Aliados fiables / Ortega contra España / El PSOE combate a un franquismo ya inexistente

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Aliados fiables

**VOX es fuerte estratégicamente, aunque cometa errores tácticos, porque defiende la unidad nacional, la democracia y la continuidad histórica de España. No obstante, se queda a medias: la continuidad histórica exige la vindicación de Franco y una política exterior neutralista ante los grandes conflictos en marcha.

**El hecho de que todos los corruptos partidos y medios de masas concentren su artillería en tratar de hundir a VOX demuestra dos cosas: que VOX es la alternativa, y que le tienen pánico  por eso.

**Muchos analistas arguyen triunfalmente: lo presenten como lo presenten, ha sido Rusia la que ha invadido Ucrania, y eso define la cuestión. Les digo:  “Usted ve cómo un hombre derriba a otro de un puñetazo en la calle y concluye: el primero es un violento agresor. Sin embargo no ha visto que la “víctima” intentaba robarle  la cartera o le amenazaba con una navaja”. Con los acuerdos de Minsk, Rusia trató de evitar la guerra, y después detenerla con las negociaciones en Turquía. En ambos casos la OTAN y la UE sabotearon dichos acuerdos y convencieron a Zelenski de que derrotaría a Rusia  con la ayuda que iban a darle.

**Se llenan la boca los políticos hablando de que España debe ser “un aliado fiable” para la OTAN. Ninguno se plantea si la OTAN es un aliado fiable para España.

**Me critica un amigo arguyendo que “mi tesis sobre la neutralidad de España es puro egoísmo, pensando solo en los intereses españoles y  aislándolos de los de Europa, “en la que estamos, querámoslo o no”. No es egoísmo, es la pura y simple constatación de que la OTAN no defiende (ni tiene por qué) nuestros intereses, sino preferentemente los de Usa e Inglaterra. Y que la neutralidad española fue y volvería a ser  un gran bien no solo para España, sino también para el resto de Europa.

**Dice Luis del Pino que una guerra general en Europa es impensable. Es improbable, por sus consecuencias devastadoras. Pero no es impensable ni mucho menos. La UE y la OTAN cuentan con sacrificar a Ucrania para hundir a Rusia, pero están fracasando, y de ahí los llamamientos de los gobiernos de la UE a prepararse para una guerra mucho mayor. Y la historia demuestra como estos conflictos pueden descontrolarse.

**Un pedantuelo me critica por hablar de Inglaterra, en lugar de Reino Unido, que abrevia en UK. Pero nadie habla de “reinounidenses”. Y “británicos” tampoco es correcto, porque incluye a Irlanda. En cambio Inglaterra constituye el contenido fundamental idiomático, cultural, político e histórico de ese UK. Siendo así, es más adecuado hablar de Inglaterra e ingleses. Por cierto que no tiene nada que ver con el caso de España.

**Otra confusión se da con la palabra Holanda, que todos los pedantes sustituyen por “Países Bajos”. Pero los Países Bajos abarcan también a Bélgica y creo que a Luxemburgo. Claro que Holanda es solo una parte de los neopaísesbajos. El pequeño lío se supera simplemente utilizando la palabra tradicional en español: Holanda. 

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 Ortega y Gasset contra España

Ortega, cuyos méritos filosóficos no voy a discutir, desbarraba sin trabas cuando pontificaba sobre historia y política. Supo condensar magistralmente sus puntos de vista en una simple frase: “España es el problema y Europa la solución”. Para él España había tenido una historia “anormal”, mientras que la de Europa habría sido “normal”. En otras palabras, había que abandonar la España histórica, cultural y real, con sus más y sus menos, diagnosticada como “enferma”,  para asimilarse a la de “Europa” (idea muy al gusto de los separatistas). Pero así como condenaban el pasado español sin la menor crítica,   asimilando la leyenda negra, tampoco hacían el menor esfuerzo crítico o simplemente investigador sobre la supuesta solución (Ortega diría simple o simplonamente que “Europa es la ciencia”, como si para desarrollar esta en España hubiera que romper con su propia historia, es decir, con su propio ser). España siempre había sido parte, y desde luego no insignificante, de una Europa que los europeístas reducían a un seudomito banal.

Pero la realidad se impuso pocos años después de la frase célebre: la “solución” europea se despeñó en la I Guerra Mundial. ¿Y qué proponían aquellos ardientes “europeístas”? Enviar masas de carne de cañón al servicio de Francia e Inglaterra (la de Gibraltar, que jamás les suscitó preocupación alguna). Así se “europeizaría” el país, sin duda. Tampoco analizaron las consecuencias de aquella contienda, que darían lugar a una segunda aún peor. Ni les provocó el menor examen serio la Revolución rusa, que iba a condicionar durante setenta años la historia mundial, y desde luego la de España. ¡Grandes cerebros!

   En fin, todo era retórica intelectualmente vacía, pero no sin consecuencias prácticas. La frase de Ortega ha tenido una influencia gigantesca,  consciente e inconsciente, sobre las políticas que en España llevaron a la guerra civil. Y su influjo se ha reforzado desde la transición, cuyos políticos creían haber hecho entrar a España ¡por fin! en Europa, al tiempo que la dejaban “que no la reconocería ni la madre que la parió”, y de paso iban corroyendo su independencia, y su unidad nacional en favor de los separatismos. Y ahora mismo nos van arrastrando subrepticiamente a una tercera gran matanza que podría ser la última para Europa. 

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

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 El PSOE combate al franquismo, veinte años después.

Como resumen de las tareas socialistas muy sumariamente descritas en estos capítulos, es claro que la democracia, la independencia de España y la integridad nacional, sufrieron serios retrocesos. También ocurrió con los índices sociales. Por ejemplo, la población penal casi cuadriplicó la heredada del franquismo, pasando de ser la más baja de Europa a una de las más altas; la heroína causó estragos, viéndose como un alivio el paso a la cocaína y otras drogas menos mortíferas, en las que España se colocó a la cabeza de Europa; los resultados en la enseñanza fueron a su vez de los peores de Europa. En 1985 se despenalizó el aborto, subiendo su número de 16.200 en 1987 hasta 51.000 el último año de González; asimismo los divorcios pasaron de unos 20.000 en 1983 a 32.500 en 1996 (con las separaciones, el número sería mucho mayor), fenómenos probablemente relacionados con un fomento deliberado de la promiscuidad sexual o con la ética, el hedonismo y el estilo lúdico pregonados. Estos y otros índices suelen interpretarse, por el PSOE y afines, como pruebas de una sana liberación de las costumbres, o de la mujer, o como signos de modernidad. O acaso entendibles también como síntomas de mala salud social.

Si comparamos las políticas del PSOE en la república y en la democracia, encontramos una importante diferencia. A nadie medianamente informado puede caber duda de que el PSOE fue el principal elemento demoledor de la II República, de su legalidad, mientras que en la democracia posfranquista el daño fue mucho menor, con ser muy considerable. La diferencia procede ante todo, apenas precisa insistir en ello, de la muy diferente sociedad heredada, en la que estaban superados las miserias y odios de antaño, y en que los discursos marxistas y revolucionarios calaban con dificultad. No obstante, el partido recuperó o mantuvo algo de sus viejas virtudes, y si la violencia guerracivilista fue su seña de identidad más propia durante la República, la corrupción lo sería en la democracia. Corrupción que solo muy al final le pasaría factura al partido, haciéndole perder la quinta elección, aunque por muy poco.

Los datos obligan a plantear por qué, siendo así, el PSOE logró dos mayorías absolutas, una tercera que prácticamente lo era, y una cuarta relativa. Se han propuesto diversas explicaciones a tal éxito, una de ellas la económica. Puede ocurrir que la sociedad tolere una política perjudicial a la larga a cambio de beneficios pecuniarios a la corta. Y es verdad que hubo cuatro años de euforia, entre 1987 y 1990, ambos incluidos, cuando el PIB creció a una notable media de 4,75%. Sin embargo, el cuatrienio anterior había sido mediocre, del 2,3% (si bien superior a los 1,45 del septenio de UCD). Y los últimos seis años de poder socialista apenas superó el 2%. Por comparación, el crecimiento del PIB en los últimos catorce años del franquismo había alcanzado una media espectacular de casi el 7%, con lo que la aproximación a los países ricos de la CEE había descendido, pese a haber España “entrado en Europa”, por decirlo en el lenguaje de los políticos.

