Una hora con la Historia se despide hasta septiembre: El Cid, ¿héroe o mercenario? https://www.youtube.com/watch?v=v465-dv-HTI
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P- ¿No es una paradoja que ud, no siendo católico, pretenda decir a los católicos lo que tienen que hacer, al margen o en contra de sus obispos?
–Creo que el catolicismo, en cuanto cultura, no es cosa solo de los católicos. Y los hechos objetivos son que Franco salvó a la Iglesia y la cultura cristiana del exterminio en España, por lo que la Iglesia, y junto con ella la sociedad en su conjunto, tiene una enorme deuda moral con Franco. La inhibición de los obispos es claramente culposa, por lo que los católicos conscientes y la gente en general deben tomar cartas en el asunto.
P. Pero, ¿no es lógico que la Iglesia, que ya se disoció del franquismo en el Vaticano II, aumente su rechazo hacia un dictador asesino?
–La Iglesia sabe perfectamente que Franco no fue un dictador asesino, esa es la propaganda antifranquista, elaborada precisamente por los comunistas, grandes demócratas y amigos de la Iglesia. Una democracia no funciona en una sociedad cargada de odios y empobrecida, y eso fue exactamente la república: empobreció al país y lo colmó de odios. El franquismo, en cambio, superó aquellas plagas, por lo que creó las condiciones para una democracia fructífera, no convulsa. Pero hay otra cuestión: a la larga, no puede haber democracia sin demócratas. Después de las elecciones del Frente Popular no quedó prácticamente ningún demócrata en España.
P. Pero después de ganar la guerra, Franco pudo haber traído de vuelta la democracia.
–Eso es pura palabrería. Los grandes partidos de izquierda y separatistas habían hecho imposible cualquier democracia y seguían siendo los mismos. Y la derecha no quería ni oír hablar de repetir la experiencia. Al terminar la guerra mundial, algunos locos o miserables querían imponer una monarquía democrática traída sobre los tanques anglosajones, es decir, por medio de lo que técnica y penalmente se llama alta traición. Y dando gran parte de poder al PSOE, el partido que había traído la mayor miseria, el mayor expolio y la guerra misma. En España, la experiencia casi nunca es analizada y sirve de muy poco. Era la vuelta de la estupidez y la canallería, auspiciada por algunos intrigantes y traidores monárquicos, nada inocentes.
P. No obstante, si no al final de la guerra, en los años 60, por ejemplo.
–Vamos al fondo del asunto: en un período corto puede haber democracia sin demócratas, mientras se mantenga la mecánica electoral. Pero antes o después alguno de los partidos utilizará el poder para corromper el sistema e implantar su propia tiranía. Eso es lo que pasa comúnmente en Latinoamérica y lo que pasa hoy en España. Los que hablan de una democracia después de la guerra civil o en los años 60 deberían reflexionar sobre el hecho de que, aún actualmente, apenas hay demócratas aquí, por falta de pensamiento político. No es demócrata ninguno de los partidos del Congreso, aunque de momento permanece la mecánica electoral, si bien muy manipulada. Lo he explicado cien veces y no lo repetiré ahora. Con Franco, la inmensa mayoría de la sociedad no quería hablar de democracia, porque le recordaba el caos y miseria de la república. Solo al final, con una sociedad próspera y en lo esencial reconciliada, votó por una democracia DESDE EL FRANQUISMO Y NO CONTRA ÉL. Y así y todo, hoy tenemos una democracia fallida porque la ausencia de demócratas está destrozando el sistema, con leyes totalitarias sin que la mayoría se dé cuenta siquiera, premiando el asesinato como modo de hacer política, homenajeando a los asesinos, falsificando sistemáticamente la historia desde el poder, amenazando gravemente con disgregar la nación o disolverla en una UE a su vez en marcha hacia el totalitarismo…
P. Pero usted no plantea ninguna alternativa realizable
–Lo diré de otro modo: el antifranquismo es la enfermedad que está destrozando la democracia y a la misma España. Y volver a la situación decidida en diciembre de 1976 pasa por reivindicar el franquismo y su fructífera herencia. Y por eso es tan importante la batalla por la tumba de Franco. Que es una batalla política y cultural ¿Es eso realizable? Claro que lo es, si cada vez más gente se deja de lamentaciones y planta cara. El manifiesto que propongo trata de denunciar la situación alzando una bandera, por así decir. Esa es mi tarea. Pero es preciso discutir el manifiesto, llegar a un consenso como ante el proyecto de ley liberticida de hace meses, recoger firmas y organizar un movimiento. Y eso es tarea de otros. ¿Es realizable todo ello? Por supuesto, es solo una cuestión de proponérselo o preferir el lloriqueo o la inhibición culpable.
