Cultura de frontera y cultura de gabinete
Propongo estos dos tipos de cultura, de frontera y de gabinete. Sin duda las dos son necesarias y coexisten, pero según los casos predomina una u otra. En la cultura useña, por ejemplo, predomina la frontera: constantemente está explorando, ampliando los límites, en lo bueno y en lo malo. Aunque se le notan síntomas de cansancio, sigue estado en primera línea. La cultura de gabinete es más bien erudita, catalogadora y a menudo con espíritu burocrático. La cultura española desde mediados del XVII es muy predominantemente de gabinete, opuesta a las novedades (cierto que muchas de ellas eran perjudiciales, pero no todas) y, lo que es peor, a la defensiva; entiende la frontera como un límite de seguridad y no como una incitación a ir más lejos. Perdió su originalidad y ni siquiera supo conservar lo que había tenido. Eso sigue ocurriendo hoy, con muy pocas excepciones. El ideal de una tesis doctoral, por ejemplo, no es arriesgarse a establecer una tesis real, sino citar todo lo que se ha escrito sobre el tema. Julián Marías ya lo criticaba.
**El colmo de la colonización cultural es ver establecimientos con banderas de España… y nombres en inglés. O “patriotas” con una camiseta que dice Spain. O aquellos que quieren hacer a Spain great again, incluso si lo traducen al español.
El silencioso cambio de régimen por Zapatero: https://www.youtube.com/watch?v=uz21Z0Fq2og
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La concentración del mundo
Es cierto que existe una fuerte repugnancia hacia nuestra parte animal, y que llamamos “animal” o “bruto” a alguien como sinónimo de poco humano, o delicado, o inteligente o sensible, y que al mismo tiempo nos atrae la animalidad…
Nos atrae, en mi opinión, por lo que tiene de vuelta al paraíso, al desenfreno “inocente” de nuestros deseos e instintos. La condición humana es muy represiva en todos los aspectos, sobre todo en las relaciones entre las personas. Esto es penoso, pero si fuera de otro modo, el ser humano no sobreviviría a su “animalidad”. Falsa animalidad, porque en el animal los deseos están limitados por lo que llamamos instinto, y en el ser humano no, sus deseos son variadísimos y susceptibles de multiplicarse, como señala Paul Diel.
Supongo que en tus novelas has tenido eso en cuenta, aunque la vergonzosa parte animal juega en ellas un papel secundario, solo apuntado. Pero, como te decía, eso daría muy bien para otra novela, parece que tú concentras varias en cada una, también en la de Gritos y golpes, y el resultado lo encuentro demasiado eso, demasiado concentrado, con apuntes en varias direcciones, aunque haya alguna o algunas principales.
Supongamos –algo que no es verdad–, que las dos novelas hubieran sido planeadas partiendo del resultado. Vamos con Perros verdes. Podría decirse así: traté de escribir una novela sobre la condición humana (la expresión resulta algo pedante y ya me harta un poco, pero no encuentro otra) enfocada desde cuatro personajes, con sus personalidades, situaciones e ideas diferentes, y desde una básica ilusión e inexperiencia juvenil, más acentuada en unos que en otros. Entonces el relato podía convertirse en una serie de disquisiciones más o menos abstrusas o más o menos ingeniosas, que siempre terminan resultando pesadas o indigestas. Para evitarlo, había que hacer que las disquisiciones entrasen en una trama de acción, trama (forzosamente múltiple) en que las discusiones se integrasen en unas acciones en que los cuatro reflejasen tanto su pensamiento como sus contradicciones. Esto es lo que me ha salido, mejor o peor, allá gustos. Pero de ninguna manera lo pensé o planeé así, no hice siquiera una sinopsis. Con Sonaron gritos me pasó lo mismo: a partir de la escena original el relato se fue desarrollando por sí solo, como si en esa escena estuviera ya contenido todo lo que ocurriría después. Con Cuatro perros verdes fue muy parecido: el paseo de Santi para contemplar la salida del sol, y el ambiente de la calle al ir despertando la ciudad, enlazan claramente con sus reflexiones al observar el ocaso desde el templo egipcio, pero eso no lo pensé de antemano. Aquel paseo mañanero y la discusión en el bar encierran de algún modo todo el resto de la novela. Fíjate, además, en que el origen de la discusión sobre “la pasión inútil” que sería la vida humana, son las bromas que Moncho y Javi gastan a Chano por no haber cerrado la puerta del baño y ser visto por Moncho sentado en el váter. Una escena extremadamente vulgar y una reacción típicamente juvenil. Pero de una anécdota tan insignificante deriva todo lo demás, sin que yo me lo propusiera. De nuevo, como si el desarrollo del relato estuviera contenido en esa escena.
Eso me recuerda tus especulaciones sobre el Big bang, o la Grex, como lo españolizaron tus pastores de Porriño, que por cierto lo introduces asimismo en la novela… ¿Y no era algo así en la anterior cuando Diego especulaba sobre la identidad o equivalencia de masa y energía? Me refiero a lo de que todo lo que ha ocurrido en el universo desde el big bang mismo, incluidos nuestros pensamientos y actividades, estaría contenido en el propio big bang, pues así debería ser, ya que de otro modo, lo que ahora discutimos, ¿puede haber salido de algo distinto al propio big bang? Yo diría que es un problema filosófico fundamental.
Sí, ya lo hemos aludido. La física no se preocupa de ello, pero es eso. Me parece mejor lo de la Grex, abreviatura de Gran explosión, pero así es, la cuestión se le presenta de otra manera a Moncho cuando trata de calmar la angustia que siente desde la discusión de la mañana. Está sentado en la terraza de un kiosco junto al estanque del Retiro, percibe la tranquilidad del agua con sus mil reflejos, los colores de los árboles, con algunos ya amarilleando, la soledad, pues no hay casi nadie más cerca, el silencio apenas turbado por los pasos de algún paseante a sus espaldas o los gorriones que dan saltos a sus pies para picar los trocillos de patata frita que les echa, o los gorjeos de otras aves en los árboles, o las carreras juguetonas de dos perros… En fin, esas cosas. Y siente la belleza de todo aquello, y le parece que la felicidad es posible. Y de pronto el mundo, su incomprensibilidad, se le echa encima y le abruma hasta provocarle una especie de mareo. Y hay ahí otro elemento: la máscara ante el mundo. “Queda feo andar llorando por las esquinas”, dice uno. Ante los demás, la vida social exige mantener la máscara. Moncho se “confiesa” a unos papeles que rompe allí mismo y tira a una papelera, pero incluso con los amigos mantiene la máscara burlona y desenvuelta…