Por consiguiente, la explicación económica no satisface, y menos si atendemos a factores relacionados como la deuda pública, con su carga para el conjunto del PIB, o el desempleo. La deuda, del 7% en el último año de Franco, había subido al 15% en el último de Suárez y al 64% en el último de González. Y la tasa de paro, en torno al 3% al final del franquismo –pleno empleo–, había saltado al 15% en el último año de UCD, y al 22% en el último del PSOE. No obstante, gracias a la solidez de la economía heredada, el paro no acarreaba la miseria de tiempos republicanos, lo que amortiguaba el descontento social. En 1975, España estaba entre la octava y décima potencia industrial del mundo, pero la crisis de 1973 forzó en Europa occidental a reconversiones que provocaron masas de parados. La reorganización industrial, reorientándose la economía más a los servicios, no pudo hacerse con la UCD, por la oposición de los sindicatos, pero la acometió el PSOE, dando lugar a los cuatro años de auge del PIB, aunque después las tasas de crecimiento bajaran, manteniéndose las de desempleo, siempre bastante más altas que en el resto de Europa. Aun así, se mantuvo un crecimiento sobre la base anterior, no brillante pero real.

Por consiguiente, debe buscarse por otro camino la clave del éxito electoral del PSOE . Desde luego, no puede desdeñarse el efecto manipulador, ejercido sin escrúpulo, de su control sobre la televisión, única hasta 1990, y de los grandes medios privados afines al partido. Ya hemos visto con qué frecuencia la triunfal tergiversación de los hechos ha dado buenos frutos al PSOE. Pero es difícil que la manipulación pudiera ejercer su efecto durante tanto tiempo, a la vista de los hechos. Y no menos cierto que fue la existencia o surgimiento de medios independientes en la prensa y la radio, con sus insistentes denuncias, lo que terminó por empujar a González a la derrota en las urnas.

Otro factor explicativo y el de más peso, a mi juicio, fue la debilidad de la oposición. La UCD se había descompuesto internamente, debido a sus políticas erráticas y vaciamiento ideológico, en algo parecido a un suicidio político que había hundido a la derecha en el descrédito popular, bien manifiesto en las elecciones de 1982; y del que no se iba a recobrar pronto. Fraga y su AP sacaron de sus derrotas la lección de que debían imitar a la UCD, exitosa en las dos primeras elecciones, con su europeísmo, “olvido” de la historia reciente, “centrismo” y abandono del terreno cultural a la izquierda y los separatismos para cultivar un economicismo estrecho, con el punto de vista implícito o explícito de que la gente pensaba con el bolsillo, lo que probablemente fuera achaque más bien de aquella misma derecha. Sin embargo no logró pasar de una oposición impotente, que iba aceptando casi inconscientemente la ideología atribuible sobre todo al caletre de Alfonso Guerra, aspirando simplemente a moderarla suavemente.

En 1986, Fraga dimitió y le sucedieron otros jefes de menor talla. En 1989 José María Aznar, más enérgico que los anteriores, impuso mayor disciplina y refundó a AP como PP, manteniéndose en la Internacional Democristiana; la cual ampliaría su nombre, en 2001, con “Demócrata de Centro”. El cambio de AP a PP iba más allá de las siglas: se trataba de renunciar a toda costa a cualquier conexión con el pasado franquista, algo que solo podía lograrse en el campo de la imagen publicitaria, no en el de la historia real. Pero a pesar del fuerte desgaste del PSOE, Aznar no fue capaz de ganar las elecciones de 1993, y tuvo que esperar aún hasta tres años para obtener una victoria muy exigua. La realidad es que los socialistas podían envolver sus políticas en un audaz discurso social y cultural renovador imitado del socialismo francés de Mitterrand, mientras que el PP, carente de discurso propio salvo, y un tanto precariamente, en la economía, simplemente seguía las iniciativas socialistas, haciéndoles críticas de poca monta, sin ejercer de verdadera oposición. En democracia, la oposición tiene valor crucial como freno a las tendencias invasivas de los gobiernos mayoritarios, por lo que la UCD y el PP, al renunciar a un fundamento histórico e intelectual, solo podían actuar como complemento o auxiliar de un PSOE que en cualquier caso marcaba la pauta.

Debe consignarse asimismo la debilidad de la Iglesia desde el Vaticano II, con merma progresiva de la práctica religiosa, pérdida de influencia social, abandono de numerosos clérigos y crisis de las órdenes religiosas, cada año menos pobladas y más envejecidas.

Pese a los factores mencionados, el hartazgo de amplios sectores de la población iba en aumento a principios de los 90; y Pujol rompió su pacto con González, le impidió aprobar los presupuestos y le forzó a elecciones en marzo de 1996. Las cuales perdió González por mínima diferencia, pues su partido creció todavía en casi 300.000 votantes con respecto a 1993, llegando a 9,1 millones…, solo que el PP saltó de 8,2 millones a 9,7.

Tuvo interés la campaña electoral, un tanto chusca: mientras el PP hacía esfuerzos ímprobos por ocultar su origen franquista, el PSOE resucitó la furia antifranquista, antes mantenida algo más en sordina, para acusar a Aznar y los suyos de ser continuadores de una terrible dictadura. Algunos artistas, muy prósperos en el régimen anterior, llegaron a anunciar que en caso de ganar el PP, se exiliarían (no lo hicieron,naturalmente). El PP se representaba como un dóberman amenazante a las libertades y progresos autoatribuidos por los socialistas. La idea, al parecer de Guerra, recordaba las acusaciones de fascismo a la CEDA en los años 30, con su carga guerracivilista, y su mensaje venía a ser: pese a la corrupción, el paro masivo (más de tres millones) y otras muchas averías del PSOE, era preciso votarle para cortar el paso a una vuelta a un pasado siniestro. Aunque el antifranquismo había tenido poco efecto en la transición, con el tiempo había calado en mucha gente: no en vano la derecha había renunciado a la historia, que así podían desfigurar a placer el PSOE y sus aliados. El espectáculo de unos tratando de meter miedo esgrimiendo un franquismo inexistente desde veinte años antes, y otros negando toda relación con él, daba a la política, una vez más, un toque algo grotesco.

Es probable que el antifranquismo ayudara al partido a movilizar a muchos votantes, pero no bastó para contrarrestar el creciente hastío social hacia sus demagogias. La derrota socialista obedeció poco al mensaje un tanto aguado del PP, y mucho más a un extendido descontento de los dudosos logros del PSOE y la repugnancia de muchos hacia su retórica poco menos que guerracivilista. Y, desde luego, a las denuncias de sus corrupciones por una prensa independiente. Fue seguramente más una derrota de los socialistas que una victoria de una alternativa real.

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Según terminaba la SGM, los monárquicos de Don Juan se llenaron de peligrosas ilusiones.  308 – Las ilusiones de los monárquicos antifranquistas | Vox en las elecciones gallegas (youtube.com)

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Ucrania cambia el mundo

Ucrania cambia el mundo

   La guerra de Ucrania está cambiando toda la situación europea, incluso mundial. Un conflicto en principio localizado, se está volviendo cada vez más incontrolable, y varios gobiernos de la UE y de la OTAN ya hablan de extenderla y de emprender una carrera armamentista. La razón de ello es fácil de entender: la UE y la OTAN pensaron que sus sanciones iban a arruinar a Rusia, y sus armas en Ucrania desgastarían al ejército ruso hasta hacerlo inútil. Ninguno de estos cálculos o apuestas  ha funcionado:  Rusia está ganando la guerra, y además creciendo económicamente, mientras que la UE se ha estancado. Aún más grave ha sido la expulsión de Rusia de Europa empujándola hacia China, con la formación de un nuevo y gigantesco bloque que no acepta ya la supremacía occidental que parecía absoluta tras el derrumbe de la URSS.

    El argumento que exhiben los partidarios de ampliar la guerra es que si Rusia gana en Ucrania, atacará a otros países. Esto es sumamente improbable, porque si bien Rusia puede vencer en Ucrania, enfrentarse directamente a la OTAN le sería suicida: basta recordar que los presupuestos militares de la OTAN superan hasta 18 veces los de Rusia. El problema real es que si la OTAN pierde en Ucrania, entrará en una profunda crisis. La guerra de Ucrania es la última por ahora de una sucesión de ellas promovidas por la OTAN y la UE,  que han causado cientos de miles de muertos y millones de desplazados, por los que nadie ha pedido excusas. Ya cuando la derrota de Afganistán se puso en cuestión la utilidad de la OTAN, y ahora una derrota en Ucrania profundizaría mucho más la crisis, de la que se intenta escapar mediante una huida hacia adelante, es decir,  mediante el choque directo con Rusia, que podría hacerse nuclear. Y este es un peligro muy real, más alarmante para quienes conocen un poco la historia del siglo XX.

