Madre Tierra… y Padre Sol / Historia fascinante

La madre tierra… y el padre sol

Escribe Cristina Losada en LD: “Cómo pueden votar contra Dios? Dios se enfada de vez en cuando y esta ley nos ayudará a calmarlo”. Supongamos que un dirigente político hubiera dicho tal cosa. No un dirigente político de una teocracia (…) sino de una democracia. Y no de una democracia del montón, sino de una de las potencias democráticas del mundo. ¿Qué se hubiera pensado y dicho de una declaración como la que encabeza el párrafo?  No es difícil de imaginar qué se hubiera dicho, y qué hubieran dicho los laicistas de oficio. Pero lo interesante es que no estallaría ningún escándalo si en el lugar de Dios, exactamente en su sitio, ponemos a la Madre Tierra. Esa deidad está admitida. Plenamente. Por eso, una política como la presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, puede decir: “¿Cómo pueden votar contra la Madre Tierra? La Madre Tierra se enfada de vez en cuando y esta ley nos ayudará a afrontar todo eso”. Pelosi puede decir eso tranquilamente, sin que nadie se lleve las manos a la cabeza, por ejemplo, en señal de luto por la racionalidad”.

Se me ocurren algunas observaciones

a) El nuevo culto de la  Madre Tierra, que también parece venerar Pancho I, está íntimamente ligado a las ideologías LGTBI, que a su vez descansan, confesada o inconfesadamente, acertada o erróneamente, en la idea de que la población humana debe disminuir porque está alterando el “equilibrio ecológico”  del planeta, cosa que enfada mucho a la Madre Tierra, la cual castiga al hombre con el “cambio climático”.

b) Nadie sabe si se está produciendo un cambio climático a largo plazo, ni si el mismo sería  hacia una era más cálida o más fría. Pero los ecologistas parecen seguros:  sí está habiendo un cambio a largo plazo, y hay un culpable del mismo: el hombre, que cabrea así a la Madre Tierra. Es posible que haya algo de eso, pues la acción humana altera las condiciones  ecológicas en su beneficio. Solo que pretender que ello perjudica “al planeta”  es pura especulación de parte de quienes se creen las voces de la nueva diosa.

c) Los cambios climáticos que registra la historia geológica conocida, ya desde mucho antes de la aparición del hombre, se deben en parte, sin duda, a fenómenos, desde luego muy poco conocidos, de la propia tierra. Quizá el hombre, por asegurar su supervivencia, pueda llegar a dominarlos mediante la técnica, y quizá no. Pero hay otros fenómenos que escapan y previsiblemente escaparán siempre a sus capacidades: la actividad solar, que a su vez, dista bastante de ser regular, tranquila y previsible. El Padre Sol, fecundador de la Madre Tierra, resulta mucho menos controlable que esta. Si los cambios climáticos se deben a su actividad, habrá muy poco que hacer al respecto, solo confiar en que no se vuelvan catastróficos para nosotros.

d) Lo que expresa el nuevo culto  es una angustia profunda en la psique humana ante su destino, angustia fácilmente transformable en histeria. Y no es en absoluto irracional (Lo irracional en la Pelosi es creerse la voz de la Madre Tierra). La razón nos indica que el ser humano tiene capacidades dependientes hasta cierto punto de su voluntad, pero que, en definitiva, lo más esencial escapa por completo a sus capacidades y voluntad. El sentimiento religioso no es irracional, es perfectamente lógico, en su origen una especie de terror cósmico o telúrico, que trata de hacer benévolas a esas fuerzas superiores. La idea científica es que, efectivamente, existen leyes a las que no podemos escapar, pero que las mismas son totalmente indiferentes a los deseos, anhelos  e intereses humanos. Lo cual no calma precisamente la angustia.

e) Episodios de histeria colectiva ha habido muchos en la historia, y creo que estamos ante uno de ellos. Y ya que partimos de la  Pelosi, esa histeria está polarizando a la sociedad useña hasta el punto de una guerra civil latente, que, aunque improbable, no es imposible. Lo mismo se manifiesta en la actitud continuamente provocadora de la Pelosi, la Kamala y sobre todo el perturbado Biden, empujando a la guerra de Ucrania y embrollando las relaciones con China hasta un punto que hace temer a Kissinger (y no solo a él) una guerra general. Una guerra nuclear haría descender muy notablemente la población mundial, culpable de incomodar  a la Madre Tierra. Y la necesidad de este descenso es uno de los tópicos de sus adoradores.

