“Eso que lo cuente Crevi, que tiene una labia… ¡Con decirle que le llaman el Cerderón del Ateneo!”. La voz, chillona, sonaba algo infantil
“¡El Cicerón, Genarín”, corrigió otra voz estridente.
“Pues eso, el romano aquel… Era romano, ¿no, Crevi? Bueno, de alguna manera era romano, creo”.
“Si… bien… es una exageración, aplicado a mi modesta persona… pero al grano. Sí, nos proponemos desarrollar el erotismo en la Docta Casa, en un plano intelectual, científico”
“¡El erotismo! ¡El erotismo científico van a desarrollar en el Ateneo!”, intervino una tercera voz
“¿Por qué no? ¡El estilo, la escuela estatalo-española de erotismo! Está olvidado, porque en el siglo XVI el bando cristiano viejo acabó de cubrir con un velo de intolerancia a la península, a las otras dos culturas, las verdaderas, porque llamar cultos a los cristianos aquellos… ¡vamos! ¡Si se jactaban de no saber leer ni escribir, ni conocer oficio! Lo he leído en fuentes dignas de crédito… Sí, sí, cualquier historiador algo culto lo sabe de sobra hoy en día. En cambio, ¡piense usted en Granada, construida por los seres humanos para los seres humanos, a la medida humana, a la medida de sus deseos, con la exacta idea de que el trabajo sirve para vivir y no la vida para trabajar…!”
“¡A que Crevi chamulla dabuten!”
“Todos nos enamoramos de la Granada de los nazaríes”
“Todos, colega”
“Con su sabiduría innata, su sentido de la vida y de la convivencia, del goce de las criaturas! ¡No como el militarismo ascético de los cristianos!”
“Le escucho admirado. ¡Qué intelectualazo! Claro que lo mío es solo informar, asegurar el derecho a la información de los oyentes, de los ciudadanos, sin tomar partido como periodista, pero…”
Apagó la radio y se sumió en sus cavilaciones. Abrió mecánicamente, por tercera vez, el cajón superior de su escritorio y hurgó entre los desordenados papeles, y por tercera vez verificó la ausencia de encargos. Su depresión aumentó: “¡Huelebraguetas! ¡Pinchamierdas! –rezongó, mortificándose—Eso es todo. Y encima, sin trabajo, ¡Collons! Tienes lo que mereces!” “No –replicó su otro yo–, tienes una profesión romántica, no hay más que ver tanta novela y tanto cine, y lo ejerces con seny y dignitat. Pasas una mala racha, noi, nada más. Déjate de autocompasión, de masoquismos, o eres hombre al agua ¡Quién sabe! Quizá en este mismo instante alguien está pensando en traerte un caso de alto nivel. Alta corrupción, por ejemplo, en vez de las miserias corrientes. ¿Por qué no? A ver, ¿por qué no?”. El yo deprimido no encontró argumento en contra, pero tampoco dio su brazo a torcer: “Hoy los romanticismos te matan de hambre. Esa es la jodida realidad”.
Estas batallas internas causaban sopor al detective. Resolvió aniquilar la depresión con argumentos contundentes y cogió una botella que estaba junto a una pata de su escritorio. Whisky DyC. Un detective tiene que beber whisky, claro que… Lo miró con melancolía antes de destapar la botella y sostenerla boca abajo sobre su rostro, inclinado hacia atrás. La agitó un poco y entreabrió los labios para captar el amarillento chorrillo. Era uno de sus orgullos: su pulso y puntería para impedir que se le escapase una gota, incluso levantando bastante el brazo. Cuando lo estiraba totalmente, ya solía fallar.
La somnolencia se le intensificó unos grados. Devolvió la botella a su lugar y tras una vacilación giró un botón del transistor. Seguían hablando los mismos.
“…¿Vamos a compararlos con la delicadísima sensibilidad de sus antagonistas? Aquellos pastores que bajaban de Asturias… ¡Vaya cuento aquello de la reconquista, tío!… Pues solo estaban interesados en recuperar los pastos para la trashumancia y, a nivel erótico, vamos, solo llegaban a beneficiarse a las ovejas, je, je. Claro, quedó el país menos erótico, dónde va a parar. Y en guerra civil permanente, porque cuando exterminaron a las otras dos culturas, las verdaderas, pues a aquellos bárbaros solo les quedaba liarse a mamporros unos con otros ,digo yo. Yo y Américo Castro y Goytisolo y tantos más”.
