¿Fue un fracaso la guerra civil?

Uno no tiene más remedio que reírse con las trapacerías del PSOE en sus gigantescos robos. Pero fue más bien una tragedia: https://www.youtube.com/watch?v=yewN3B9OjVs

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Últimamente se está poniendo de moda, a partir del PP, hablar de la guerra civil como “un fracaso”. La idea va ligada a otra también muy del PP, que he examinado  en  La guerra civil y los problemas de la democracia: la de que fue un enfrentamiento por así decir “sin ton ni son”, entre  pequeñas minorías de “canallas y sádicos sayones”, como dice Pedro J, que empujaron  por la fuerza a  luchar a una gran mayoría de españoles que simplemente “pasaba por allí”. Estas frases expresan la bien acreditada inanidad intelectual de la derecha española, combinada con un sentimentalismo menos inocente de lo que parece.

     La pandilla “intelectual” del PP juega con ese sentimentalismo de origen izquierdista y volteriano según el cual los pueblos son pacíficos y las guerras solo interesan a “los de arriba” o a minorías embrutecidas. Por ahí ya van mal, porque la mayoría del pueblo entiende al PP precisamente como “los de arriba”. Pero, en fin, todo el mundo está de acuerdo en que las guerras son malas por sí mismas, como lo son también las operaciones quirúrgicas, aunque no por eso las calificamos de fracasos, salvo que salgan mal. Siguiendo por ahí también podemos decir que las paces son un fracaso, porque suelen terminar en guerras, o que la vida es un fracaso radical, porque termina en la muerte. No hay como ponerse profundo para alcanzar altas cimas del pensamiento.  

  Desde luego, todas las guerras son un fracaso para los perdedores y un éxito para los vencedores.  Pero también puede decirse que son un fracaso general, en el sentido de que, por explicarlo en términos económicos, los costes son mayores que los beneficios. Pero ¿es esto siempre así? La guerra de independencia de Usa es vista como un gran éxito por los useños, ya que alumbró un país de enorme fuerza expansiva y que llegaría a ser primera potencia mundial en casi todos los terrenos. Y de la posterior Guerra de Secesión puede decirse algo parecido. En cambio la guerra de España contra la invasión francesa, aunque un éxito en sí misma (para los españoles, claro, no para los franceses), dejó un país profundamente dividido y abocado a guerras civiles y pronunciamientos. El coste fue inevitable, pero los beneficios muy escasos. O consideremos la guerra civil rusa tras la revolución comunista: fue un éxito para los rojos, pero a Rusia la metió en una paz nada deseable, signada por una tiranía sin precedentes, cortada luego por una guerra contra la invasión alemana, que también fue un éxito para los rojos pero no cambió la lúgubre paz anterior. En fin, ¿fueron  un fracaso las guerras médicas o las púnicas, o tantas otras? De manera inmediata, depende de la perspectiva, es decir, de los vencedores o de los vencidos, y de manera más general, de sus consecuencias. 

  También pueden calificarse las guerras civiles de fracasos de la convivencia cívica. Esto no pasa de ser una perogrullada, como decir que una batalla es un choque de dos fuerzas armadas. Pero pasar de la perogrullada exige algo más que declamaciones sentimentales. Exige explicar por qué fracasó y qué se jugaba en la guerra misma. Y esto es lo que ocultan los “intelectuales” del PP. Sobre cómo fracasó la convivencia no hay duda. En Los orígenes de la Guerra Civil mostré concienzudamente cómo el PSOE quería y buscaba deliberadamente una guerra civil “a la soviética”, cómo la preparó en la propaganda y en los hechos, y cómo después de su fracaso en el 34 persistió en las mismas ideas e intenciones; cómo los separatistas catalanes se declararon “en pie de guerra”, y la prepararon después de las elecciones de 1933;  Y cómo  la insurrección del 34 fue apoyada por prácticamente toda la izquierda republicana y por parte de los anarquistas, incluso por el partidillo del botarate Miguel Maura.  Está clarísimo así de dónde partió el impulso a la guerra civil.