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Historia fascinante

Me comenta un amigo lo fascinante que le ha resultado la historia de España en su época de hegemonía, después de haber leído mi libro. “La imagen que tenía de aquel tiempo era más bien pesada y poco agradable”. Le digo que, efectivamente, lo es , por obra de numerosos historiadores e intelectuales a su vez pesados y mediocres. Esa historia es apasionante mientras que, hay que reconocerlo, el siglo XVIII resulta un tanto romo, comparado con lo anterior, y el XIX  y la mayor parte del XX es una época bastante estúpida.

Como la historia economicista o tecnicista se ha impuesto, se ha vuelto incomprensible que un país que, según Kamen, era “pobre, poco poblado y aislado de Europa”, y según la mayoría de los expertos destacaba por su pobreza y poca población,  pudiera no solo ganar  la hegemonía en Europa, sino descubrir el mundo y abrir una nueva era en la historia humana. Como en su cabeza no entra que un país así descrito pudiera haber logrado tales cosas, o destacan los factores que las  habrían hecho imposibles, o directamente las niegan, como hace Kamen, o las desvalorizan como Joseph Pérez, tan premiado por  el oficioso y anodino  mundillo intelectual-político hispano. Sin ser pobre, España era menos rica que otros países, que sin embargo tardaron un siglo en empezar a emular los logros españoles, limitándose hasta entonces a parasitarlos. Así fue, y esto es precisamente lo que vuelve tan fascinante aquella historia. 

Sí, podemos estar orgullosos de aquellos antepasados. No podemos estarlo, en cambio, de nuestro presente, de nosotros mismos. 

 

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Silenciado, no controvertido

 

Parece que Los mitos de la guerra civil está teniendo éxito en Francia:  https://twitter.com/Le_Figaro/status/1557736595150757888?s=19. Este vídeo tiene 1.1 millones de reproducciones, y  el libro en Amazon está en el nº 1 de ventas de historia del siglo XX. Sería interesante que en España también se difundiera mucho, sobre todo entre los periodistas, aunque pocos sepan francés. Porque el libro fue sometido a un estricto muro de silencio en Europa occidental y Usa, lo que ha ayudado a que las gentes de la “memoria” lo hayan hecho olvidar en la propia España. Pero la verdad es que si el libro tiene razón, el 90% de lo que se ha publicado sobre la guerra civil (y sus consecuencias) en España o fuera, son  fábulas y manipulaciones. Y que Los mitos  tiene razón lo demuestran los mismos fabuladores al ser incapaces de aceptar un debate, y en cambio  responder con   leyes liberticidas.

Ya están saliendo algunas réplicas. Observen por ejemplo la del panfleto Huffington Post en francés: acusa a Le Figaro de “revisionismo sobre Franco” por “dar la palabra a un historiador muy controvertido”.  ¿Se puede expresar mejor toda una concepción “intelectual”?:  hay que impedir la controversia, hay que negar la palabra a quien “revise” las versiones que pretenden  perpetuarse como dogmas.

Porque, efectivamente, soy revisionista, que es lo contrario de dogmatista Y porque soy consciente de que casi todo lo que se ha publicado sobre Franco en España y fuera está basado directa o indirectamente en la propaganda comunista, y es perfectamente falso.

