*Es evidente que lo que más conviene a las mujeres es el patriarcado: viven más que los hombres, se suicidan mucho menos, hay poquísimas mujeres presas, pocos accidentes laborales, pocos trabajos duros, sonríen mucho más…
**D. Pío ¿y no será porque somos más fuertes y más valientes, porque delinquimos menos, cuidamos mejor nuestra salud, somos más precavidas y más diligentes al trabajar..? Y también hay muchos hombres que nos tratan muy bien sin que eso tenga nada que ver con lo que vd. dice.
*Pues no, doña Carolina: en este terrible patriarcado lo lógico sería que las mujeres delinquieran más, vivieran menos, se suicidaran mucho más, trabajaran en los oficios más duros, estuvieran siempre tristes… ¿Por qué no es así?
*El aborto es la bandera, la consigna y el gran tema del feminismo: odian a la mujer…
*Trabajé en Inglaterra en los años 65 y 66, y las mujeres en las fábricas recibían menor salario que los hombres por el mismo trabajo. En España eso ya no existía.
*Atenea es LA diosa de LA sabiduría (sophia), que es a lo que aspira LA filosofía. #acabemosconelmachismo #8deMarzo
*Mire, déjese de idioteces: no hay una sola mujer filósofa algo destacada, por mucho que se quiera exagerar el papel de alguna.
*”Una mujer filósofa es como un perro que anda a dos patas. Realmente no lo hace bien, pero lo interesante es que lo consigue” (Dr. Johnson)
*Solo faltaría que los hombres tengamos que sentirnos culpables de serlo porque se les antoje a unas cuadrillas de histéricas y demagogos baratos.
*A pesar de las quejas feministas, los hombres tratamos muy bien, en general, a las mujeres: viven más, se suicidan mucho menos, hay muchísimas menos en la cárcel, hay muchas menos indigentes en la calle, tienen muchísimos menos accidentes laborales….
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El historiador José Manuel Cuenca Toribio, uno de los mayores especialistas, entre otras cosas, en la evolución contemporánea de la Iglesia española, ha publicado en la editorial Almuzara Marx en España. El marxismo en la cultura española del siglo XX. Por cultura debe entenderse la alta cultura, más concretamente la universitaria, siempre de gran proyección política. Como aclara en el prólogo, el libro complementa el anterior Iglesia y cultura en la España del siglo XX, donde estudiaba el esfuerzo de la Iglesia por contrarrestar el influjo creciente del liberalismo, “neutro o alejado de la tradicional cosmovisión cristiana” (o abiertamente contrario a ella: en el liberalismo hay corrientes diversas en este y otros asuntos). Su investigación concluía, con pesimismo, que a pesar de todos los recursos con que la Iglesia “libró el recio combate”, lo perdió en lo principal, de modo que “en vísperas de la contienda civil la Iglesia institución daba por perdida la batalla, refugiándose de modo acentuado e irrefrenable en una mentalidad de gueto”.
Sin embargo, el triunfo de los nacionales en la guerra civil le dio “la oportunidad inesperada de recobrar la iniciativa” lanzando una ofensiva intelectual en todos los frentes, con el respaldo abierto del poder político. Y nuevamente el empeño, pese a todas las ventajas, fracasó. La Iglesia no logró la hegemonía intelectual frente a las ideologías contrarias, de modo que ya en vísperas del Vaticano II era ya “un aparatoso fósil” la visión de una España constitucionalmente católica ”reserva espiritual de Occidente”, etc. El nuevo enemigo de la concepción católica fue entonces el marxismo. El humanismo cristiano que alimentara las facetas más vivas del fragoroso nacionalcatolicismo de posguerra debió plegar banderas ante el triunfo del ideario progresista-marxista, dueño ya en la “década prodigiosa” de los resortes y claves principales de la espectacular evolución cultural de España del tardofranquismo (y desde la Transición…) el modelo cultural (…) se inspiró y transitó por la educación, el arte y las letras españolas –el cine, la literatura, el periodismo, la televisión, la radio, la escuela y la universidad– con toda desenvoltura y eficacia, sin atalayarse en el horizonte señal alguna de modificación o cambio.