   Ahora bien, eso no acaba con la cuestión. Hay que entender por qué las izquierdas querían la guerra civil, con más o menos deliberación  o entusiasmo. Y también por qué la derecha se opuso a ese camino con tan poca energía que finalmente no fue posible evitarla. El PSOE quería la guerra por dos razones: porque aspiraba a un régimen de tipo soviético que, según creían o querían creer, iba a acabar con las injusticias sociales, con “la explotación del hombre por el hombre” e inaugurar para España una nueva era de paz y felicidad. Y en segundo lugar creían que las condiciones históricas estaban maduras para dar el paso, cosa que los comunistas, más prudentes, dudaban; si bien se unieron al PSOE e incluso reclamaron la responsabilidad del movimiento de octubre cuando los socialistas, con típica cobardía, negaron haberlo dirigido. Así, existía en la sociedad un impulso revolucionario que era al mismo tiempo guerracivilista

     En cuanto a las derechas, fueron incapaces de oponerse debido también a su debilidad intelectual o ideológica o como quiera llamársele. No sabían nada de marxismo, que era la gran ideología de la época en muchos países, tenían una visión muy roma y elemental de la historia, y ante todo querían mantener la paz, aceptando incluso una república dominada por unas izquierdas que atacaban sin tregua todo aquello que tradicionalmente distinguía a la derecha: la religión católica, la integridad nacional, la propiedad privada, la familia cristiana, la libertad personal, etc. Por ello no adoptaron en ningún momento una política enérgica y resuelta ante los desmanes y provocaciones contrarios, con lo cual  estos se hacían cada vez más graves. Y después de haber vencido el asalto de octubre del 34, las derechas  entraron en una fase de descomposición política. De hecho, el impulso final a la guerra no provino de las izquierdas, sino de las derechas, concretamente de gentes como Alcalá-Zamora, máximo responsable del empujón final al enfrentamiento armado, como Largo Caballero lo había sido antes. Si a algo recuerda la actitud claudicante de la CEDA tras haber ganado las elecciones, y sobre todo de Alcalá Zamora, Portela y compañía con sus turbias maniobras tras la victoria sobre los revolucionarios en 1934,  es precisamente al PP actual.

    Así ocurrió, en esquema, el “fracaso de la convivencia”. En definitiva, una sociedad se mantiene básicamente en paz por el respeto a la ley, que afirma un orden y equilibrio entre las fuerzas e intereses opuestos naturales en la sociedad humana. La legalidad republicana, impuesta sin consenso ni referéndum por izquierdas y separatismos, no les bastó a sus propios autores, que procuraron su destrucción revolucionaria, en el 34 y tras las elecciones fraudulentas del 36. Y la derecha, que se resignaba a aquella legalidad, pero sin considerarla suya, fue incapaz asimismo de defenderla. Cuando la ley cae, los naturales conflictos sociales se convierten en lucha abierta, o bien se impone la tiranía.

   Lo que convencionalmente llamamos derecha, pero que al final tenía poco que ver con la que había actuado en la república, terminó sublevándose, exasperada por el abuso y el terror de izquierdas y separatismos. Y no fracasó, sino que terminó venciendo, a pesar de su situación casi desesperada al principio.

    Señalado el proceso del “fracaso”, en que los intelectuales del PP prefieren no entrar demasiado, se plantea de nuevo la cuestión: ¿fue un fracaso la guerra? Lo fue para el bando rojo, cierto, y lo contrario para que el que se llamó nacional porque defendía la integridad de España. ¿Fue un fracaso para la sociedad? Depende de la perspectiva. La guerra no fue un enfrentamiento entre “canallas y sádicos sayones”, sino que cada bando defendía unos intereses y unos valores. Y lo que estaba en juego era si España iba a desintegrarse o continuar como nación unida e independiente; si iba a perdurar su cultura cristiana o esta iba a ser sustituida por un régimen de tipo soviético; si se iba a mantener la libertad personal aunque se restringiesen las libertades políticas, o se iban a anular unas y otras; si se iba a mantener la propiedad privada o no. Esto es, esencialmente lo que se jugó en la guerra civil. Perdieron los que aspiraban a disgregar a España o supeditarla a los intereses soviéticos, a erradicar la cultura cristiana, a sustituir la propiedad privada por la del estado, a establecer alguna forma de totalitarismo, etc. Salvo que uno crea que las aspiraciones de los perdedores traerían una sociedad de riqueza, felicidad y libertad casi absolutas, como pretendían, me parece que hay pocas razones para lamentar la victoria de sus contrarios.

