La crueldad del Quijote
Leo que se considera a Nabokov uno de los mejores novelistas del siglo XX, lo que a mi juicio no dice mucho bueno sobre la literatura de ese siglo. Me parece que como creador no va muy lejos, y en cambio es un excelente, aunque algo limitado analista literario. En su curso sobre el Quijote destaca algo que no ha solido tenerse muy en cuenta: la crueldad de gran parte del relato, en especial de la burlas con que obsequian los duques al caballero y a Sancho, de una “comicidad muy medieval, grosera y estúpida” o “atroz y brutal”, “como es toda la comicidad que viene del demonio”. Es verdad que las desdichas ajenas nos hacen gracia cuando vienen inducidas por confusiones o por vanidad o mala intención, pero aunque a menudo se describe a Don Quijote como un loco, resulta un loco muy especial, un loco digno, inteligente, exaltado en el deseo de hacer el bien. La burla de don Antonio en Barcelona la interpreta así Nabokov: “Y allí aparece don Quijote en indigno espectáculo, con los chicos mirando boquiabiertos su figura esquelética y melancólica: solo le falta una corona de espinas (…) Sobre la espalda le han cosido un pergamino que lleva escrito en letras grandes: “Este es el rey”, perdón, “Este es Don Quijote de la Mancha”, con lo cual todos parecían conocerle, creyendo la víctima ser propio de “la andante caballería hacer conocido y famoso al que la profesa en todos los términos de la tierra”.
No es la primera vez que se atribuye al Quijote una semejanza evangélica, pero Nabokov la expresa inmejorablemente. Al pobre caballero, su ideal le hace confundir la realidad, que resulta ser entre chabacana y diabólica. Pero también el ideal es parte de la realidad. Y la realidad tiene la característica de ser creada y desvanecida constantemente por el tiempo, sin dejar en la memoria más que recuerdos dudosos y fantasmales
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La república sin remedio
Ayer fue el aniversario del “advenimiento de la república”, como se decía. Ninguna etapa histórica de España ha sido tan malinterpretada desde la derecha y la izquierda. Traída en gran medida por unos intelectuales más bien conservadores y perfectamente desnortados, y por unos políticos de derechas oportunistas y con poco caletre, fue rápida y violentamente secuestrada en espíritu, usurpada por una izquierda entre delirante y delincuente, que la sumió en la estupidez y la canallería, como terminaría diagnosticando Marañón, uno de aquellos desnortados intelectuales, que terminó percatándose del desastre. Faena interpretativa completada por una derecha, incluida la franquista, que pasó y sufrió la república y no entendió gran cosa de lo que ocurría. Así hasta hoy, sin que sea posible salir de cuatro estereotipos medio falsarios de un lado o de otro. Todavía sigue hablando todo el mundo del “bando republicano en la guerra civil”. El bando que, precisamente arrasó a la república.
Lo he expuesto con detenimiento en dos libros recientes: La Segunda República. Nacimiento, evolución y destrucción de un régimen, y Por qué el Frente Popular perdió la guerra. Me temo que un tanto en vano, en el ambiente de degradación intelectual y moral que vive el país.
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Una derecha corraleña, o reptiliana
Al analizar al PP hay que partir de sus hechos, del balance de su política, que puede resumirse de modo indudable así: interiormente ha fomentado y financiado los separatismos, sofocando toda resistencia allí donde eran más fuertes, es decir, en Cataluña y Vascongadas, y sustituyéndolos donde eran débiles o apenas existían, como en Galicia, Baleares, Valencia, Canarias o Andalucía. Una segunda línea de su acción ha consistido en secundar las iniciativas del PSOE contra la democracia y la unidad nacional. Y en lo exterior ha regalado la soberanía española a sus “amigos y aliados” de Bruselas o Anglolandia, fomentando la colonización cultural y la satelización política y militar. Estos son los hechos indiscutibles y no es posible eludirlos, de una trayectoria de muchos años ya. Este es el PP, y que recubra tales fechorías con esta o la otra retórica o con maniobrillas pesebreras no cambiará la realidad.
Semejante deriva, poco esperable hace 40 años, tiene una explicación: la renuncia a la historia y a la lucha cultural, sustituidas por una gestión económica, por lo demás poco brillante, en la que pretende concentrar y justificar su política. Pero, aunque quiera olvidar la historia y el origen de una democracia cada vez más podrida, la realidad sigue ahí, y sus debilísimos intelectuales no tienen más remedio que recurrir a ella de vez en cuando: así un tal Pedro Corral, diputado del PP y autor de interpretaciones de la guerra civil al nivel corraleño de ese partido. La guerra civil sucedió por algo: concretamente, porque sovietizantes y separatistas, con sus auxiliares republicanos de izquierda, amenazaban la propia existencia de la nación española y de su cultura, que unos querían sustituir por una imitación de la soviética y otros por demagogias desde versiones ridículas de la propia historia de España. Esa amenaza fue cobrando fuerza creciente en la república, con rebeliones armadas y finalmente con fraude electoral e imposición de un régimen de terror. Como llegaría a decir Besteiro, el mérito de salvar a España de tales peligros correspondía a los que se había sublevado contra ellos, contra el Frente Popular.
Pero el PP y sus historiadores corrraleños no están de acuerdo: los que estaban destruyendo el país y los que impidieron su destrucción era igual de malos. Unamuno, que en política apenas dijo ni hizo más que disparates, sacó lo de “los hunos y los hotros”, un juego de palabras tonto y falsamente moralista, como el de los que se sienten por encima hablando de “guerra incivil”. Su análisis no llega más allá. Los españoles, en general, sean del bando que sean, resultan unos necios violentos y arbitrarios, que se dejan arrastrar o conducir como rebaño por los peores de ellos, por los “canallas y sádicos sayones” en palabras del sandio antiespañol Pedro J. Naturalmente, quedan ellos mismos, que se autodenominan “tercera España”, identificándose con los que por miedo disfrazado a veces de indignación moral procuraron ponerse a salvo después de haber sido inductores de la catástrofe.
Aún está reciente la profanación de la tumba del estadista a quien se debe, principalmente, el mérito del que hablaba Besteiro. Los Pedro Corral y demás corraleños, la Iglesia y la monarquía, colaboraron en el crimen con su silencio. Aunque tales hechos ya suponen algo peor que el vuelo corraleño del que apenas son capaces tales políticos, intelectuales y obispos: suponen un carácter reptiliano.