La conclusión es pesimista: la Iglesia en España (no solo en España) perdió primero la batalla intelectual contra el liberalismo y a continuación contra el marxismo. Es cierto que el propio liberalismo ha perdido a su vez muchas batallas, no frente a la Iglesia, sino frente al marxismo en sus variadas corrientes; y que, como quien no quiere la cosa, ha ido impregnándose de socialdemocracia desde la II Guerra Mundial, contra las protestas de los liberales más “puros”. Lo asombroso es la pervivencia y capacidad transformista del marxismo, con que el pueden identificarse mejor o peor gran parte de los movimientos culturales hoy día, dándose de paso una amalgama ideológica en la que todos participan de todo. Todos, incluida la Iglesia. El marxismo fracasó clamorosamente ya casi desde el principio, con las terroríficas hambrunas y represiones en las que se asentó. Y con la caída de la Unión Soviética casi todo el mundo pensó en su evaporación de la historia, donde triunfaba absolutamente la idea de la democracia (más o menos) liberal liderada por Usa, también ajena a la cosmovisión católica. Luego la historia ha transcurrido por vías imprevisibles, como siempre, y la omnipotencia supuestamente adquirida por el nuevo gran sistema mundial se ha relativizado mucho.

El gran éxito del progre-marxismo, sea en forma de lucha de sexos, de leyes LGTBI, multiculturalismo, etc., y cifrado en una perpetua falsificación de la historia, es más sorprendente en España por cuanto el marxismo español –como, por lo demás, el liberalismo– siempre ha disfrutado de un nivel intelectual muy bajo. Como expone documentadamente Cuenca, no ha habido teóricos, ni en general ideólogos ni propiamente intelectuales de enjundia en el marxismo español. En compensación, su número de agresivos mediocres en la universidad y fuera de ella ha sido y sigue siendo enorme, dando lugar a quejas y denuncias, pero no a algo como contraofensivas generales. Y pese a esa mediocridad, en el “diálogo con los marxistas” propugnado por el Vaticano II, ganaron netamente los marxistas, de los cuales prácticamente ninguno se hizo católico, en contraste con los muchos, muchísimos católicos, empezando por clérigos, que se hicieron más o menos marxistas, un “marxismo cristiano”, por así decir. Digamos que tras la caída del muro de Berlín se han desarrollado otros eclecticismos cristiano-liberales cuya potencia intelectual tampoco deslumbra.
Hay que decir que el propio Cuenca Toribio, católico, sufre de miedo ante los “agresivos mediocres”. Obsérvese esta cita: Entre 1980 y 1985 la Facultad de Geografía e Historia contaba aún en plantilla con algunos catedráticos de reconocido prestigio y una adscripción ideológica diversa, pero ajena al marxismo (…) A su lado destacaba una generación más joven de profesores (…) identificados con el materialismo histórico (…) Les rodeaba una aureola de innovación transgresora y apuesta por las últimas tendencias mundiales que los hizo muy atractivos a ojos de los alumnos. Nosotros veíamos en ello al prototipo de “intelectual comprometido”, que tanto se llevaba por entonces y sus textos eran leídos y considerados hasta el extremo; algunos nos daríamos cuenta, dolorosamente más tarde, de su verdadera aportación científica (…) (…) El doctrinarismo marxista entre estos penenes era algo dominante y lo transmitían sin ningún rubor, al igual que transmitía como mérito sus carreras frente a “los grises” (…) siempre con el insufrible diccionario de Marta Harnecker en la mano y con otros tópicos marxistas extraídos de Godelier, de Kovaliof y del indescriptible “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano, ocultaban con ese telón progresista , acompañado del mayor desparpajo, una ignorancia abismal y una holgazanería investigadora de proporciones (…) Pasado el tiempo les hemos visto acaparar todos los cargos académicos posibles, defender la endogamia universitaria y disputar ferozmente las cátedras sin ningún complejo ni rubor. Frente a ellos, maestros vocacionales y suficientemente preparados (…) aparecían como versos sueltos empeñados en apartarnos del pensamiento único, de la demagogia y la mediocridad.
¿Quién escribe esto? No lo sabemos, porque la cita corresponde a “un prestigioso catedrático de instituto y descollante publicista, hoy establecido en Asturias, D. L. A.” Parece que vivimos en una atmósfera de miedo, que el propio Cuenca comparte al echar agua al vino de un testimonio ciertamente veraz, con adjetivos disculpatorios.
El resultado ha sido la mediocridad y confusión en que se debate la universidad (no solo la española); pero el tema crucial de estos libros de Cuenca es la crisis intelectual del catolicismo, sobre todo después del Vaticano II, que pareció frenarse con Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero que de nuevo se está acentuando con el papa actual, un hijo típico y entusiasta de aquel concilio.
Sí, el marxismo en sus múltiples disfraces ha sido una plaga para la universidad española. Pero solo ha podido imponerse porque el cuerpo de la institución, y dentro de él la Iglesia, estaba enfermo de impotencia intelectual, acentuada pero no originada en el Vaticano II. La polémica de los años 40 y 50 en torno a Ortega y Unamuno, símbolos convencionalmente liberales, quedó en nada al llegar los tiempos de Pablo VI. Y luego ya no hubo polémica con el marxismo, sino “diálogo”. Ya sabemos lo que ocurrió, y Cuenca nos lo explica bastante bien.