   Pero es que además las consecuencias no pudieron ser más excelentes. Los vencedores libraron a España de la II Guerra Mundial, que habría sido para España mucho más feroz y sangrienta; derrotaron el intento del maquis de volver a la guerra civil y también el criminal aislamiento exterior; y dejaron un país próspero, reconciliado y políticamente moderado. La sociedad en conjunto no perdió, sino que ganó, y muchísimo, con el resultado de la guerra. Resultado que parasitan y corroen los políticos actuales, señaladamente los del PP… ¡invocando la democracia!

  Hay un lado moral de especial abyección en estos intelectuales políticos: su denigración implícita o explícita de aquellos que fueron capaces, en situación extrema, de rebelarse contra la tiranía más peligrosa que haya vivido España. Y que lo hicieron partiendo de una inferioridad material casi absoluta, y derrochando heroísmo en muchas situaciones. Pues bien,  muchos de ellos, casualmente, fueron padres o abuelos de los políticos que ahora hablan de fracaso y equiparan en vileza a unos y a otros. Uno comprende que las izquierdas y separatistas reivindiquen a sus abuelos, aunque sea mintiendo desaforadamente. No dejan de mostrar en ello algo de dignidad personal. Pero estos miserables peperos escupen directamente sobre las tumbas de los suyos. En fin, no hay palabras.

Recuerdo que Rajoy se jactó alguna vez de que en su familia no había habido franquistas. Seguramente porque pertenece a esa clase de gente  sin otros principios o valores que los del “vil metal” (“la economía lo es todo” sostiene el pensador). Y cree que así podrá flotar en cualquier régimen, lo que a veces consigue ese tipo de personajes, aunque no siempre les sale bien. Son de la “tercera España”, que con su majadería aparentemente bienintencionada y moralista contribuyeron a crear el caos y luego, a la hora de la verdad, escurrieron el bulto echando pestes de unos y otros o tratando de trepar aquí o allá.

   Uno de esos políticos-intelectuales del PP razonaba así hace poco:  “las calaveras no tienen ni yugo y flechas ni hoz y martillo en la frente”. Tiene que haber pensado mucho para llegar a esa conclusión. Decía  Schiller que contra la estupidez es imposible luchar. Sobre todo cuando va envuelta en esa sentimentalería barata tan típica, que quiere hacer pasar por “malos” a quienes no comparten sus  peligrosas bobadas.

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Europa en su historia: La conflictiva convivencia entre la razón y la fe

Sábado, en “Una hora con la Historia” (radio Inter, sábados, 21.30, FM 93,5, OM 918), la Comisión de la verdad sobre el PSOE dará cuenta, en una segunda parte, de los increíbles latrocinios a que se libró el PSOE durante la guerra civil. Sesión anterior, en YouTube:  https://www.youtube.com/watch?v=Ed5BWQ_pBVQ&t=60s

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Su libro sobre historia de Europa es  casi único en España. Quiero decir que los historiadores españoles casi nunca se han ocupado de ella

–Es cierto, la bibliografía española es escasa y generalmente en plan de ensayo muy general Creo que se debe básicamente a cierta paletería o provincianismo intelectual. De un modo u otro se mira a los que llaman Europa, que nunca está muy claro a qué se refieren, como una especie de maestra de la que España solo tiene que aprender. Esa actitud ya la sistematizó Ortega con aquella frase estúpida de “España es el problema y Europa la solución”, una frase que resume una actitud que sigue existiendo con plenitud. Lo gracioso del caso, como digo,  es que nunca quedó claro en qué consistía aquella “Europa”, nunca se produjo un estudio medianamente serio sobre la cuestión. Nada, cuatro tópicos vacíos.