Y miente el Huffington  al llamarme “controvertido”. Debería decir mejor silenciado. En Francia lo ha estado  el libro hasta hace pocos meses, en Inglaterra,  Usa,  Alemania o Italia  sin cambios hasta ahora;  y en España, donde no ha habido controversia o debate digno de ese nombre, se intenta con leyes totalitarias.

Pero por fin, veinte años después de publicado el libro,  se ha abierto una brecha en el muro de silencio. Quizá empiece así su derrumbe.

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Charlatanería y estafa

En junio-agosto del año pasado publiqué en el blog una recopilación de artículos críticos, que titulé “Galería de charlatanes”, y que recojo ahora aquí. Abarcaba desde Joseph Pérez a Ángel Viñas, pasando por Preston y tantos más. Alguno me reprochó entonces que calificara de ese modo a historiadores reconocidos, con currículos impresionantes y premios oficiales. Para entenderlo deben tenerse en cuenta tres aspectos: a) Las leyes de “memoria” a la soviética, que casi todos sustentan intelectualmente o a las que, en el mejor de los casos, no han hecho oposición clara, lo cual ya es bastante definitorio. b) El fondo común de las versiones históricas que defienden prácticamente todos los denominados charlatanes. c ) La distinción entre enfoques y detalles, o, de otro modo, entre el estudio de los sucesos y el del encuadre general de ellos.

Las leyes de memoria llamada histórica o para más injuria “democrática” significan que unos políticos, generalmente incultos y a menudo corruptos, pretenden dictar a los españoles lo que deben creer y pensar sobre la guerra civil y el franquismo, dos sucesos clave que han modelado la historia de España hasta hoy. Pretensión en sí misma corrupta y un ataque en toda regla a las libertades democráticas más elementales, y entre ellas, de modo destacado, a las propiamente universitarias de investigación y cátedra. El asunto entraña tal gravedad que debemos preguntarnos, ¿cómo es posible que la osadía de tales políticos de fuerte tradición liberticida, nuevamente confirmada, no haya provocado una auténtica revuelta en la universidad? La única respuesta posible es que la universidad se ha degradado a límites insondables, pues precisamente esos políticos apoyan sus leyes en una corriente o gremio de profesores universitarios, aquí tratados de charlatanes. Ese gremio se ha impuesto en la universidad al punto de que los profesores disconformes apenas osan levantar la voz, por temor a verse aplastados con consignas políticas, condenados a una suerte de aislamiento, y ahora atemorizados por la amenaza de fuertes multas. Tenemos entonces por un lado a los profesores inspiradores de las citadas leyes, y por otra los que apenas les hacen resistencia, lo cual termina por ser una forma de complicidad.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Desde los años 80 se consolidó en la universidad la aludida versión histórica con formas agresivas y amenazantes, que tachaban cualquier discrepancia de fascista o franquista, condenando a quien levantase la voz a una especie de muerte académica, como pasó con Ricardo de la Cierva, el disidente más destacado, y a su exclusión de las bibliografías universitarias. Agresividad despótica que combinaba muy bien con un lenguaje seudohumanitario y sentimental, que llegaba a la cursilería y añadía algo como indignación ética contra el disidente. A principios del siglo actual podía darse por absoluto el triunfo del que se llamaba a sí mismo “gremio de los historiadores”, y sus “consensos básicos”, apoyados por los grandes medios de masas y partidos, incluido el PP, que en 2002 condenó oficialmente el alzamiento del 18 de julio del 36, con lo que no solo condenaba a sus propios padres y abuelos, sino que dejaba en el aire la transición, la democracia y la monarquía, salidas finalmente del suceso histórico condenado. No había necesidad de ninguna ley, simplemente la versión de había vuelto oficial en la práctica, en la política y hasta en la sociedad.