¿Tiene todo esto remedio? En cualquier caso lo primero es constatar la situación real.
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Los robos del PSOE en la guerra civil sobrepasan todo lo imaginable. Comisión de la verdad sobre el PSOE en “Una hora con la Historia”: https://www.youtube.com/watch?v=yewN3B9OjVs&t=1449s
–Yo, aunque sé que doña Ermesinda pasaba por ser muy atea, sé muy bien que hace años no era así, me lo ha dicho muchas veces mi mujer, ¿no es cierto María Antonia?… Sí, claro, no invento, como veis. Yo también hablé con ella varias veces, muchos de vosotros no me conoceréis, me llamo Julio, era muy amigo de D. Leopoldo, el difunto marido de la señora… Pero les dio a los dos por aficionarse a leer “El País” y mira que yo se lo advertía, no me hicieron caso y, claro, se volvieron muy agnósticos, como le dicen. Pero yo estoy seguro de que quien tuvo retuvo, y que aunque encargó un funeral no religioso, un funeral laico, ella agradecerá que oremos por su alma, así que, si no importa a la concurrencia, rezaré un rosario, y espero que todos me acompañéis.
El féretro con la difunta presidía, es un modo de hablar, la reunión, sobre una mesa de aspecto algo endeble. Ante la propuesta del rosario, los presentes respondieron con murmullos de protesta y desaprobación.
–¡No vamos a estar aquí una hora con un rosario, hay que desalojar pronto la sala! –anunció con energía el empleado de la funeraria– Hay más muertos esperando.
–Bueno, pues por lo menos un padrenuestro.
Tampoco esta propuesta suscitó el menor entusiasmo entre el público, visible y mayoritariamente adepto a las creencias progresistas de la ocupante del ataúd. No obstante lo cual, D. Julio, impertérrito, se dispuso a comenzar su oración.
Los asistentes se sentaban en dos hileras de sillas. En la de D. Julio parecía haber poca oposición a su iniciativa, pero en la otra el disgusto se manifestaba en un tono que iba superando el tono respetuoso y de bajo volumen propio de tales ocasiones. Una chica joven, algo gruesa, se levantó a su vez.
–Yo creo que es una inconveniencia y una falta de respeto a doña Ermesinda. Ella no quería saber nada de supersticiones y zarandajas de curas. Y ya que usted se llama Julio, yo me llamo María Asunción, aunque todos me conocen por Choni. Ya pasó el tiempo del patriarcado en que los señores eran los que decidían todo, y… bueno, hemos traído aquí un cedé, música de violines, que es bien bonita y acompañará mejor que esos rezos oscurantistas…
La hija de la difunta, mujer de mediana edad y bastante bien parecida, explicó su condición y aclaró que se llamaba Jennifer (Yeni o Lleni), innecesariamente pues todos los asistentes la conocían. Alzó la voz al señalar que era amiga de Choni, a quien aprobó vigorosamente, miró aviesamente al tal Julio y con el disco de los violines en la mano fue al aparato reproductor que se hallaba al lado del ataúd. Sonó una música suave y amansadora, y de pronto los violines dieron paso a unos sonidos estridentes y muy molestos, tras los cuales se hizo el silencio. Jennifer (Yeni o Lleni), algo nerviosa, manipuló el aparato, apretó el enchufe y tocó algunas teclas, pero nada. Aún más nerviosa, llamó la atención al empleado, el cual dio algunos golpecitos al chisme y la música volvió a inundar suavemente la sala. Pero la alegría duró poco. De nuevo volvieron los chirridos, esta vez mucho más fuertes, taladraban los oídos. “¡Quiten ese ruido infernal!” rugió alguien. Yeni o Lleni, sin disimular su cabreo, se precipitó al trasto, lo desenchufó y le dio una patada que lo trasladó bajo la mesa del ataúd.
–¡Es la jodía técnica coreana! ¡Y luego dicen que tal y cual!”–gruñó explicativamente dirigiéndose al público.
Choni comentó en voz audible para sus próximos: “Claro, qué iba a pasar, con el tío ese de los rosarios y los padrenuestros. Y menos mal si no se nos hunde el techo encima”. Sonaron unas risas que querían ser apagadas, pero no lo fueron, tal vez debido a la excelente acústica del local. Hubo miradas de reproche, confundidas con nuevas risas que se contagiaron a buena parte del público hasta estallar en carcajadas.
D. Julio creyó llegado el momento de imponerse.
–¡Señoritas y señores! ¡Estamos en un funeral, no en una sesión de circo! Es una vergüenza…
–¡Venga ya, tío carca! ¡A tu funeral tendríamos que asistir! –dijo el joven que se sentaba al lado de Choni, un tipo con rastas que debía de ser su novio o algo así, porque le pasaba protectoramente la mano sobre el hombro sin que ella se opusiera.