   Lógicamente, su irrupción en un terreno casi virgen habrá hecho que su obra sea muy leída, que abra una brecha en ese provincianismo que según usted domina en España

–No es según yo lo diga, basta abrir los ojos para comprobarlo. La intelectualidad española es muy paleta desde hace ya muchísimo tiempo yo diría que varios siglos. Y, por supuesto, mi libro ha sido muy poco divulgado. ¿Por qué? En parte porque ha recibido poquísima atención en los medios, y en los medios de difusión realmente de masas, ninguna. Pero en mi opinión eso no es lo principal. Lo principal es que aquí todo el mundo es muy europeísta, pero no solo no sabe casi nada de Europa, o cree saber cosas que no son ciertas, es que además y sobre todo no interesa saber a casi nadie. Eso lo puede comprobar fácilmente en las redes sociales y los medios en general: el público está absorbido por cuestiones interiores españolas, y dentro de ellas las más anecdóticas y superficiales. Claro que eso no es achaque exclusivamente español si hablamos del público en general, en todos los países se da y es bastante lógico. Pero en algunos otros países existe una élite interesada y enterada en cuestiones exteriores, en particular europeas, y aquí prácticamente no existe esa élite. Lo llamativo es que, como digo, el europeísmo en España está difundidísimo, creo que más que en cualquier otro país europeo. “Europa”, como “democracia”, son realmente palabras mágicas que nunca se analizaron seriamente, y de las que se espera solución a nuestros problemas, que a decir verdad tampoco se analizan seriamente. ¿Qué es eso de que España es el problema? No quiere decir nada. ¿O que Europa es la solución? ¿Solución a que? Son frases vacías, que por otra parte revelan la fabulosa inepcia intelectual en que vive el país. Digamos de paso que Europa misma ha entrado en una edad de decadencia desde la Segunda guerra mundial.

Creo que esa es una discusión y una lamentación sin fin y que no lleva a nada. En definitiva ¿tiene usted alguna tesis sobre la historia de Europa? O se trata de una simple narración de hechos?

–Una historia de Europa un poco detallada llevaría muchos tomos como este. En cuanto a los hechos, políticos, militares y culturales en general, se trata de una síntesis. En suma, Europa, la civilización propiamente europea, se funda sobre la cultura cristianolatina, que pudo haber sucumbido a las oleadas de invasiones, pero que no fue así gracias al aparato eclesiástico creado desde Roma, en especial a la red de monasterios. Hay así una edad de los monasterios, la llamada Alta Edad Media, una edad del románico, luego del gótico, del humanismo, la revolución que no reforma protestante, la Ilustración y las ideologías derivadas: todos esos grandes movimientos, junto con la revolución industrial,  han ido conformando lo que entendemos por civilización europea. Siempre en medio de convulsiones sociales y  bélicas choques políticos, pestes, invasiones y expansión fuera del continente, rivalidad sobre todo con el islam, etc.

 

Resultado de imagen de Moa Europa

Bien, todo eso es sabido, al menos en líneas generales. Una buena síntesis de todo el asunto siempre viene bien, pero desde luego no descubre nada nuevo. ¿Sostiene usted alguna idea general?

–Suele decirse que la raíz y la savia de la cultura europea es el cristianismo. En esto nadie puede estar en desacuerdo, es obvio, aunque muchos le añaden la filosofía griega, el derecho romano y otras cosas. Pero no se deben añadir, sino que esas otras aportaciones lo han sido a través de la Iglesia. Y esto es crucial. La religión cristiana difiere de cualquier otra, que yo sepa, por una tensión interna muy fuerte entre la fe y la razón, entre Jerusalén y Atenas, como a veces se dice. Este rasgo creo que no se da en otras religiones. En el islam y en el judaísmo hubo algo de eso, con Averroes, Avicena o  Maimónides, también por influencia griega, pero allí la tensión fue escasa y duró poco, mientras que en el cristianismo no ha cesado nunca, los propios Averroes o Mainónides han influido más en la cultura europea que en la islámica o judaica. Y esa inquietud ha originado una masa de pensamiento y filosofía, debate y conflicto interminables.