En estas circunstancias, llegué por mi cuenta, examinando entre otros los archivos del PSOE, a conclusiones muy contrarias a las ya dominantes, y publiqué en 1999 Los orígenes de la guerra civil, seguido de otros dos títulos. Apenas hubo reacción gremial, pues estos libros, de escasa difusión, quedarían como unas curiosidades más, desdeñosamente marginadas en la gran corriente oficialista. Sin embargo, en 2003 ocurrió algo nuevo: Los mitos de la guerra civil, no solo desmontaba en puntos clave la versión oficializada, sino que tuvo un éxito de público impresionante, haciendo peligrar los “consensos” entonces alcanzados. Lo cual causó una alborotada furia en el gremio y en medios periodísticos, políticos y sindicales, con clamores de censura contra “el revisionismo”, el “neofranquismo”, etc. Exigencias que han desembocado en las leyes de “memoria” contra las libertades democráticas… ¡en nombre de la democracia!. Al modo staliniano.

Llamar charlatanes a tales universitarios y a los que callan ante ellos resulta algo inadecuado y en cierto modo eufemístico. Por supuesto, tienen derecho a exponer sus versiones, que en principio podrían acercarse a la verdad histórica…, sólo que si fueran veraces no precisarían imponerlas por ley, sino que prevalecerían en un debate intelectual, como pasa en las democracias y parecía haber ocurrido ya a principios de siglo.

En cuanto al común esquema historiográfico base de las leyes de memoria, puede resumirse así: en los años 30, unas fuerzas reaccionarias o fascistas, sintiendo amenazados sus privilegios por las reformas progresistas y democráticas de la II República, se rebelaron contra esta provocando una sangrienta guerra civil. Ganaron la guerra combinando el apoyo de la Italia fascista y sobre todo de la Alemania nazi, con una feroz represión sobre el pueblo trabajador, causante de infinidad de víctimas entre los demócratas republicanos. Luego, durante casi cuarenta años, sometieron a España a una brutal dictadura, oscurantista y explotadora, residuo del fascismo derrotado en la II Guerra Mundial. Si bien, aceptan algunos, desde finales de los años 50, el régimen se vio forzado a liberalizarse levemente y el país logró una modesta mejora económica, superando un poco los primeros “veinte años perdidos”. Añádase que el jefe de la reacción o fascismo, Francisco Franco, sería un sujeto tan malvado como mediocre, ignorante y tosco, militar y políticamente.

Este es, con tales o cuales matices, el fondo del relato común prevaleciente en la universidad y en la política españolas desde los años ochenta, hasta el punto de haber sido aceptada en lo esencial por corrientes católicas y políticas derivadas directamente de aquel régimen “opresor, explotador y oscurantista”. A poco que se piense, el relato no solo choca con multitud de hechos y detalles bien conocidos, sino que se contradice de modo esencial: ¿cómo podría el franquismo, dirigido por un inepto, haber vencido a fuerzas y dirigentes mucho más ilustrados y capaces, haber escapado a la guerra mundial y haberse mantenido hasta el final sobre un pueblo en estado de rebeldía latente contra tanta opresión y en un medio internacional, sobre todo europeo, que lo execraba? No resulta fácil explicarlo, máxime cuando el número de presos antifranquistas fue muy pequeño desde finales de los años 40. De entrada ya cabe sospechar que las versiones “memoriadoras” son pura palabrería o tienen demasiado de ella.  Todo el problema se resume en el aserto “teórico” de que el franquismo fue una dictadura, y por tanto contrario a la democracia, una simplificación que sería simplemente burda si no fuera deliberadamente falsaria. ¿Quiénes representaban la democracia? ¿Eran los demócratas los partidos sovietizantes PSOE, PCE y otros que atacaron a la república buguesa hasta destruir su legalidad? ¿Eran demócratas los comunistas que constituyeron la casi única oposición real al franquismo? ¿Podía haber salido de ellos una democracia? Sabemos bien quiénes hicieron inviable la democracia en la II República, de dónde ha salido la democracia actual y quiénes la están destruyendo con leyes como las de memoria.