Y en esta situación se nos plantea forzosamente la posición de España, que es especial y viene determinada  sobre todo por tres grandes factores. En primer lugar, a diferencia del resto de la UE y la OTAN,  España es parte de un gran ámbito cultural compartido con la América hispana y otros países, respecto al cual tenemos un interés y responsabilidad históricas con evidentes proyecciones políticas.gracias a su neutralidad en la SGM. En segundo lugar, España está libre de la enorme deuda moral y política con el ejército useño e indirectamente con el soviético, que afecta al resto de Europa occidental. Esta es una baza moral y política de máximo valor. Lo es obsjetivamente, aunque los gobiernos del PP y del PSOE la ignoren. En tercer lugar, España no tiene ningún conflicto con Rusia, pero sí los tiene, y muy graves aunque se disimulen por sistema, con la OTAN. Rusia no invade a España, pero la segunda potencia importante de la OTAN, Inglaterra, nos invade en un punto tan estratégico como Gibraltar. La OTAN, además, protege a Marruecos, único país en principio que nos amenaza y que después de ocupar el antiguo Sáhara español, reclama Ceuta y Melilla y realiza mil acciones hostiles a España. Ceuta y Melilla no están protegidas por una OTAN que claramente considera que deben pasar antes o después a Marruecos.  Evidentemente, la OTAN no nos protege, sino que nos agrede, directamente en Gibraltar e indirectamente en Marruecos. Por otra parte, tampoco necesitamos su protección frente a un Marruecos hoy por hoy mucho más débil. Obsérvese que la política de los gobiernos, sean del PP o del PSOE, ha consistido en supeditar los intereses de España a los de las potencias dominante en la OTAN y a Marruecos, so capa de amistad y alianza. Obviamente, los intereses de esos gobiernos no coinciden con los de España, ni los de España  con los de Usa e Inglaterra.

   Igual que en la primera y la segunda guerras mundiales, los intereses de España exigen la neutralidad. No se nos pierde nada en esos conflictos y debemos ver la realidad bajo la hojarasca de la propaganda.  La neutralidad fue en los dos casos un inmenso beneficio para España, pero lo fue además para los beligerantes, pues en ambas guerras  España desempeñó un papel humanitario que disminuyó las atrocidades que se cometían más allá de los Pirineos. Baste recordar, en la segunda, que decenas de miles de judíos se salvaron de la persecución nazi gracias, precisamente a la neutralidad española. Y una declaración de neutralidad de España pondría cierto freno a la carrera belicista que parece haberse emprendido. Claro que eso es imposible con los gobiernos actuales, pero es una cuestión fundamental que debe ponerse de una vez sobre la mesa. No dejemos que nos lleven como sonámbulos a una tragedia. Pues lo último que nos conviene es vernos arrastrados a una contienda por intereses ajenos y que, de volverse nuclear acabaría de una vez por todas con la civilización europea, después de que la anterior mundial acabara con toda una era histórica, la europea, precisamente.

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

Según terminaba la SGM, los monárquicos de Don Juan se llenaron de peligrosas ilusiones.  308 – Las ilusiones de los monárquicos antifranquistas | Vox en las elecciones gallegas (youtube.com)

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¿Se entregará el Doctor? / Semprún y Guerra/ La venganza de Garzón

El mensaje oculto del rey. Analizado por Pío Moa y Patricio Lons – YouTube

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¿Se entregará el Doctor a la justicia?

**Dice el doctor que será implacable con la corrupción. ¿Es que piensa ir a la cárcel por propia iniciativa?

** Creo que el problema de VOX es que no ha conseguido explicar con suficiente claridad lo que le diferencia del PP. Cuando su estrategia consiste en ganar diputados en las regiones para “obligar” al PP a radicalizarse, parece un satélite del PP. Ya sé que no es esa la intención, pero es la impresión que deja.

** Un buen programa radiofónico o televisivo, que podría durar algún tiempo, sería el estudio de las rupturas de viejas amistades políticas, convertidas en enemistades acérrimas.

**La política española tiene dos grandes y fundamentales “asignaturas pendientes”: la vindicación del franquismo en lo interior, y la neutralidad en lo exterior.

**La democracia vino y solo pudo venir del franquismo, aunque no fuera un régimen democrático, mientras que el antifranquismo, siempre liberticida, es la desvirtuación radical de la democracia y de la propia historia.

**La neutralidad de España ante los peligrosos preparativos bélicos en Europa, es tan imprescindible como ante las dos guerras mundiales anteriores.

**Dice Macron que hay que prepararse para un ataque de Rusia. Quiere decir, obviamente, para un ataque a Rusia, una vez ha fallado su agente Zelenski.

**A pesar de las sanciones económicas, la economía rusa crece más de lo previsto, con casi pleno empleo y una deuda aceptable, mientras que la de la UE no va bien, especialmente la “locomotora” alemana. Muchos expertos achacan  el éxito ruso a una  militarización de su economía, pero ¿no se ha dicho siempre que la militarización es económicamente perjudicial, o que el crecimiento de la UE se ha debido en gran parte a sus bajos presupuestos militares?

**En la UE creen, como el pensador del PP, que “la economía lo es todo”. De ahí que esperen aplastar a cualquier adversario asfixiando su economía. España sabe de ello, con el aislamiento después de la II Guerra Mundial, derrotado por Franco. En la UE parecen ignorar que existen otros valores, aparte de los monetarios (o los lgtbi).

**¿Recuerdan los análisis de la “inteligencia británica”, tan divulgados y respetados en los serviles medios españoles? Los rusos habrían perdido la guerra a partir del primer mes, habrían perdido la capacidad productiva militar, se habrían quedado sin misiles, los jóvenes rusos huían y había serios problemas para reclutar tropas, los soldados carecían de moral de combate, su técnica armamentística era rudimentaria… Putin estaba enfermo, probablemente de cáncer, las sanciones le impedían acceder a los medicamentos necesarios… Ahora resulta que no solo puede ganar a Zelenski, el agente de la OTAN y la UE, sino incluso, dicen,  atacar directamente a la OTAN, y todos piden “prepararse para la guerra”. Por una vez Burrell ha dicho algo sensato: es muy improbable que Rusia piense en atacar a la OTAN.

**Las pérdidas humanas de los ucranianos son terroríficas, pero en la OTAN y la UE se alegran especulando que las de los rusos son mucho mayores. No es probable que sea así. Se trata de una guerra de desgaste por artillería, en la que los rusos emplean mucha más munición que los ucranianos, hasta cinco veces más, se dice,  lo que revela por parte rusa una economía de sangre propia.

**Es terrorífico el sonambulismo con que los gobiernos del PP y del PSOE están arrastrando al país a una posible guerra europea en la que no se juega nada para España. Y  a las órdenes de Gibraltar.

España fue mucho más que el descubrimiento de América

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Semprún y Guerra.

   Un amigo me ha prestado el libro Federico Sánchez se despide de ustedes, de Jorge Semprún, una especie de memorias un poco adoctrinantes a partir de su experiencia como ministro de Cultura con Felipe González. Experiencia que aprovecha para ajustar cuentas a Alfonso Guerra. El caso es que Semprún era un escritor reconocido dentro y fuera de España, a quien irritaban las  pretensiones intelectuales de Guerra con su abundante pelo de la dehesa y ocurrencias y habilidades de pícaro, o su “donjuanismo andaluz de la más vulgar especie (¡aquellas páginas consagradas a describir sus noches dedicadas a hacer el amor y a escuchar a Mahler!)”. Prosa cipotuda típica, podría decirse (En la era de la prosa cipotuda (elespanol.com). Las pretensiones del oyente de Mahler “sin duda escondían una verdad oscura, tal vez patética, tal vez sencillamente insignificante (…) una exageración infantil”

Sin embargo las ocurrencias de Guerra tenían mucho éxito en el país y en el propio gobierno. Semprún narra cómo llegaba el primero a los consejos y se sentaba en una butaca reservada a él, estudiando aparentemente voluminosos informes:  “Otros se acercaban a él para rendirle cuenta o pleitesía, agazapándose junto a su butaca. A veces, y este era el caso del ministro de Justicia (Múgica) y de Matilde Fernández, ministra de Asuntos Sociales, los impetrantes se ponían francamente de rodillas junto a la butaca de Guerra, como si estuvieran confesándose. Incluso cuando hacía como si estudiara algún dossier,  colocaba ostensiblemente en el brazo de la butaca un libro abierto al revés, de manera que pudiera leerse el título. Hacía el papel de un hombre de Estado estudioso y severo. Tenía esa pose. Confundía en suma el Consejo de Ministros con alguna de las compañías de teatro universitario que había dirigido en su loca juventud”. Lo de la loca juventud está logrado.