“¡De lo que se entera uno! Eso no es lo que nos enseñaron en la escuela, ¡eh?”
“Ahora, ahora se empieza a enseñar el erotismo y la historia real, afortunadamente… Pues a aquellos tipos de la mal llamada reconquista, hablarles de la realización gratificante de la personalidad autónoma y pluridimensional, y esas cosas, era como echar margaritas a los cerdos… ¿Excepciones? ¡Pues por modo natural que sí! El Arcipreste, Cervantes, la corriente oculta y subterránea de protesta… Y hoy el Estado español, dirigido por un partido ilustrado como nuestro Partido de la Ética Honrada, que combina los valores y esencias europeístas con nuestra originalidad bicultural judeoislámica del Medievo, en un espíritu hedonista a la par que emancipador…”
“Y pragmático, Crevi, que siempre se te olvida”
“Y pragmático, Genarín, gracias… ¿Y cuál será la contribución de la Docta casa? Pues recuperar la vanguardia, porque si no, y lo digo así de claro, perderemos el tren, o el autobús. El autobús de la historia, quiero decir, la historia con mayúsculas, y ese es un lujo que no podemos permitirnos. ¡Superar la moral judeocristiana, tan represiva! Arrastramos todos tantos miles de años de frustraciones… ¿Y qué pasa? Pues que salen a la luz los fantasmas, las frustraciones, y nos quedamos vacíos, eso pasa, que no sabemos amar, no nos han enseñado a amar, y creemos que sí sabemos, pero de eso nada. Habría que organizar cursillos…”
“Un máster, Crevi! ¡Nos pondríamos las botas!”
“Es una idea… Y piense usted en los años de durísima represión sexual que hemos sufrido. ¡La asignatura pendiente! ¡Hemos llegado tarde al sexo! Y, claro, nos ha dejado taras…”
“¡Tarados y castrados, Crevi! ¡Os han dejado tarados y castrados! ¡Una generación de gilipollas perdidos!”
“¡Genarín! ¡Tampoco hay que exagerar. Y, obviamente, somos nosotros los que tenemos que educar a las jóvenes generaciones”
“Eso, que no salgan tan idiotas como vosotros…”
–La cultura que se gastan algunos –musitó el detective mientras volvía a echar mano al whisky– ¡Y pensar que yo podría saber tanto y más, si hubiera terminado la carrera…! En fin, a lo hecho, pecho –concluyó con resignación antes de empinar de nuevo el codo.
“…Aunque ya el ser humano, llegando a la lucidez, se realiza por modo gratificante en… en… pues bueno, ¿qué hay entre lúcido y lúdico más que el cambio de posición de dos consonantes? Porque lucidez y ludicez… ¡Sí, valga el neologismo! ¡Hay que innovar! Y este es el mensaje, pues entre lucidez y ludicez existe hermanamiento, equiparación, el ser gratificado, realizado y emancipado sabe por modo obvio simultanear lucidez y ludicez y viceversa, porque el lúdico e lúcido y el lúcido es lúdico, y quien no fuera lúcido no sería lúdico, ni a la inversa. Y cabe aseverar, sin temor a yerro, que la excepción, si se diere, pues no sería posible, porque una cosa va con la otra. Sería un equívoco, una falacia. Esto solo es un esquema, por supuesto, que habría que desarrollar analíticamente porque, claro, la lucidez comporta ludicez , eso está claro como el agua, y también la ludicez comporta lucidez…”
La voz del llamado Crevi sonaba aguda y enardecida, atropellando las palabras.
“¿Te coscas, tronco, de cómo le da a la mui? ¡Se lo he oído lo menos tropecientas veces y no se trabuca ni una!”
“¿Qué lección magistral! No sé si todos nuestros oyentes habrán entendido el fondo de la cuestión, pero ¡es una auténtica lección magistral!”.