 

El tercer punto exige, como decía, distinguir dos aspectos en el relato historiográfico: los sucesos y detalles parciales estudiados con mayor o menor precisión metódica, por una parte, y el enfoque o concepción general con que se los encuadra por otra. Un enfoque falso desvirtúa o distorsiona en profundidad el relato, aunque puede dar lugar a infinitos trabajos parciales: baste pensar en la inmensa bibliografía generada por el marxismo. Sin duda muchos de los que autores aquí criticados han hecho estudios más o menos acertados sobre cuestiones parciales o de detalle, pero si, como ha sido demasiado frecuente, enfocan la historia reciente de España como originada en una guerra civil de reaccionarios o fascistas contra demócratas republicanos, ya todo va mal, aun si aciertan en tales o cuales puntos. Es como reconstruir una estatua pegando los pies a la cabeza, o fabricar un coche con buenos materiales, pero con volante rígido, ruedas desiguales o tubo de escape orientado al interior, etc. El coche no funcionaría, y sus elementos, por buenos que fueran, solo serían útiles como material de desguace.

Así sucede cuando la historia general se distorsiona mediante “metodologías” marxistas o similares (las he llamado lisenkianas en honor al ilustre biólogo soviético Lisenko, que casi arruinó la agricultura rusa), o acordes en líneas generales con la leyenda negra. Julián Marías lo expresó justamente en su España inteligible (de enfoque tan distinto a los dislates historiográficos de su maestro Ortega): “Explican la hegemonía española destacando los rasgos que la habrían hecho imposible”. En otras palabras: esos autores pueden ser maestros en algunos asuntos parciales, secundarios o de detalle, pero falseadores en el conjunto. En ese sentido cabe hablar de charlatanería.

Los historiadores nunca podemos estar por completo seguros de nuestras conclusiones o tesis, pues percibimos la gran variedad de factores y perspectivas que pueden entrar y combinarse en casi cualquier suceso. La historiografía consiste en una pugna por acercarse a la verdad del pasado, nunca plenamente alcanzada, aunque hay grandes diferencias de aproximación; o incluso alejamiento de la verdad, motivado por otros intereses. Por ello estamos siempre dispuestos a la crítica y el debate público, que he ofrecido innumerables veces. Pero el charlatán rechaza el debate, y se entiende por qué: teme, es más, está seguro de perderlo, por lo que recurre a descalificaciones arbitrarias, a menudo personales y amenazantes, para finalmente buscar refugio en tales leyes. Qué mejor prueba de que ellos mismos perciben, aunque sea oscuramente, la falsedad de sus tesis.

Por mi parte, ya que no querían debatir (salvo raras excepciones, y a medias, como veremos), me he ocupado en someter a crítica libros o artículos de los más significados. Lo hice durante años, en el periódico Libertad digital sobre todo. Algunos de los criticados han fallecido, pero casi ninguno juzgó oportuno en su momento contestar a las críticas, se ve que tenían más que hacer. Por lo común prefirieron el silencio acompañado de poses de superioridad, mezcla de pedantería e insospechada arrogancia infantil: ¿cómo iban a dignarse a cuestionar, máxime con alguien ajeno al “gremio”, los tópicos con los que han forjado sus carreras y prestigios?

Tarea para mí harto pesada, pues obligaba a repetir e insistir mucho en los temas clave, a menudo desfigurados con datos secundarios o tergiversados: pero tarea necesaria por su relevancia no solo académica sino también política actual. Porque ¿no tiene algo de extraño y hasta enfermizo esa cerrazón fanática en torno a una guerra terminada hace más de ochenta años, o un régimen franquista inexistente desde hace cuarenta y cinco? Pero el cerrilismo tiene su propia racionalidad, pues la identificación con los vencidos en la guerra civil y la repulsa radical al franquismo se usan como supuesta autoridad moral que cubre muy bien a políticas actuales, así sean corruptas o liberticidas. Sirve para que partidos y políticos de la “memoria”, sean etarras o golpistas separatistas, comunistas y socialistas, hasta la derecha PP, se presenten como demócratas y autores de una democracia con cuyo origen no tuvieron en rigor casi nada que ver. La verborrea sobre el pasado  sirve así a la estafa en el presente. Pero clarificar el pasado ayuda a clarificar el presente y a despejar el porvenir.