    Semprún retrata la mezcla de vulgaridad y farsa que ha caracterizado siempre al PSOE (excluye a Felipe González), si dejamos aparte su impulso cleptocrático.  Claro que Guerra tenía algún mérito: había disciplinado a su partido casi en plan bolchevique, la cual le había permitido llegar en triunfo al poder, mientras la derecha se descomponía, entre otras cosas por falta de disciplina.  Pero Semprún, a su turno, sorprende por el fervor con que parece creerse los más sobados tópicos “progres”: Franco se rebeló contra “el Gobierno legítimo”, murió “firmando las sentencias de muerte de cinco jóvenes antifascistas”, Azaña representaba “la modernidad” (la Santísima virgen de la Modernidad), república y frente popular son indistinguibles, el problema de España consistía en que  “no ha conocido la Reforma protestante”. Cuando entra en este fangal, no sale de él ni tirándose de los pelos hacia arriba, como el barón aquel.

No obstante se felicita de que  “la continuidad histórica, condición de la pacificación de los espíritus,  ha permitido que los magistrados, los profesores, los policías, los banqueros y los pesebreros de todo tipo del antiguo régimen conserven sus puestos y poderes, sus riquezas mal adquiridas y sus redes de influencia”. Es decir, no está a favor de la ruptura, pues supone que aquella mala herencia del franquismo iría disolviéndose con el tiempo.  Pero obsérvese bien: diríase que la continuidad histórica,  la pacificación y la tolerancia provendrían del PSOE y similares, cuando si los socialistas podían obrar políticamente y gobernar, no dejaba de ser, precisamente, por gracia de los franquistas que habían hecho la reforma. Lo de las “riquezas mal adquiridas” tiene especial sentido  en boca de un ministro de un gobierno del PSOE.

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  Según terminaba la SGM, los monárquicos de Don Juan se llenaron de peligrosas ilusiones.  308 – Las ilusiones de los monárquicos antifranquistas | Vox en las elecciones gallegas (youtube.com)

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

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   La venganza de Garzón

Otro problema nada baladí para la nueva democracia era la persistencia de la ETA, que requiere especial examen. El terrorismo del GRAPO y otros era ya marginal y un sector de la ETA se había reinsertado; pero otro continuaba matando y disponía de un partido, Herri Batasuna, aceptado en la legalidad por la UCD y el PSOE, y con una proporción de votos nada desdeñable, en torno al 18% en Vascongadas. Durante el franquismo y la UCD, la ETA había gozado de vastas simpatías de la izquierda y los otros separatistas, esperanzados en que después de Franco los asesinos les dejarían gobernar tranquilamente. Esperanza fallida porque a la ETA – que reunía en sí las esencias separatistas y comunistoides del Frente Popular– le indignaban unos partidos que parecían haber renunciado a la ruptura para acomodarse mejor o peor a la reforma. Por eso, y aprovechando ventajas que no había tenido con Franco, la ETA había multiplicado su actividad hasta llevar a la democracia a la crisis del 23-f. Y poco a poco la consigna “vosotros, fascistas, sois los terroristas” fue cediendo en las izquierdas a una creciente frustración.

El PSOE en el poder quiso demostrar que, al revés que la UCD, podía acabar con la ETA mezclando negociación y contraterrorismo ilegal (el GAL, Grupos Antiterroristas de Liberación), para forzarla a negociaciones y disuadir a París de sostener el “santuario” terrorista. Pero las negociaciones deslegitimaban a un gobierno que se decía democrático, y legitimaban a los asesinos; y el “terrorismo de estado” tenía el mismo efecto. El GAL funcionó entre 1983 y 1987, alcanzó parte de sus objetivos, apenas fue perseguido (obviamente), y para los años 90 estaba semiolvidado.

Ante las elecciones de 1993, parte de la prensa acosaba al PSOE por sus casi diarios affaires, y para neutralizarla, González quiso “encabezar la procesión” como adalid de la lucha contra la corrupción y un narcotráfico que venía haciendo estragos. A tal fin, propuso al “juez estrella” Baltasar Garzón, masón independiente, presentarse con él a las urnas por Madrid. Así mataba dos pájaros de un tiro: Garzón se había distinguido en operaciones contra la droga, más espectaculares mediáticamente que fructíferas, y había empezado a investigar el GAL. Y el juez, sobradamente al tanto de las corrupciones socialistas, aceptó, difícil imaginar por otra causa que la de hacer carrera política.

González volvió a ganar las elecciones, pero por estrecho margen, y cometió entonces su mayor error: no supo ofrecer a Garzón un ministerio o cargo acorde con sus ambiciones, nada modestas según revelaba el halo mediático con que se rodeaba. Solo le había concedido una secretaría de estado contra la droga, que no parece haber colmado las aspiraciones del ex juez. El cual pronto abandonó el puesto otorgado y volvió a oficiar de juez en la Audiencia Nacional, para causar el mayor daño posible a González y su gobierno utilizando el asunto del GAL. Y lo hizo hasta el punto de meter en la cárcel al ministro del Interior, Barrionuevo y a otras altas personalidades del PSOE. Aunque se le escapó su objetivo principal, el indudable máximo responsable, Felipe González.

Salieron entonces a la luz otros muchos trapos sucios del gobierno y de los jueces, el uso ilegal de los fondos reservados y el empleo de los servicios de inteligencia para espiar a enemigos políticos y hasta al propio rey. González negó todo y, nueva exhibición de las dotes socialistas para mentir, su prensa adicta (El País, la SER el grupo PRISA en pleno y comentaristas pagados) acertó a presentar a los críticos como un sindicato del crimen que conspiraba contra un presidente no solo ajeno al GAL, sino liquidador del mismo. El PP había propuesto en el Senado una comisión para investigar el asunto, pero un general franquista reciclado, Sáenz de Santamaría, la desactivó con el chantaje de revelar casos semejantes anteriores. Y el presidente del Tribunal Supremo, Pascual Sala, hizo también su trabajo. Pero lo que probablemente salvó a González fue su capacidad de chantaje: si él caía, caerían muchos otros, quizá hasta el rey, de cuyas conductas no muy edificantes se hablaba. En cuanto al juez estrella, daría mucho más de qué hablar, como veremos.

Y con respecto a las negociaciones, el mal no era menor. La profesora Edurne Uriarte, que había escapado por poco a un atentado, explicaba: “La lucha antiterrorista española es la historia de una debilidad (…)La lucha policial queda cuestionada porque los terroristas saben que el Estado mantiene entre sus alternativas la de la negociación (…) Los terroristas interpretan que el Estado les otorga la consideración de enemigo con el que caben las conversaciones, es decir, la consideración que los etarras desean, la de un grupo armado con objetivos políticos y capacidad militar (…) Eso legitima a los terroristas y deslegitima la posición del Estado”. La solución política significaba precisamente eso.

El problema de la negociación situaba al gobierno, en principio democrático, a lamesa con una banda de asesinos profesionales en fin de cuentas, y legitimaba sus crímenes como un modo de hacer política. Legitimación apadrinada en el franquismo por las oposiciones comunista y zascandil, y continuada por una mala conciencia. Promovían la “solución política” los separatistas democristianos PNV y CiU, y los aparatos mediáticos al servicio del PSOE, ante todo la televisión y el poderoso grupo PRISA, dirigido por Jesús Polanco, con sus potentes altavoces El País, el periódico de mayor venta, y la SER, la radio con más postes de retransmisión. Por disimular, el gobierno negaba aquellos contactos, y quedaba en evidencia su engaño a los ciudadanos cuando la ETA lo humillaba sacándolos a la luz.

La simpatía proetarra del PNV la expresó en varias ocasiones su jefe, el antiguo jesuita Arzallus: “El PNV no considera a ETA su enemigo y no quiere verla derrotada. No creemos que sea bueno que ETA sea derrotada. No lo queremos y no sería bueno para Euskal Herría”. Pues compartían el objetivo disgregador de España. “ No conozco de ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas”. La ETA “arreaba” asesinando por la espalda, y el PNV “discutía”, chantajeaba al gobierno para arrancarle concesiones y después repartir las “nueces”. Pujol, por CiU, diría a su vez: “Los vascos abren brecha, y nosotros seguimos por ella”. La ETA se había convertido en un verdadero eje de la política.

Desmantelado el GAL, la complicidad de aquellos extraños demócratas con la ETA dio a luz en 1988 al también extraño Pacto de Ajuria Enea: los gobiernos central y autonómico acordaban coordinar la acción antiterrorista entre ellos y asumir el segundo crecientes “responsabilidades en la materia”, excluir toda negociación política con la ETA, apoyar a las víctimas, presionar internacionalmente contra la violencia, impedir la impunidad de los etarras y renunciar a actos ilegales contra ellos. Llegar a acuerdos tan elementales había llevado casi once años desde las primeras elecciones.

No obstante, el pacto no serviría de nada. No vinculaba los crímenes al totalitarismo de sus autores, lo que también habría legitimado las aspiraciones nazis. Y la exclusión de la impunidad relucía en una patética imploración a los criminales para que “renuncien y se incorporen a la tarea común”…, que en el PNV consistía en romper a España. Se les ofrecía “una generosa” reinserción, que había tenido sentido años atrás y obtenido éxitos como la disolución de la ETA polimili; pero a aquellas alturas equivalía a promesa de impunidad y mofa sangrienta de los seis centenares de víctimas mortales y mil daños personales más, ya causados por los pistoleros.

