radicalizado a la derecha, como intentan presentarlo unos u otros.
VOX ha surgido como una alternativa, aún no completa pero suficientemente explícita al zapaterismo. En eso radica la fuerza que ya ha conseguido y en eso radican las esperanzas que viene suscitando. Una gran responsabilidad.
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El legado de Franco: https://www.youtube.com/watch?v=72LX7cU2588
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El misterio
La muerte es un misterio que a su vez vuelve misteriosa la vida. Por misterio no queremos decir un enigma que con ingenio y esfuerzo podría resolverse, sino “algo” cuya explicación está más allá de nuestras facultades. La razón se resiste a admitirlo, y esa resistencia ha generado las ideologías, pero por otra parte su propio ejercicio lleva con bastante facilidad a los límites de su competencia: el misterio se siente de un modo peculiar, no por nuestros sentidos ni por nuestra inteligencia, sino al comprobar su impotencia para explicarse a sí mismos.
La vida no nos parece misteriosa a primera vista, aunque sí enigmática. Son infinitos los enigmas que el hombre ha aclarado y los obstáculos que ha superado, para satisfacción suya por el poder de sus facultades. Nuestros sentidos y nuestra mente, con la cooperación social, nos permiten desenvolvernos en la vida con relativa seguridad. Sentimos nuestra existencia y la de las demás personas y del mundo en torno, y sabemos muchas cosas de ellos y de nosotros mismos, aunque nunca terminemos de saciar nuestro deseo o necesidad de saber y sentir. En otra palabras, comprendemos que en la existencia hay algo de misterioso e inasequible, pero también que podemos desenvolvernos mejor o peor en ella, por lo que esa cualidad misteriosa nos parece solo relativa.
Ahora bien, la muerte no es en absoluto relativa. Es un suceso absoluto. En él perdemos todas nuestras facultades para sentir, obrar y explicar. Y aunque sigan otros humanos no nos es difícil concluir que al conjunto de ellos, a la humanidad, le llegará también su fin.
Veamos ahora: la existencia se desarrolla en un espacio físico de tres dimensiones más otro factor, el tiempo, que podemos llamar también dimensión, aunque sea tan diferente de las anteriores. Es otra cosa. El tiempo permite que la realidad en ese espacio transcurra, no quede estática como en principio percibimos el espacio. Permite que en un mismo espacio ocurran infinidad de actos diversos e incluso contrarios entre sí. Nuestras facultades (sentidos y razón, básicamente) nos permiten entender, mejor o peor, lo que ocurre en el espacio y el tiempo, desenvolvernos en esas dimensiones, reaccionar a los estímulos que nos procura la existencia, siendo parte de ella. Pero el mismo tiempo y el mismo espacio escapan a nuestras facultades. No sabemos lo que son y por qué existen o, más propiamente, encuadran la existencia, la realidad perceptible para nosotros.
Somos parte mínima y temporal de lo existente, y esto en sí mismo es algo que escapa a nuestras capacidades mentales y sensibles, como expresaban Omar Jayam y otros pensadores. Todas nuestras facultades nos vienen dadas y, junto con nuestra propia existencia, terminarán por sernos arrebatadas: ¿por quién o por qué?, ¿con qué objetivo? Imposible saberlo.
Por lo demás, aunque dispongamos de sentidos y razón, el proceso de la vida nos causa una constante sensación de impotencia, nos obliga a someternos a resignarnos o “aceptar” una realidad que tan a menudo contradice nuestros deseos y nuestra comprensión y nuestras ideas morales . ¿Qué es la vida?. Un Pleberio golpeado hasta la médula por el suicidio de su hija intenta desahogarse: “un laberinto de errores, un desierto espantable (…) prado lleno de serpientes, río de lágrimas, vana esperanza, falsa alegría…”. Es interesante comparar esta lamentación con la expresión furiosa de Macbeth al conocer la muerte de su esposa: “La vida es solo una sombra andante, un pobre actor que se pavonea y agita en su hora sobre el escenario y ya no se le oye más. Un cuento de ruido y de furia sin sentido, contado por un idiota”. En los dos casos se expresa la desesperación ante la desdicha, en el primero como lamento, en el segundo como maldición.
Pleberio es un “hombre bueno” aniquilado por la desgracia, Macbeth un personaje a quien la ambición y el influjo de su endemoniada esposa han llevado a tal grado de crimen que se siente en un lago de sangre, tan lejos de la orilla que ya le da igual moverse en una dirección u otra. Pero los dos llegan a la misma conclusión: la vida no tiene sentido. Y sin embargo, concluye Macbeth, hay que luchar en ella hasta el final, mientras que ante Pleberio se alza solo una niebla impenetrable. Es cierto que en situaciones prósperas o tolerables nadie o casi nadie expresa esa desesperación, pero el “ruido de fondo” es el mismo: el dichoso no puede saber el motivo de su dicha ni cuánto durará, ni el por qué de la desdicha de otros, que le hace sentirse vagamente culpable y a menudo le induce a justificarse de manera seudomoral, algo como “se lo merecen”; o a dar una ayuda generalmente poco útil y que a menudo provoca más resentimiento que gratitud.
Contra estas limitaciones en vano se rebelan o buscan salida nuestras facultades. Y no es difícil ver en esa condición humana el origen de las religiones y de las ideologías. Precisamente la consciencia más o menos viva de esas limitaciones humanas crea las religiones, la ideologías, también el arte y la literatura.
Algunos piensan que la física podrá darnos tal vez una explicación, con sus hallazgos sobre el (supuesto) comienzo del cosmos, sobre la posibilidad de otras dimensiones o los comportamientos de lo inmensamente pequeño, tan distintos de lo que percibimos en nuestro mundo. Quién sabe: quizá al morir penetremos “en otra dimensión”. Algo así parece que viene a decirlo la religión cristiana, pero permanece la pregunta: “¿Por qué y para qué?”
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