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Kamen, Joseph Pérez y mil enemigos más de la Reconquista

 

España es un país de lengua y derecho latinos, religión mayoritaria cristiana y que ha compartido, con particularidades propias, los grandes movimientos generadores de lo que llamamos cultura o civilización europea: monasterial, románico, gótico, humanista, barroco, ilustrado e ideológico. Ello establece un nexo de unión fundamental con la expansión cultural romana a partir de la derrota de Cartago. Sin embargo, ese nexo fue roto, y de un modo que pudo ser definitivo, por la invasión musulmana de 711, que supuso una transformación radical religiosa, política, lingüística y cultural en conjunto. Desde la invasión se irían imponiendo el islam, la lengua árabe, el derecho musulmán o sharía, la poligamia, costumbres distintas de las anteriores, extendidas desde la vestimenta hasta la gastronomía. En una palabra, la nación hispanogoda de  Spania quedó sustituida por Al Ándalus o Alandalús, una cultura asiático-africana.

Por consiguiente, España desapareció, pero no del todo. Gran parte de la población, aunque en descenso,  conservó su lengua y religión  bajo la dura ley de los dominadores, y, sobre todo, surgieron en regiones norteñas de difícil acceso, pobres y de población dispersa, núcleos de resistencia que se identificaban con el reino anterior, es decir, con España. Siguió de allí una larga lucha con infinidad de alternativas, divisiones, formación de reinos diversos por una y otra parte,  y, en España, una tensión constante entre impulsos unificadores y disgregadores, hasta que, cinco siglos después, Al Ándalus quedó reducido a Granada, una pequeña parte de la península. Y la Granada islámica terminó de ser derrotada por los españoles en 1492, año simbólico, pues fue también el del descubrimiento de América, que abrió una nueva era en la historia humana. Casi ocho siglos había durado una pugna comenzada de modo casi inverosímil, y en la que la parte española y cristiana corrió a menudo el peligro de resultar aplastada por fuerzas superiores. Ha sido un hecho muy raro que un país conquistado por el islam retornase al cristianismo. También que no hubiera quedado una península dividida al modo de la balcánica, sino básicamente unificada, con la excepción menor de Portugal.

Esta es la historia que denominamos Reconquista, y su evidencia no exige mayor discurso: sin ella, la península se integraría hoy culturalmente en el Magreb, como parte de los más extensos territorios del islam. El concepto de reconquista ha sido y es utilizado corrientemente por historiadores como M. González Jiménez, Stanley Payne, Serafín Fanjul, Luis Suárez, D. W. Lomax, Javier Esparza, Luis Molina, J. A. Maravall, P. Linehan, Menéndez Pidal, M. A. Ladero Quesada,  P. Guichard, A. Vanolli y tantos más.

Sin embargo ese concepto no es del agrado de una serie de intelectuales, periodistas y políticos, que lo denigran suponiendo que Al Ándalus representaba a “los tolerantes, los cultos, los ricos y los buenos”, en oposición a los hispanos cristianos, tildados a menudo de fanáticos y tiránicos. Algunos hasta han negado la invasión musulmana, o inventado una resistencia asturiana sin la menor motivación  u objetivo político, y completamente ajena al recién caído reino hispanogodo. No vamos a entrar aquí en debates tan obviamente absurdos, que he tratado con alguna extensión en el libro La Reconquista y España.