La situación de las víctimas retrata la política: los asesinados eran enterrados casi clandestinamente, muchos curas rehusaban hacerles funerales públicos y los familiares sufrían el ostracismo social forzado por los violentos y la indiferencia de las autoridades. La Asociación de Víctimas del Terrorismo, nacida en 1981, exponía su finalidad: “Socorrer a todas las víctimas del terrorismo del abandono y marginación del Estado, así como de muchos sectores de la sociedad española”. Un gobierno que negocia con los criminales y desampara a las víctimas y a la sociedad tiene poco de democrático, obviamente. En Vascongadas se había instaurado un clima de terror, del que huían decenas de miles de vascos no separatistas, en una especie de “limpieza política”. Otro retrato: en 1998 Josu Ternera, uno de los terroristas más sanguinarios, fue elegido al parlamento regional, y en él ¡a la comisión de Derechos Humanos!, con apoyo del PNV. La citada E. Uriarte relatará: “El lenguaje gestual de los nacionalistas del PNV y EA frente al más ilustre etarra del grupo parlamentario (…) denotaba sobre todo reverencia, sumisión, admiración y respeto”. Nada más lógico, por lo demás: el PNV no había luchado contra el franquismo más que el PSOE, mientras que la ETA sí lo había hecho. Y siendo antifranquismo y democracia equivalentes… ¡si hasta le debían todos la democracia al haber asesinado a Carrero Blanco, según versión pregonada a derecha e izquierda! El PSOE democrático colaboraba con el PNV también democrático, pero ninguno de ellos podía igualar en democracia a la ETA.

Debe compararse aquel panorama con el de los años 60, cuando Franco veraneaba tranquilamente en San Sebastián y era acogido calurosamente en Bilbao. Los jefes etarras afirmaban que “Euskadi desaparece y se consuma con alegría incomprensible nuestro propio genocidio (…) He aquí a nuestro pueblo: mientras se le asesina, sonríe y agasaja”. Genocidio muy sui generis, qué duda cabe. Por lo cual los etarras, un aislado “puñado de patriotas” resultaban “víctimas de un horrible pecado colectivo de su propio pueblo”. Panorama tan triste había ido cambiando desde 1968, cuando la ETA comenzó a asesinar y encontró una acogida cariñosa en la oposición y en Europa. La situación en los años 90 no la había creado solo la ETA, sino entre todos sus cómplices, el clero incluido.

Diez años después del Pacto de Ahuria Enea, el jefe del gobierno autonómico, Ardanza, haría este singular balance: “El problema de ETA es un problema de democracia y no de nacionalismo. La segunda conclusión es una derivación de la primera. Si el problema de la violencia que ejerce ETA es un problema de democracia y no de nacionalismo, el conflicto que ETA representa es un conflicto interno de la sociedad vasca y no una confrontación entre el Pueblo Vasco y el Estado español (…) y sobre nosotros recae, antes que sobre ningún otro, la responsabilidad de su solución”. Así, el separatismo de la ETA debía soslayarse, obviamente por ser también el del PNV, y “olvidando” que la ETA asesinaba por él. Además, la solución iba ligada a “un pleno y leal desarrollo autonómico”, para el que no había límites constitucionales, y que permitía acusar al gobierno por los atentados, debido a su “incomprensión” ante las demandas disgregadoras. Problema de “democracia”, pues, no en el sentido de que aquellos demócratas fueran cómplices del terror, puesto que la ETA también era demócrata, y más que nadie. Por lo tanto, no se trataba tanto de combatir a los etarras como de invitarles a “dialogar”, ni siquiera a negociar propiamente.

Así, el Pacto se resumiría para Ardanza en un “rechazo total a la violencia y a quienes la ejercen y apoyan, pero total apertura para integrar a quienes, incluso habiéndola ejercido y apoyado, decidan abandonarla. Tal es el sentido de la reinserción contemplada en el artículo 9 del acuerdo. Y tal es también y sobre todo, el sentido del final dialogado que propugna el artículo 10”. En tales diálogos consistía el “rechazo total”. La hipocresía del PNV, tan crudamente demostrada en la guerra civil, ha sido siempre un sigo clave de identidad del PNV.

Pero, desgraciadamente, “Hay algo que, en principio, escapa a nuestra voluntad. No es posible iniciar un diálogo (…) productivo y resolutivo, si ETA no da muestras inequívocas de querer abandonar la violencia. Empeñarse en lo contrario equivaldría a provocar fracaso y frustración. Todos debemos comprenderlo y, antes que nadie, es la propia ETA la que deberá comprenderlo y aceptarlo” Pero ni antes que nadie ni después que nadie. A los diez años del pacto y veintiuno de las primeras elecciones, los terroristas seguían sin “comprender y aceptar un diálogo productivo y resolutivo”.

Desde la oferta de “diálogo” en 1988, la ETA había perpetrado casi doscientos asesinatos más, que para Ardanza no tenían valor definitorio . Para el lehendakari, el pacto “sigue siendo hoy para todos el referente imprescindible en materia de pacificación”. Requería, eso sí, algunos cambios: “La pregunta que debemos responder es qué está en nuestras manos y qué podemos hacer nosotros para propiciar ese final dialogado”. En otras palabras, las concesiones y promesas hechas no bastaban para merecer la comprensión de los pistoleros, por lo cual “proponemos un diálogo abierto, en el que nadie exija, de un lado, la aceptación de ciertas reivindicaciones políticas como condición sine qua non para iniciarlo y en el que nadie impongamos, de otro, límites a sus resultados que no sean el propio consenso de las voluntades plurales de la ciudadanía vasca”, porque “si el problema de la violencia es un problema de democracia, ningún demócrata podrá impedir que la voluntad de nuestro Pueblo encuentre los caminos más adecuados para su definitiva normalización y pacificación”. Se necesitaba más de lo que llamaban democracia para que la ETA se diera por satisfecha y se rindiera al diálogo.

Presentándose como partido democrático (casi nadie osaba ponerlo en duda en una época de confusión y farsa desatadas, Ardanza no entendía los crímenes como tales ni como ataques a la democracia, sino como prueba de que no existía bastante de la democracia a la que aspiraban en común PNV y ETA. Así extraían los de Ardanza una inagotable renta política de la sangre derramada. En cuando a la coordinación entre los dos gobiernos, Arazallus se jactaba: “Es falso que estemos impulsando a la Ertzaintza contra ETA” “No hay flujo de información Ertzaintza-Policía (…) La Ertzaintza no ha dado nunca ni un solo dato a la Policía española”. Según el pacto, el gobierno autonómico aumentaría sus atribuciones en la lucha antiterrorista. Pero el peso de esa acción siguió recayendo en la Guardia Civil y la Policía Nacional, que impedían que los separatistas radicales y los moderados pudieran imponer completamente su tiranía.

D´un temps que será el nostre, clamaba insensatamente Raimon

De Un Tiempo Y De Un Pais - 1

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Ucrania / Libertad y orden / Trilogías / El PSOE democratiza a España

  Según terminaba la SGM, los monárquicos de Don Juan se llenaron de peligrosas ilusiones.  308 – Las ilusiones de los monárquicos antifranquistas | Vox en las elecciones gallegas (youtube.com)

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Ucrania

1. La guerra no habría estallado  si se hubieran cumplido los acuerdos de Minsk. Pero fueron firmados con el propósito deliberado, luego confesado por la UE y por Kíef, de engañar a Putin.

2. La guerra pudo haberse detenido seis semanas después de iniciada por los acuerdos en Turquía, pero fueron saboteados por Inglaterra, y obviamente por Usa.

3. ¿Por qué la OTAN y la UE han preferido sostener una guerra que está desangrando literalmente a Ucrania? Por la esperanza de debilitar a Rusia y probablemente de fragmentarla.

4. En este conflicto, el gobierno de Zelenski desempeña el papel de agente de los intereses de potencia, que no de democracia,  de Washington y Londres. Zelenski pudo haber elegido la paz, pero ha preferido causarun daño gigantesco a su país en función de dichos intereses.

5. El gobierno de Zelenski y el procedente de Maidán, han desatado una rusofobia furiosa, hasta destruir infinidad de libros en ruso y anular la herencia cultural rusa (incluidos Dostoievski, Tolstói, etc.). Actitud culturalmente genocida para el 20% de la población. Que fue atacada militarmente durante años por Kíef, y sigue siéndolo.