El taxista separó las manos del volante y giró las palmas hacia arriba en señal de impotencia. “Esto va para rato”, gruñó a media voz. El embotellamiento, en plena Castellana, producía un coro de pitidos a cada paso más destemplados. El pasajero titubeó en ademán de abrir la portezuela. Lo pensó mejor y, con un suspiro, se acomodó de nuevo.
–Conecte la radio, buen conductor, a ver si por esa vía nos amenizamos.
El taxista volvió la cabeza con curiosidad y obedeció en silencio. Un estridente patachún-chun-chún rockero invadió el vehículo. El pasajero protestó. El taxista movió el dial. Más rock. Y luego más rock. Por fin voces de personas en diálogo. Una tertulia radiofónica o una entrevista.
–Detenga ahí su búsqueda, buen hombre. Y alce el volumen, tenga la bondad.
El pasajero se arrellanó, distraído. De pronto dio un respingo y se inclinó hacia delante, arrinconando con su cuerpo al conductor. Era muy alto, y su nariz casi chocó con el salpicadero.
“Bueno, ¿y qué nos cuenta don Genaro, que apenas ha abierto la boca?” decía el locutor.
“Yenny, llámeme Yenny. Con dos enes, ¿eh? Lo escribo terminando en i griega”
“También le llamamos Genarín, aunque él prefiere Yenny. Muchos lo pronuncian mal y le dicen Yeni. A él le molesta, es muy purista”, intervino otro con tono cariñoso.
“¡Caray…! Bueno, pues don Yeni, ya saben el joven presidente del Ateneo, hoy ante nuestros micrófonos, en compañía del secretario de la ilustre institución, don Matías Crevillente… Y don Yeni, cáguense ustedes… perdón, pásmense, quiero decir pásmense… el lenguaje coloquial, que se nos cuela…”
“¡Y muy bien colado, amigo mío, hay que recuperar ese lenguaje fresco y popular! No se corte usted”.
“Bueno, si una autoridad competente como el secretario del Ateneo lo dice… yo, por mí, encantado. Mi tarea es informar, ya saben, garantizar el derecho a la información de los ciudadanos y todos eso, así que yo… Pues don Yeni es un verdadero chaval. Asómbrense… ¿Qué edad decía usted que tenía, don Yeni?”
“¡Yen-ny! ¡Yen-ny! ¡Joder, que no hay manera! Pues catorce. Catorce años.
“No hay que asustarse. Yo, que soy secretario primero, voy por la cincuentena, pero aprecio a la juventud, y Genarín, lo recalco sin adulación representa a la juventud que viene, tan despierta, tan desinhibida y con tan amplios horizontes…”
“Sí, sí, pero déjame hablar a mí, tío, que me cortas cada dos por tres. Pues el tema, tío, la temática del tema… Bien, reconozco que yo aprendo a toda pastilla. Obviamente, gracias a la tele, también. Ni de coña me pierdo una serie de esas, Falcon Crest, Casandra, Cristal… No me da corte decirlo, no, porque de alguna manera reflejan la realidad, ¿no? La realidad social que… que está ahí, nos guste o no. Que algunos quieren obviarla, obviamente, ahí entran los juicios de valor y todo eso, pero el tema está ahí, tronco… Y la temática. Ah, y los telediarios de teuveuno, y el informe semanal, porque yo piensa, colega, que si no te pones al loro no te coscas de la cultura. Y nadie me va a negar a estas alturas que la cultura mola mazo. Sin cultura, hoy en día, es que ni puedes andar por la calle”
“Pero su juventud, don Yeni… ¡hay que fastidiarse!…Y yo me pregunto, la gente se preguntará, si con la solera del Ateneo…”
“¡Y dale! ¡Si son solo los reaccionarios de toda la vida los que se extrañan, hombre! Hoy la juventud ha avanzado muchísimo, tiene que estar en los puestos de mando. Hay que superar aquel oscurantismo…”
“Gracias Crevi, tío, lo has bordado, de alguna manera. La opresión de los adultos, colega, es que ya está pasadísima. Obviamente el rollo está muy claro y no hay vuelta atrás. El futuro es nuestro. ¡Un futuro guay del Paraguay!”