Señalaré, no obstante, que desde principios del siglo XX se ha abierto una corriente que simplemente niega la existencia histórica de la Reconquista, con argumentos tan arbitrarios como que una empresa de ocho siglos no puede llamarse así (Ortega y Gasset); o bien que quizá sirva la palabra, pero solo a partir del siglo X u XI, porque antes no existiría un concepto de España (García de Cortázar, Joseph Pérez); o que, a lo largo de aquellos siglos se formaron varios reinos cristianos en España, a menudo en lucha entre ellos, a veces tributarios de los musulmanes, o que hubo relaciones comerciales y culturales con Al Ándalus, tanto en su época unitaria como cuando se disgregó en taifas. Esta versión la sostiene Kamen, por ejemplo, y hoy una multitud de profesores universitarios, y lo curioso es que lo hacen con verdadero odio y despotismo, prohibiendo a sus alumnos utilizar el término Reconquista. Dicen que no es “científico”. Para sus ensueños, al Ándalus subsiste de algún modo, o debería subsistir, aunque ellos tengan que expresarse en español y no en árabe, y practicar la monogamia, al menos exteriormente.

Otros (un tal J.Peña, entre muchos) aducen que la palabra es reciente, del siglo XIX, producto de un “nacionalismo español” sobrevenido y para ellos odioso. Claro, el término tradicional solía ser Restauración, que venía a ser lo mismo, solo que Reconquista otorga al concepto el contenido bélico que efectivamente tuvo: España y Al Ándalus se sentían incompatibles política, religiosa y culturalmente. La cuestión, en sí misma ridícula, ha empeorado con un antifranquismo grotesco: el concepto, con uno un otro nombre, data de los primeros documentos de la resistencia asturiana, pero para esta corriente basta que el franquismo haya reconocido esa larguísima tradición, para  rechazarla.

El indudable hecho es, como señalé al principio, que la realidad política y cultural de España que tenemos ante nuestros ojos, se formó en tiempos de Roma y del reino hispanogodo, y que su transformación radical por el islam terminó siendo derrotada en toda la península, sin que quedasen de ella más que restos arqueológicos y algún léxico y costumbres, de modo similar a lo que en el Magreb queda de las pujantes culturas cristianas anteriores a la invasión árabe. El odio al concepto de reconquista –pues se trata de auténtico odio que no repara en hechos o razones– encubre un odio más general a la idea misma de España, que sin la Reconquista estaría balcanizada en una serie de pequeños estados hostiles entre sí y objeto de las maniobras de otras potencias. Y no es así lo que ocurre, pero es el objetivo, generalmente inconfesado, pero bien  claro,  de los enemigos de la Reconquista.

 

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Quién fue Franco y quiénes los antifranquistas

Quién fue Franco

 De Francisco Franco se puede afirmar con certeza lo siquiente:

  1. Se educó, civil y militarmente, en el régimen liberal de la Restauración (1875-1923), e hizo una brillante carrera militar en Marruecos.

  2. En 1930 se declaró partidario de una democracia ordenada en contraposición con su hermano Ramón, golpista republicano.

  3. Preocupado por las violentas derivas de una caótica democracia republicana, defendió no obstante al régimen contra el alzamiento armado del PSOE y la Esquerra, en octubre de 1934, a cuya derrota contribuyó. Y no intentó ningún contragolpe.

  4. Aunque de preferencias monárquicas, aceptó y respetó la legalidad republicana más que cualquier político, en especial los de izquierda y separatistas, que conspiraron contra ella y realizaron golpes de estado. Y no participó en ningún golpe o proyecto de golpe de la derecha.

  5. En 1936 no se alzó contra la república, sino contra un frente popular que precisamente acababa de destruir el régimen tras unas elecciones fraudulentas. Después de haber fracasado en su insurrección de 1934.

  6. Mantuvo durante la guerra civil plena independencia política y militar ante Hitler y Mussolini, pese a disponer de muy escasos recursos financieros y comprar su ayuda a crédito.

  7. No perdió ninguna batalla, aunque fracasara inicialmente ante Madrid; y ganó la guerra. partiendo de una inferioridad de recursos que a casi cualquier otro le habría inducido a abandonar ya al principio. Y derrotó después a una peligrosa guerrilla comunista (el maquis) Esto puede decirse de muy pocos generales del siglo XX en cualquier país.