5. Rusia solo exigía la neutralidad de Ucrania, el cese de la guerra contra la población de cultura y lengua rusa en el Donbás y el respeto a esa población DENTRO de Ucrania. Servir a intereses exteriores ha llevado a que Ucrania pierda probable y definitivamente esos territorios.

6. Los cálculos de la OTAN y la UE de desgastar y hundir económicamente a Rusia han resultado fallidos. Como también resultaron fallidos –muy costosamente fallidos para las poblaciones– cálculos semejantes en Afganistán,  Irak, Libia, Siria y otras.

7. Precisamente el fallo de esos cálculos es lo que hace más peligrosa la situación. Ni Rusia ni la OTAN pueden permitirse perder la guerra. Si gana Rusia, la OTAN corre un serio riesgo de no subsistir como alianza fiable. Por eso tiende a provocar el choque directo con Rusia y a extender el conflicto a toda Europa, arguyendo, sin prueba alguna, que Rusia la amenaza.

8. Hay que señalar que Putin estuvo muy dispuesto durante años  al acuerdo, incluso integración de Rusia en un proyecto occidental común. Pero el proyecto de la OTAN y la UE era el opuesto: rodear a Rusia de bases militares, lo que para el Kremlin constituía una amenaza directa a su seguridad, especialmente en el caso de Ucrania.

9. La actitud de la OTAN y la UE, lejos de hundir a Rusia, han provocado su alejamiento de Europa y su acercamiento a China;  y la formación de un gran bloque occidental euroasiático, expansivo hacia otros continentes,  lo que agrava las perspectivas. La invasión/destrucción de Irak se hizo con el pretexto de supuestas armas de destrucción masiva por Sadam Husein. El pretexto no vale contra Rusia, que sí posee tales armas. Y China también.

10. Los gobiernos, sean del PP o del PSOE, han metido a España en una OTAN bien representada por Gibraltar, Ceuta y Melilla. España solo podría desempeñar un papel parecido al de Zelenski, aportando carne de cañón a proyectos extraños.

11. Es por tanto de nuestro máximo interés marginarnos del inmenso conflicto que se está perfilando entre un Occidente enloquecido y un bloque euroasiático ajeno a nuestra cultura y valores. La neutralidad de España no solo es la oportunidad de salvarnos en lo posible de una eventual nueva guerra generalizada, sino  una contribución a evitar en la medida de nuestras fuerzas que se llegue a tal guerra.

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

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Libertad y orden

Como veíamos (Personal y social (I) Marxismo y anarquismo), marxistas y anarquistas perseguían una sociedad comunista, pero con un fundamento opuesto: radicalmente personal el anarquismo, radicalmente social el marxismo. Por supuesto, ninguno de los enfoques conducía al ideal soñado, imposible por la naturaleza humana, pero es interesante distinguir entre ambos fundamentos.

   Más en general, podríamos definir el ideal personal con el concepto de libertad, y el social con el de orden.Pues, en efecto, la plena libertad personal está bien reflejada en el lema de la gargantuesca abadía de Thélème: “Haz lo que quieras” (mejor aún, lo que te dé la gana). La razón de ello es que cada persona tiene, como recordamos, una trayectoria vital única e intransferible que termina ineluctablemente con la muerte, por lo que no existe ninguna razón para obedecer a otros individuos esencialmente  iguales a uno, ni otras normas que las que emanen de nuestra voluntad (telema). 

  Pero la más insignificante experiencia social, incluso en la infancia, revela que lo que cada uno quiere suele rozarse o chocar abiertamente con lo que quieran otros. De ahí que también se diga: “tu libertad acaba donde empieza la del prójimo”. Limitación sumamente molesta cuando vivimos rodeados de prójimos.  El lema de la abadía contiene una bonita trampa: pueden hacer lo que quieran  solo  “los hombres que son libres, bien nacidos, bien educados y rodeados de buenas compañías, porque ellos tienen ese instinto natural y esa espontaneidad ―que les compelen a las virtuosas acciones y los aleja del vicio― que se llama honor”. Una perogrullada: para ser libre has de ser virtuoso, y para ser virtuoso has de ser libre. Con lo que, en todo caso,  la virtud oprime la libertad, y la libertad oprime la virtud. Solo puedes hacer lo que te dé la gana si reúnes en grado excelso unas cualidades que nadie tiene.

   En la práctica, las exigencias sociales entre “libertades” contrarias imponen un orden social que trata de hacerse obligatorio a todos, y que sustituye la virtud personal por la fuerza de obligar (sin conseguirlo nunca del todo). Esto se presenta como un despotismo de algunas personas o grupos de personas que, sin embargo, no pueden valer más o “ser” más que la mayoría forzada a obedecer. He aquí un serio problema.

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Trilogías

Mirando atrás constato que, sin deliberación, he tendido a agrupar los temas de mis libros en trilogías. Así los de tema personal (recuerdos y demás): por orden de publicación, De un tiempo y de un país, luego Viaje por la Vía de la Plata, y finalmente Adiós a un tiempo.  No creo que vaya a escribir más sobre estos asuntos. Lo mismo ocurrió con los tres sobre la guerra civil, aunque los he abordado mucho más tarde desde otra perspectiva,  también por orden cronológico: Por qué el Frente Popular perdió la guerra, y La Segunda República Española. Nacimiento, evolución y destrucción de un régimen.  Lo mismo ha ocurrido con la cuestión de la Edad Europea, que empecé por llenar un hueco en la historiografía hispana con Europa, una aproximación a su historia, en que no hablaba de dicha edad, que sin embargo se presentó por sí misma al abordar La hegemonía española y el comienzo de la Edad Europea.  Hegemonía que significó mucho más que el descubrimiento de América, y que llevó por sí sola a tratar desde ese punto de vista La II Guerra Mundial y el fin de la Era Europea. Y  he comenzado la tercera novela comenzada con Sonaron gritos y golpes a la puerta y seguida por Cuatro perros verdes, estas sí pensadas como una trilogía. Aun no sé el título de la tercera.

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Adiós a un tiempo

El PSOE “democratiza” a España

Así pues, lejos de ser una panacea que abriría todas las riquezas y bondades sociales (interpretadas según cada cual), la democracia encierra, como todos los sistemas, sus propios peligros, los cuales no pueden superarse por mera mecánica institucional, que no garantiza la selección de los mejores gobernantes y exige vigilancia y crítica permanentes. Con el triunfo del PSOE en 1982, que por primera vez iba a gobernar en solitario, se abría una gran incógnita para el sistema salido de la transición. El PSOE renunció –como fuera– al marxismo sin el menor examen de sus consecuencias en el pasado, pero a pesar de esa indicativa deficiencia, podría haber cambiado por simple realismo u oportunismo, y quizá respetaría las libertades e instituciones propias de la democracia.

Los socialistas habían abandonado a medias el gran proyecto proletario, pero al parecer tenían otro no menor, insinuado por Guerra en su castiza y célebre frase: “dejar a España que no la reconozca ni la madre que la parió”. Significara aquello lo que significara, ostentaba el propósito de romper drásticamente con la herencia recibida, es decir, con el franquismo y, más allá, con la historia anterior, al modo, quizá, de las “demoliciones” de Azaña. La frase, aparte su reveladora zafiedad, suscitaba alarma, en primer lugar porque la herencia era la transición desde el franquismo, y porque entrañaba una nueva educación o aleccionamiento social, probablemente al arbitrio de doctrinarios más o menos quiméricos, como el propio Guerra. Lo que traía peligro para las instituciones, y en primer lugar la judicial, que podría echar por tierra el “gran designio”.

Y, efectivamente, el gobierno de González se preocupó del poder judicial. Ya al expropiar ilegalmente a Rumasa en plena euforia del magno triunfo urnero, Guerra expresó la idea: “Si alguien se atreve a desafiar a este gobierno, que tiene diez millones de votos detrás, pues se le quita lo que tiene y ¡hala!, ¡to pal pueblo!”. Pero aquel satisfecho despotismo democrático corrió el serio riesgo de ser humillado por el Tribunal Constitucional, que si se doblegó a la presión o chantaje del gobierno fue probablemente porque un choque frontal habría causado una crisis política de incierta salida. Sin duda el gobierno extrajo una doble lección: evitar una nueva hazaña por el estilo, y controlar el poder judicial.