“Ya, ya, si por mí, como si se la mach… Perdón otra vez. Yo solo soy un informador y a mí me la suda, vamos, pero a los oyentes…”
“Mire usted, ganamos las elecciones en el Ateneo porque hemos sabido vender imagen. Dijimos: “Rompamos moldes, imprimamos en la Docta Casa la anécdota, no exenta de trascendencia, de tener democráticamente elegido a un auténtico representante de la juventud, que por modo pragmático y lúdico encamine nuestra veterana y querida institución por modo decidido, sin temores, hacia un siglo XXI que se nos ofrece…”
El pasajero del taxi además de alto era corpulento, y se removía y soltaba bufidos que molestaban mucho al taxista, ya que el aliento y las salivillas le daban a veces en el cogote. “¡Caterva de malandrines!”, rugía de vez en cuando, rebosante de indignación.
–Si no le gusta lo cambio, hombre. Pero haga el favor de echarse para atrás, que me tiene aquí acorralado.
–Déjelo, déjelo ahí! ¡Ah, felones! –y siguió semivolcado sobre el respaldo del conductor, sin hacer caso de sus quejas. El conductor se doblaba sobre el volante y la ventanilla para esquivar en lo posible el corpachón y las emanaciones del otro.
Un coche cercano, a la derecha, hizo sonar el claxon. El hombre corpulento se volvió con furia y subió el cristal de aquel lado. El taxista suspiró.
“¡Que me dejes hablar, so gilipollas, que me pregunta a mí, no a ti”. Era manifiestamente Genarín.
“ Pero Yenny, yo solo quería…”
“¿Pero te vas a callar, cantamañanas? Mira, a este ni puto caso, colega”.
“Tenga en cuenta, don Yeni, que los dos han sido invitados al programa, así que… Y yo me pregunto, los oyentes se preguntarán, por el rostro humano de nuestros invitados. Por ejemplo, ¿usted qué hace, aparte de presidir el Ateneo?
“A mí, tronco, lo que me mola es el arte. A Crevi… Crevi no es mal fulano, solo que no para de interrumpir, debe creerse el no va más… A él le va la ciencia y la filosofía, ya lo has oído. Yo pinto. Cosa chachi, eh, me lo paso dabuten, me realizo. No es que sea un Picasso, eh, al menos por ahora. Lo mío es a nivel de calle, a nivel de metro, de alguna manera. En las paredes, ¿no? Grafiti y tal, obviamente.
“Uno de sus encantos es la modestia. ¿No ha visto por ahí unos grafitos que ponen “Shitting Bull”?
“¡Ya ves, otra metiendo el cazo este sopla…! ¡Es que no me deja hablar, el gachó!”
“¿Shitting Bull”?
“Bueno, en inglés se pronuncia un poco como… ¿No, Crevi? Y a las eses les añaden muchas veces una hache para darle más… Pues Toro Sentado, obviamente, porque el indigenismo y el inglés me flipan, tronco, estoy estudiando inglés a marchas forzadas, es el futuro. Y yo me posiciono con el ala izquierda del partido y no me va lo del Quinto Centenario. Es una reivindicación colega. ¿Vas a reivindicar la masacre, el genocidio y tal, tío? Eso no mola tío, no es chachi, qué quieres que te diga”.
“Muy amable, Genarín, por lo de la filosofía y la ciencia, pero también, sin pretender pasar por un… Bueno, también dedico ocios a la poesía”.
“¡Toma ya! Usted es que es un polifacético de cuidado, ¿eh?”
“Y mire qué casualidad, ji, ji, hoy mismo he estado componiendo una nana… Hasta se la puedo cantar, si quiere. Sin inhibiciones, yo no soy partidario de las inhibiciones. Ya sé que no soy Plácido Domingo, pero con un poco de buena voluntad los oyentes me soportarán, creo”
“¡Pues adelante, don Matías Crevillente! ¡Nada de inhibiciones! ¡Por mí, como si se la….! Vamos que yo soy solo un informador.
Sonó un carraspeo, y tras un corto silencio, unas vociferaciones chirriantes y destempladas inundaron el éter.