– Así que empezaré el rosario, digo el padrenuestro, les guste o no, por el descanso de su alma. ¡Hay que tener respeto!
Ante el anuncio, Choni volvió a ponerse en pie como por un resorte, con un papel en la mano.
Julio comenzó: “Padre nuestro…” Pero Choni le interrumpió con voz potente, leyendo el papel: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca, pide que el camino sea largo, lleno de aventuras…”. Julio alzó la voz más todavía: “…santificado sea tu nombre…”. La chica continuó con brío redoblado: “…hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano, y toda suerte de perfumes sensuales…” “…El pan nuestro de cada día dánosle hoy…”
D. Julio tenía la voz grave, y aunque hacía un esfuerzo por gritar, la voz aguda y algo chillona de Choni sonaba más alta, y el resultado era un barullo. A Julio trataban de seguirle una minoría, mientras que su contrincante leía sin acompañamiento, porque nadie conocía de memoria el poema de Kavafis que acostumbra leerse en los funerales laicos. La gente se iba encabritando, empezaron la cruzarse insultos y el barullo se convertía en alboroto. El empleado gritaba a su vez, para poner orden, pero solo contribuía al guirigay. “… Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros…” “Ten siempre a Ítaca en tu mente, mas no apresures nunca el viaje…”.
“¡Cabrones, habéis venido a sabotear un funeral laico y progresista! ¡Marcharos a vuestras putas iglesias!” –rugía el presunto novio de Choni, y otros a su alrededor lanzaban improperios semejantes, respondidos con brío por algunos de la minoría: “¡Masones, ateos, os condenaréis, os van a dar por saco cuando muráis!”. “¡Os manda Rajoy a joder un acto contra el patriarcado!” “Pero qué acto ni qué leches, es un funeral, ¿no os da vergüenza?” “Doña Ermesinda era una mujer feminista y atea, no una princesita beatona” “¡Respetad el alma de doña Ermesinda!”
Y llegó lo inevitable: empujones, golpes y chillidos de las mujeres. El novio de Choni se abalanzó sobre D. Julio, quien le rechazó con ambas manos; el rastas resbaló y fue a caer con la espalda contra una pata de la mesa del féretro, el cual osciló y cayó al suelo. De pronto se hizo el silencio y la calma. Por milagro, la caja no cayó encima del novio, pero se abrió y la cabeza de doña Ermesinda asomó por un lado. Todos la miraron fascinados. Parecía contemplar la escena con severidad tras sus ojos cerrados.
–¿Ven ustedes como son unos salvajes? – refunfuñó el empleado— Menos mal que no se ha roto la caja, si no tendrían ustedes que pagar otra. Y ahora, váyanse de una vez, que hay más trabajo, a ver si podemos incinerarla en calma.
Salieron todos cariacontecidos. Choni sollozaba y su presunto novio la consolaba mientras liaba un porro: “¡Si son unos malditos fachas, cuándo desaparecerán de la faz de la tierra! Los mayores de cincuenta años vienen todos del franquismo, están estragados. ¡Habría que matarlos a todos!”. Yeni o Lleni, la hija, los acompañaba con expresión muy contrariada, tratando de contener las lágrimas. Reponiéndose, comentó “A mí, los funerales es que me dan dentera, ya el de mi padre fue un horror. Y total, para qué” “Eso, total para qué –apostilló el novio—Nadie va a resucitar por eso. Habría que suprimir los funerales, aunque lo hagas laico, eso viene de los curas, qué cosa tan siniestra, te quitan alegría”
La hija cambió de tono: ”Bueno, ahora a lo práctico a ver el testamento. Con tal de que no nos haya gastado alguna broma pesada… Con mamá nunca sabías a qué atenerte”. “Tu madre era una veleta, ya sé que está mal decirlo, ahora que está muerta, pero lo mismo en el último instante…”, opinó Choni. “No, no, en eso era firme, no veas cómo hablaba de los curas…Aunque quién sabe…”. D. Julio, que iba detrás, trató de bromear: “Mira que si deja todo el dinero a un seminario o a un convento de monjas…”. Le lanzaron una mirada asesina y se alejaron de él. Julio trató de responder confusamente a su mujer y un amigo que le reprochaban haber sido imprudente: “¿Es que en este país ya no se puede rezar en un funeral? ¡Faltaría más!” “Sí, pero ya sabes cómo son estos, son unos fanáticos, más vale no provocarlos…”.
El empleado los miraba desde la puerta: “Con tal que no se líen ahora a hostias… Ahí afuera, por mí que hagan lo que les salga de…”. Pero no hubo tal, y todos se fueron a sus coches, como si ya nadie recordase lo pasado.