Con respecto a los jueces, el gobierno chocaba con dos escollos, el primero similar al de los profesores universitarios: numerosos jueces, sobre todo los de más edad, eran poco proclives a los propósitos socialistas, por lo que utilizó el mismo método: en 1985 redujo la edad de jubilación de los 72 a los 65 años, con lo que de un golpe se libró de más de 500 posibles objetores. El segundo problema nacía de la Constitución, que en su artículo 122 distribuía así los veinte miembros del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ): doce elegidos por otros jueces y magistrados, y ocho por las Cortes, cuatro por cada cámara. El artículo ya hacía peligrar la independencia judicial si un partido gozaba de mayoría absoluta, pero la ley socialista de 1985 fue más a fondo: el Congreso y el Senado, es decir los partidos dominantes en ambos, elegirían la totalidad del CGPJ. Lo cual supeditaba la justicia a los políticos. La argucia al efecto era: siendo el poder judicial un “Poder del Estado, recordando que los poderes del Estado emanan del pueblo y en atención al carácter de representantes del pueblo soberano que ostentan las Cortes Generales, atribuye a estas la selección de dichos miembros”. Es decir, se politizaba a los jueces y se anulaba su independencia en nombre de la democracia representada por los partidos.

Hubo protestas –inútiles– por tal politización. El presidente de la comisión que elaboró dicha ley, Pablo Castellano, replicó burlonamente a las críticas: “Cada vez que los vocales oímos decir que el CGPJ está politizado, nos alegramos mucho”. Se alegraban, claro, de la politización en sentido socialista o “progresista”. Pero la ley descartaba ese peligro con una nueva argucia: “La exigencia de una muy cualificada mayoría de tres quintos (para la elección en las Cortes) garantiza, a la par que la absoluta coherencia con el carácter general del sistema democrático, la convergencia de fuerzas diversas y evita la conformación de un Consejo General que responda a una mayoría parlamentaria concreta y coyuntural”. En la práctica significaba que los partidos dominantes se repartirían el control de dicho poder, una corrupción que podía interesar –e interesaba– también al PP y a los separatistas sobrerrepresentados en la cámaras. A su vez, el Tribunal Constitucional (TC) estaría compuesto por doce jueces, cuatro designados por el Senado, cuatro por el Congreso, dos por el gobierno y solo otros dos por el CGPJ. Guerra se jactó: “Montesquieu ha muerto”. Más tarde negaría haber pronunciado esa frase, atribuyéndola a una improbable confusión un periodista. En todo caso define muy bien la situación: la justicia no iba a reconocerla “ni la madre que la parió”.

Aquella ley constituía un auténtico golpe de estado, pues desvirtuaba profundamente la democracia. En 2008, veintitrés años más tarde, exponía Manuel Jiménez de Parga, ex presidente del TC en 2001: “El (..) Consejo General del Poder Judicial experimentó una profunda desvirtuación el año 1985. La mitad de sus miembros sería elegida (…) por el Congreso de los Diputados y la otra mitad por el Senado. Quiere esto decir que era el Poder Legislativo el que iba a decidir la composición del órgano de Gobierno del Poder Judicial. ¿Dónde quedó la separación que defendía Montesquieu?”. Sin separar el poder judicial del legislativo y el ejecutivo, no habría libertad, señalaba Montesquieu, por lo que Jiménez de Parga proponía sustituir aquella ley por otra acorde con los principios democráticos. Por supuesto, la ley se ha mantenido, lo que dice mucho de aquellos demócratas sin historial ni pensamiento. Democracia digamos peculiar, y que aún había de crecer en peculiaridad.

 

 

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¿Quién nos agrede? / En Valencia / Sobre una novela / Democracia como oxímoron

      307 – Franco derrota a los monárquicos e impide la invasión de España | Elecciones en Galicia (youtube.com)

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¿Quién nos agrede?

**Dice Leguina: “No nos gusta nada que el PSOE se meta en la cama con los separatistas”. ¡Hombre! Llevan cuarenta años disputándose con el PP la cama de los separatistas.

**No se repara en esta combinación: los gobiernos PP y PSOE fomentan al mismo tiempo la inmigración masiva y el aborto masivo.

**No se repara en esta combinación: los gobiernos PP y PSOE financian los separatismos y entregan la soberanía nacional a Bruselas y la OTAN, como si fuera propiedad suya.  

**No se repara en esta combinación:  el español común es atacado por abajo, usando las lenguas regionales contra él, y por arriba desplazándolo en favor del inglés.

**No se repara en el dato: no nos agrede Rusia y sí la OTAN, que, con la UE, intenta arrastrarnos a una nueva gran guerra europea.

**¿Por qué no se habla nunca de estas cosas?  El descrédito de España, cultivado durante decenios por prácticamente todos los partidos, ha dado por resultado un par de generaciones  ignorantes de la historia y cultura propias, y con espíritu de lacayo.

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En Valencia

Un amigo francés, Robert Neboit, me escribe:

Estuve algunos días en Valencia y pude observar la comedia del ensayo fallido de instaurar en la ciudad y en su región el uso de catalán/valenciano, usado antaño en el campo.  En el aeropuerto de Valencia los rótulos están en valenciano/español/inglés, en la ciudad los nombres de las calles han pasado del español al “valenciano”. Sólo algunos rótulos han escapado por milagro a la ola de catalano-valencianismo, quizá como recuerdo de la barbaridad castellano-franquista o, peor, como indicio de una resistencia españolista. El “problema” (para los regionalistas) es que en Valencia no se oye hablar el valenciano, no me ocurrió ni una sola vez. No sé si los valencianos dicen que les gustan “la calle de la paz” o “el carrer de la pau” (mi mujer pensaba que significaba en francés la peau…). Sin embargo cuando el catalano-valenciano está demasiado alejado del español no lo usan, así dicen “la calle alta” en vez del nuevo “carrer de dalt”.

He pasado por casualidad cerca de una sede del Partido Popular, sobre la pared había en gran tamaño un eslogan en valenciano, y mucho más pequeño su traducción en español…

Esta insistencia en promover el catalán tiene como resultado mecánico el de reducir el estudio de las lenguas extranjeras a la única lengua inglesa.  Cuando los turistas españoles están en Francia nos hablan casi sólo en inglés. A veces lo confieso tengo la gana de responderles en francés. Pero debo reconocer que los franceses se comportan del mismo modo, y son tan perezosos, el inglés les basta. Hay que reconocer también que en Francia como en España los dirigentes dan el mal ejemplo.

Por Que El Frente Popular Perdio La Guerra Civil

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Paco Linares sobre una novela

Nunca hice una crítica literaria, pero la novela-historia escrita por Pío Moa “Sonaron Gritos y Golpes a la Puerta” me ha conmovido con reales, auténticas y veraces sensaciones de todo tipo, epidérmicas y anímicas que deseo compartir. Leer esta novela es como un concierto, contiene tantos matices, tantas notas, que para describirla me obligan a compararla con una sinfonía.

  La primera lectura se me hizo muy corta, tiene muchas tesituras distintas perfectamente acopladas con precisión matemática, el suspense y la aparente improvisación, sólo aparente insisto, me sonaron a una audición de Jazz, todo es correcto, todo parece espontáneo. Pensé en el  inicio  de las primeras páginas en el estilo de Millennium de Stieg Larsson o como Los Pilares de la Tierra de Ken Follett, la terminé con prudente velocidad porque cada paso llamaba a otro como cuando subes una montaña, tenía la impresión de que algo me dejaba atrás.

  La segunda lectura la disfruté bastante más, como un concierto de música clásica, cada situación, cada personaje tiene una tímbrica diferente, a veces “molto agitato”  trepidante, otras “allegro ma non tropo” rápido pero no demasiado, había momentos que dejaba de leer para pensar sobre el contexto descrito o admirar la destreza del autor, Pío Moa. El escenario tiene cientos de fondos, guerra civil española y su correspondiente post conflicto bélico, Barcelona, Madrid, Francia, Alemania,  Rusia, ciudades, campos, aldeas. Cualquier página está llena de contenido, incluso los párrafos “molto espressivo” en una segunda lectura me daban que pensar, ¡qué concierto! no te aburres ni en los “adagio” porque tienen un fondo para la reflexión muy activo. Terminé por entender todo, parece que el autor lo vivió en primera persona.

 Cada personaje tiene su personalidad, su forma de hablar, el lector no tiene que compartir pensamientos, pero los comprende.  Las personas o situaciones,  cada uno de los que aparecen en  “Sonaron Gritos y Golpes a la Puerta” tienen su razón de ser, su propia personalidad,  su forma de pensar y hablar. Con algunos empatizas y me horrorizó observar  cómo se traicionan a sí mismos y a los demás, la descripción es tan real que pienso que igual me podría pasar a mí y me doy miedo. La verdad es que si hablo de un solo protagonista (conste que algún folio he roto por hacerlo) traicionaría la sorpresa del lector, el más bellaco puede llegar a ser el más honesto y generoso, todo depende de la batuta que mueve el director de la orquesta  más  la iniciativa de los profesores que en esta obra tienen su propia parcela de autonomía.