  8. No solo no se supeditó a Hitler y Mussolini durante la guerra civil, sino que evitó a España la mundial, y nadie más que él podría haberlo hecho, pese a las presiones de Hitler, sorteando también las amenazas y chantajes de los Aliados cuando estos iban ganando.

  9. Para entonces había llegado a dos conclusiones generales. a) que la democracia era inviable en un país como la España republicana, empobrecida, de grandes desigualdades sociales, repleta de odios políticos y con partidos exclusivistas y sin visión del interés general. Y b) que después de la durísima prueba de la república, el frente popular y la guerra, el país necesitaba un largo período para reponerse, superar la miseria y los odios que hacían imposible una convivencia en paz y en libertad. Y que ese período debía corresponder a una dictadura en la que no existieran partidos.

  10. No obstante, el franquismo no correspondió del todo a esa concepción. De hecho era un régimen de cuatro partidos, llamados “familias”: carlistas, falangistas, monárquicos y los más decisivos católicos políticos ligados al episcopado. Franco arbitraba entre ellos para impedir que sus fuertes diferencias se hicieran antagónicas.

  11. El franquismo nunca tuvo verdadera oposición democrática, sino totalitaria, es decir, comunista y/o terrorista. Los presos políticos fueron muy pocos a partir de los años 50.

  12. Franco y su régimen resistieron un aislamiento delictivo decretado contra el país, pese a no haber participado en la guerra mundial, por las potencias vencedoras (soviéticos y anglosajones principalmente). Y en las más difíciles circunstancias reconstruyeron el país con éxito notable. Sin la deuda política del resto de Europa occidental con los ejércitos useño y soviético, ni con el Plan Marshall.

  13. Dejó al morir un país más próspero que nunca antes, libre de los odios que habían destrozado a la república, lo que permitió el paso a una democracia en principio no convulsa y con una monarquía reinstaurada por él.

En resumen, cabe afirmar que durante cuarenta años venció a todos sus enemigos, interiores y exteriores, a menudo muy poderosos y de gran peligrosidad. Todo esto es la evidencia misma y sin embargo, por ello mismo resulta inadmisible para quienes se empeñan en derrotarlo “por ley” varias décadas después de fallecido. Así, nos enteran de que fue militarmente inepto o mediocre, un dictador políticamente tan incapaz como brutal, sin verdadera inteligencia suplida por una astucia aldeana o “gallega”…, con la que al parecer superaba todos los obstáculos y derrotaba a todos sus adversarios. ¡Cuántos historiadores o seudohistoriadores trazan semejante retrato! Ahora, ¿pintan con él a Franco o a sí mismos?

Un problema particular, al margen del anterior, es el del carácter de su régimen. ¿Fue una dictadura? Se lo puede conceptuar así, por carecer de elecciones generales de partidos, por la restricción de las libertades para los partidos que habían perdido la guerra después de haberla organizado y provocado, y por los poderes excepcionales asumidos por Franco. Sin embargo hay dictaduras y dictaduras, como hay democracias y democracias. Las democracias no funcionan bien, y puede llegar a autodestruirse, en sociedades muy desiguales, pobres y plagadas de partidismos irreconciliables, como fue precisamente la II República. Y en el mundo actual abundan las democracias formales, pero caóticas y corruptas, hacia las que viene derivando la española actual. La dictadura de Franco no fue tiránica, sino progresivamente liberalizadora, reconstituyó literalmente a la sociedad española y la dejó preparada para una convivencia en paz y libertad, que es a lo que aspiran en general las democracias reales. Fue un régimen legitimado por las circunstancias históricas y también democráticamente por el referéndum de diciembre de 1976, cuyo olvido sistemático ha llevado a la democracia actual a bambolearse perdiendo sus raíces históricas a merced de cualquier usurpación. Plantear la cuestión de otro modo nos lleva a absurdos como una democracia con leyes tiránicas como las de memoria, al gusto de etarras, comunistas separatistas o socialistas...

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