  ¿No es una visión un tanto eurocéntrica? Creo que le harían esa crítica de forma inmediata. Parece que fuera de Europa no se hubiera hecho nada en el terreno intelectual.

Todas las culturas tienen contenidos intelectuales, generalmente ligados a la religión, más o menos fuertes. Pero no es helenocentrismo, por ejemplo, señalar el hecho de la cultura y la inquietud intelectual en Grecia fue muy superior a cualquier otra de entonces, incluso a cualquier otra hasta ahora. Lo que caracteriza a Europa no es simplemente su interés por lo que podríamos llamar el mundo del espíritu, sino su persistencia atormentada, su insatisfacción permanente, pero fructífera en ese mundo, siglo tras siglo. Pero aquí hay algo más que decir. Se ha dicho que un elemento muy importante en el Renacimiento fue la caída de Constantinopla, que aportó a la parte occidental sabios y libros griegos que abonaron por así decir el nuevo movimiento. Sin embargo hay una diferencia esencial entre el cristianismo occidental y el bizantino: en este existían más libros y seguramente más conocimientos sobre los clásicos griegos y romanos, pero allí no fructificaron en movimientos culturales como los de occidente. Eso tiene que ver, a mi juicio, con el hecho de que en Constantinopla el poder religioso y el poder político iban muy juntos, mientras que en el occidente europeo siempre Roma fue una cosa, como sede del poder religioso, mientras que el político estaba fragmentado  en numerosos estados y señoríos, y el intento de unir ambos poderes en un Imperio cristiano fracasó una y otra vez. Esa diferenciación entre “el césar” (los numerosos césares) y Dios, y las propias querellas militares y políticas que generaba constantemente, provocaron al mismo tiempo aquella inquietud intelectual e insatisfacción por así decir creativa, de que hablaba.

¿El libro se centra, entonces, en el estudio de esas tensiones?

Vamos a ver: resumir las evoluciones políticas y militares, económicas, etc., es fundamental. Pero mi tesis es que por debajo de ellas o si se quiere por encima trabaja el factor religioso. El ser humano es esencialmente religioso, necesita la fe para sobrevivir y dada la peculiaridad del cristianismo, su evolución, el dinamismo especial que crea la tensión entre razón y fe, explica las cosas mucho mejor que los factores económicos o institucionales, por ejemplo, que son los que predominan en la historiografía actual. En Europa, me refiero a la Europa occidental, claro, una vez superadas las grandes invasiones, el pensamiento ya comenzó a dar vueltas a cuestiones referidas a la fe y la razón, al carácter de la divinidad, etc. Por resumir mucho, esas discusiones y querellas, que simplificando se dieron entre franciscanos y dominicos, terminarían abocando a la revolución protestante, que cabe interpretar como una revuelta de la fe contra la razón. Para Lutero, la razón era la ramera de Satanás porque, efectivamente, su convivencia con la fe fue siempre muy difícil y en general tendía a socavar la fe. Esta fue una revolución crucial en la historia europea. Y en el siglo XVIII asistimos a una segunda revolución en sentido contrario, de la razón contra la fe, es decir, contra la fe cristiana, a la que socava y a menudo ridiculiza sin tasa, haciéndola retroceder en todo el continente.

Bueno, la Ilustración se apoyaba ciertamente en la razón y la ciencia, y ponía en evidencia las muchas supercherías religiosas. Eso no puede negarse. 