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P. De lo dicho se deduce que usted considera muy originales sus obras.
–Veamos. Mis obras de historia siguen metodologías y llegan a conclusiones diferentes de las que puede ver a derecha e izquierda. Un aspecto ya se lo dije: usted no puede explicar los hechos sin explicar, aunque sea en esquema, las ideologías en juego, cosa que se suele obviarse casi siempre, de modo muy inadecuado. Yo lo hago siempre. En el libro sobre la Reconquista expongo una aproximación, breve pero necesaria, al cristianismo y al islam, y también voy comentando las distintas actitudes culturales y políticas, incluso militares, que generan… Mis conclusiones son casi siempre originales. A mi juicio, la historiografía española es a menudo muy detallada, pero suele adolecer de análisis y síntesis precarios y de cierto provincianismo…
P. Me refería a las obras literarias.
–Lo mismo. Sonaron gritos y golpes a la puerta no entra en ninguna tradición novelística española, no sé de ninguna planteada de modo parecido. Tiene mucha acción y aventura –en la literatura española hay poco de eso– pero no es de acción y aventura propiamente hablando. Ni tampoco se parece a novelas extranjeras que yo conozca.
P. ¿Ni siquiera a la tradición inglesa, que tanto dice que le influyó?
–Es una tradición muy importante y me influyó relativamente y siendo muy joven. Hace decenios que apenas leo novela. La literatura española actual me parece de una trivialidad espantosa, aunque técnicamente sea entretenida. Me alegro, por cierto espíritu patriótico, de los éxitos de Pérez Reverte o de Julián Marías en el extranjero, por ejemplo, pero las obras de ellos que he leído me parecen flojas, cada una en su estilo. Debe de ser un mal que afecta a toda Europa desde la II Guerra Mundial.
P Usted ha dicho que su Viaje por la Vía de la Plata se inspiró en Cela y ha calificado a este del mejor o uno de los máximos novelistas españoles desde la posguerra acá
El Viaje por la Vía de la Plata se inspira en el Viaje a la Alcarria en el sentido de que su lectura me espoleó, pero no tiene nada que ver con Cela. Hay también libros de recuerdos de autores que han conocido a personajes importantes y exponen sus encuentros y hacen juicios más o menos agudos. Pero en Adiós a un tiempo creo que no hay ningún personaje importante, convencional o socialmente hablando. Cela trata a menudo a personajes vulgares y corrientes, en novelas o de otro modo, pero casi siempre lo hace en plan costumbrista cutre, con un fondo de desprecio, cosa que no creo haber hecho… No tengo un concepto muy elevado de mí mismo, sí de algunos de mis trabajos, y veo en la gente, incluso en la de apariencia más anodina, un fondo misterioso, sea yo capaz de expresarlo o no. El gran problema de Cela es una especie de banalidad deliberada, que convierte a sus personajes en caricaturas.
P También trata usted con cierta irrisión a gente con la que se encontró, por ejemplo, a los buscadores de tesoros templarios, o al que creía haber visto al diablo en París, o al supuesto “Campesino”, o al ligón de playa y puto de homosexuales…
–¿Le da esa impresión? No creo que sea así. Se trata de personajes pintorescos, quizá haya cierta ironía en el tratamiento, pero no creo haberlos caricaturizado ni presentado con desprecio. Siempre me ha preocupado el carácter e historial único de cada persona, y he procurado exponer brevemente alguna pincelada de ellos, pues en la mayoría de los casos se trató de encuentros breves o poco prolongados…
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