A Pío Moa, las situaciones y los personajes  muchas veces se le escapan, como a un periodista que escribe un diario, se apasiona y se sorprende con lo que él mismo ve, no con lo que ha compuesto. Cuenta una sinfonía que ha dirigido con la partitura de otro. En este torbellino hay brevísimos momentos de paz, como cuando en una tarde ves caer una fina lluvia de otoño sobre la mar en calma. Sin esperarlo, como el rayo,  nos cae un párrafo “molto agitato con fuoco”, trepidantemente ardiente. Subrayo, nunca he hecho una crítica literaria  pero recomiendo a quien no le guste demasiado leer que lo intente con este libro y al que encuentre placer en la lectura, estoy casi seguro que lo pasará bien. Espero que no me suelten gritos ni golpes a la puerta por expresar estas opiniones aunque en el fondo, como he escrito lo que siento, de veras me da igual. Porque digan lo que digan es formidable el contenido y es  fascinante el uso magistral que hace del metrónomo. ¡Solo soy un lector! Pero lo recomiendo, deseo que más gente disfrute de este trabajo, da placer, te hace pensar, enseña y entretiene.

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El término democracia es un oxímoron

Así pues, sin haber sido demócratas, todos competían en democracia. Y en europeísmo, como si España hubiera estado hasta entonces en otro continente físico y cultural. La democracia, en particular, se usaba claramente como palabra mágica y legitimadora, sin más problemas que el de excluir a quien no entrase en el coro, y con la sugerencia de que cada partido o grupo así autodenominado tenía la exclusiva de la marca, lo que creaba una confusión sobre su significado. demócratas auténticos, y no los demás que también reclamaban el título. Hasta se montó una asociación de “Jueces para la democracia”, implicando que los jueces ajenos a ella no serían realmente demócratas. Por lo que conviene echar un vistazo a esos problemas, de los que ya hemos hablado al tratar la dictadura de Primo de Rivera.

La fuerza mágica del concepto deriva de su etimología: poder del pueblo; un perfecto oxímoron o contrasentido, ya que el poder se ejerce necesariamente sobre el pueblo, sin que el pueblo tenga sobre quién ejercerlo. El poder brota naturalmente, por así decir, de toda sociedad humana, desde las naciones a las asociaciones de excursionismo, y no es difícil ver la causa: en todas concurren intereses, ideas, sentimientos, personalismos… diversos y a menudo opuestos, lo que hace preciso un poder capaz de asegurar cierto orden y estabilidad. Una sociedad ácrata solo existiría si todos sus componentes se rigiesen por el instinto, al modo de las hormigas o las abejas.

Por consiguiente, el poder solo puede ser ejercido por un pequeño número de personas, una oligarquía en sentido neutro, ni bueno ni malo en principio, encabezada en general por un jefe (“monarca”, en la terminología heredada de Grecia), y necesitada de un grado suficiente de aquiescencia popular, vagamente asimilable a “democracia”. El poder puede ser más o menos aristocrático, monárquico o democrático, pero siempre y necesariamente es oligárquico. Y siempre se justificó por dos vías complementarias: la legitimidad nacida de un orden bastante –pero nunca por completo– aceptado socialmente, y la fuerza para afirmar ese orden frente a las disparidades y oposiciones siempre existentes en el seno del pueblo. Ni los pueblos ni las oligarquías son homogéneos en intereses, y de ahí las luchas por el poder, que llegan a la violencia desatada en revueltas, guerras civiles y crímenes, como testimonia abundantemente la historia.

Toda oligarquía funciona sobre un doble interés: el de una masa suficiente de población que la acepte, y el de la propia oligarquía en mantener su poder. Intereses nunca en plena concordia y que pueden llegar oponerse. Es una constante la tendencia de la oligarquía a privilegiar sus intereses por encima de los de aquellos a cuya paz y prosperidad sirve en teoría: tendencia al despotismo o tiranía, en suma.

Lo que hoy llamamos democracia es producto, último por ahora, de una larga evolución de pensamiento y práctica contra la tiranía en Europa, con precedentes en el mundo clásico. En España, el pensamiento antitiránico aparece ya en Isidoro de Sevilla, y durante la Reconquista daría lugar al Fuero de León, valorado a menudo como primera declaración de derechos personales, y a las Cortes de León, probablemente la primera institución parlamentaria de Europa. La escuela de Salamanca, de los siglos XVI y XVII, reflexionó en profundidad sobre el mismo problema. El despotismo ilustrado, importado de Francia, buscó racionalizar el poder, más que limitarlo. La reacción contra él fue el liberalismo y la brutal Revolución francesa. La democracia actual viene a ser una evolución del liberalismo, que en principio no admite el sufragio universal pero llega a él –penosamente– por el principio de igualdad ante la ley. Es difícil pensar en una democracia no liberal.

En suma, como ya vimos, llamamos democracia a un sistema de selección de oligarquías (partidos) mediante elecciones periódicas por sufragio universal, en que la autoridad para gobernar proviene, no del pueblo, cosa imposible, sino de la parte del pueblo que ofrezca más votos. Es evidente que no puede haber tales elecciones sin las libertades de expresión y asociación propias del liberalismo, y de garantías contra la falsificación del voto.

La democracia tiene así varias ventajas sobre los métodos anteriores: el criterio de las urnas amortigua el carácter violento y guerracivilista que llegan adquirir las luchas por el poder; al ser periódicas las elecciones, una mala elección puede corregirse en la siguiente; las libertades de expresión facilitan la vigilancia sobre la inclinación a la corrupción y despotismo de los partidos; y los partidos mismos, expuestos a publicidad e investigación, son preferibles a las camarillas y círculos opacos que en todos los regímenes pugnan turbiamente por el poder. Otra barrera contra la tiranía, no dependiente de elecciones, es la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. En la realidad, las propias elecciones desdibujan la separación entre el legislativo y el ejecutivo, con lo que adquiere especial valor la independencia judicial contra los abusos despóticos. En el plano económico, la democracia exige una economía de mercado más o menos libre, y es incompatible con una planificación sistemática desde el estado, que tendería, como ha ocurrido en tiempos aún recientes y amenaza volver, a fundar una sociedad en la que el poder controlaría a la población del modo más completo.

 Desde luego, estas consideraciones no implican que todos los regímenes anteriores a la democracia hayan sido tiránicos o ilegítimos, ni que la democracia haga imposible la tiranía: solo la dificulta, pero puede degenerar en lo que llamaba Tocqueville “despotismo democrático”, un poder tutelar que infantilizaría a las personas hasta “privarlas de los principales atributos de humanidad”, peligro hoy bien a la vista. Y sin llegar al extremo, al hacer del triunfo en votos el criterio básico, la competencia electoral abre la puerta a un duelo de demagogias y promesas incumplibles que degradan y corrompen a la sociedad. O permite que un partido utilice el poder ganado en las urnas para anular las libertades y garantías: el caso del nazismo lo prueba, también el del Frente popular, si bien este partía ya del fraude electoral; pero, de modo menos drástico e inmediato, el proceso destructivo puede adquirir otros ritmos y matices. Además,hay varios sistemas electorales posibles, con resultados representativos distintos, y sin garantizar el principio de “un hombre, un voto”, pues siempre hay votos que revierten más que otros en escaños parlamentarios: hecho bien visible en el sistema español, que permite a los separatistas una representación muy superior a su número de votos, con los efectos políticos conocidos.

La experiencia muestra también que, aun con todas estas precauciones y equilibrios, la democracia se hace inviable cuando los partidos se vuelven antagónicos, de modo que uno o varios adquieran fuerza suficiente, en votos o en armas, para amenazar la libertad o existencia de los demás, como está implícito en los partidos marxistas. En otras palabras, cuando entre los partidos más fuertes deja de ser común no solo el respeto a las urnas y a la independencia judicial, sino una concepción compartida sobre la historia del país y el sentimiento patriótico correspondiente.

Por todas estas razones fracasó la República. La izquierda, los disgregadores y gran parte de la derecha regeneracionista, discrepaban rudamente entre sí, pero algo les unía: el desprecio y aversión al pasado hispano y la repulsa sin matices a sus defensores, a la derecha “cavernícola, oscurantista y retrógrada”, que debía ser extirpada aunque ganase los comicios. Y como los ganó en 1933, la respuesta fue primero la intentona golpista (Azaña y demás), y la insurrección armada meses después. Y puesto que en febrero de 1936 podían volver a ganar los cavernícolas, sus enemigos falsificaron los votos y emprendieron al sistemático desmantelamiento de las instituciones democráticas, poder judicial incluido. Salvo en los separatistas, no dejaba de existir un peculiar patriotismo en los demás, puesto que aspiraban a crear una España radicalmente nueva, rica, progresista, culta y europea. Nobles y acaso gratuitos propósitos, que no reparaban en las drásticas diferencias de designio entre sus partidos –bien visibles en sus persecuciones mutuas durante la guerra civil–, ni en su propios talentos, no muy destacables según tuvieron a bien demostrar.

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