No me interesa discutir eso ahora. Lo que he sostenido es que el ser humano, la condición humana, exige la fe. Los ilustrados tenían fe en la razón, concretamente en que la razón permitiría llegar a conclusiones universales y ciertas, que no tendrían más remedio que ser aceptadas por toda persona algo inteligente.  Conviene darse cuenta de que, de ser así, la libertad humana quedaría abolida, porque nadie podría objetar o disentir de un conocimiento del propio ser humano equivalente al de la ley de la gravedad. Pero, por diversas razones que explico en el libro, la razón no ha dado lugar a conclusiones parejas, sino a ideologías no solo distintas, sino opuestas, como el liberalismo, el socialismo, el anarquismo, más tarde los fascismos y otras menos influyentes. Todas ellas pretenden basarse en la razón, incluso en la ciencia, cada una analiza a las demás tachándolas de ilusorias y negándoles carácter racional o científico, etc., y la convivencia entre las distintas “razones” se ha hecho explosiva… La Segunda Guerra Mundial, que marca dl declive de Europa, puede interpretarse como un choque colosal entre las ideologías liberal, comunista y fascista…

 

 

 

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Los chekistas vocacionales odian el Valle de los Caídos

En LD, hace ¡trece años!:

Hace cosa de un mes me llamaron de Com Radio de Cataluña para hablar sobre los proyectos de socialistas y separatistas de hacer alguna fechoría con el Valle de los Caídos. Hablé unos momentos, y enseguida empezaron a ponerme verde unos supuestos historiadores. Repliqué, pero ellos seguían impertérritos, hasta que me advirtieron de la emisora que habían cortado mi voz y no estaba en onda. Así entienden los debates y el pluralismo los medios catalanes, tan corrompidos y sometidos a un poder que restringe cada vez más la democracia en Cataluña.

El poder socialista-separatista ha emprendido una campaña para justificar alguna acción contra un monumento concebido, con mejor o peor criterio, como símbolo de reconciliación, y que muchos izquierdistas han jurado demoler o desvirtuar. Según ellos, habrían pasado por allí 20.000 presos políticos en trabajos forzados y condiciones inhumanas, con cientos o miles de muertos por accidentes y mal trato, etc. Si hubiera sido así, ciertamente, nadie podría pensar en reconciliación alguna, y estaría justificado algún tipo de intervención para recordar, por lo menos, los hechos.

Sin embargo, ya cuando empecé a oír hablar del asunto, aquellos datos me olieron a fraude, máxime al divulgarlos con tanto ahínco periódicos de estilo fascistoide como El País, o la televisión oficial manejada por el partido de los “ciento y más años de honradez”. Cualquiera medianamente informado sobre la falsificación sistemática del pasado por esos partidos tomará con suma precaución sus denuncias y datos. Pero mucha gente, ignorando la historia de socialistas y separatistas, repite como loros las invenciones de éstos. Así el ABC y otros, o la encargada de cultura del PP, perfectamente homologable a la ministra actual, por lo que se ve.

La campaña recuerda mucho otras como la de las supuestas atrocidades de la represión en Asturias tras la insurrección del 34, campañas en que han sido siempre especialistas estas-estos honradas-honrados señoras-caballeros, y destinadas a “envenenar” a la gente, como decía Besteiro. Insisto en el interés de un estudio monográfico sobre estas campañas, de tan crucial influencia en la España del siglo XX, y vuelvo a animar a hacerlo a los historiadores jóvenes.

Los “datos” citados sobre el Valle de los Caídos han brotado, todo lo indica, de mentes preclaras tipo Alfonso Guerra o el presidente Sonrisas, o sus asesores en honradez. Por suerte podemos acudir a otra información más contrastada y contrastable, como la proveniente de uno de los arquitectos del monumento, del médico de la obra, de testimonios como los del padre de Peces-Barba, etc. El médico, Ángel Lausí, no era ningún “sicario fascista”, sino un izquierdista que redimía allí penas por el trabajo, y cifra en catorce los muertos en los dieciocho años de la obra, número muy bajo, que incluye a obreros presos y libres, y por diversas circunstancias. Nada, pues, de los “cientos, quizá miles” de víctimas de las “condiciones inhumanas”. El total de obreros que allí trabajaron no debió de pasar de 2.000, también entre presos y libres, con mayoría de libres. La costumbre de multiplicar por diez y más las cifras reales está muy extendida en las factorías de mitos de los de la honradez centenaria. Vemos la misma operación en el bombardeo de Guernica, en la matanza de Badajoz y en tantos casos más. El truco está al alcance de cualquiera: basta añadir un cero.

¿Hubo trabajos forzados? En una entrevista para un reportaje televisivo, el periodista, algo inexperto, me comunicó el testimonio de personas que decían haber sido seleccionadas a ojo en las cárceles o campos de internamiento y enviadas por la fuerza a Cuelgamuros. Puede ser, pero esos testimonios deben tomarse con cuidado. Hace un par de años los rebuscadores del Rencor Histórico creyeron encontrar en Órgiva, Granada, el anhelado Paracuellos de la izquierda, un osario gigantesco de 2.000 a 5.000 izquierdistas asesinados por los de Franco. Surgió entonces algún testigo recordando cómo llegaban los camiones cargados de hombres, mujeres y niños, los cuales eran liquidados a tiros y caían rodando a las fosas. Luego resultó que los huesos eran de cabras y perros. Tengo experiencias parecidas de “historia oral” desmentida por los documentos. No todos los testigos son fiables, e incluso los más ecuánimes y de mejor memoria suelen tener lagunas o recuerdos mezclados.

Adiós a un tiempo: Recuerdos sueltos, relatos de viajes y poemas de [Moa, Pío]

Según la ley, no existían trabajos forzados, sino que los presos podían trabajar, voluntariamente, para redimir penas y cobrando un pequeño sueldo. Dudo mucho de que nadie fuera obligado, porque la redención solía ser de dos días por cada uno trabajado, y en el Valle de los Caídos, lugar privilegiado, llegaron a los cinco días por cada uno de labor. Sólo un preso con mucho apego a la existencia carcelaria o aversión al trabajo rehusaría tal posibilidad. Y el hecho es que la mayoría de quienes habían sido condenados a prisión perpetua o conmutados de la pena de muerte estaban libres a los seis o incluso a los cuatro años.

¿Por qué le ha dado ahora al PSOE y los separatistas por abrir una nueva herida? Sospecho que se trata de una maniobra de distracción mientras prosiguen su designio de liquidar la Constitución y disolver las unidad de España. La maniobra les permite generar crispación y divisiones en la derecha, y motejar de “fachas” a quienes rechazan sus planes. Pero también ofrecen la ocasión de poner en evidencia sus falsificaciones y de clarificar la situación política, ocasión que debe aprovecharse con energía.

En los análisis del suceso ha solido

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Viejos embrollos de César Vidal

Como decía, la primera entrega de la crítica de César Vidal a mi supuesto antiliberalismo resultó algo decepcionante, en parte porque no refutaba nada, en parte por un tono pontificador poco liberal y menos aún protestante.  Y su nueva acotación, me temo, no mejora mucho la anterior.

Dos observaciones previas: una, sobre la dificultad de debatir enfoques que abren cuestiones nuevas por encima de los lugares comunes  que en España  suelen pasar por “pensamiento”, así en la izquierda como en la derecha. Por ejemplo,  vengo denunciando el desplazamiento del español y de la cultura española por el inglés y la cultura –o sus peores productos—anglosajona. La interpretación más habitual afirma que yo pretendo que nadie aprenda inglés, y es  difícil sacar de esa idea a mucha gente. La cuestión es muy distinta, pero hay que repetir mucho para que empiece a entenderse.

    La segunda observación, sobre el carácter del liberalismo. Este no es un conjunto doctrinal cerrado y acabado a partir del cual se pueda expulsar como hereje al discrepante. Las polémicas dentro de las doctrinas cerradas terminan con la expulsión del disidente a las tinieblas exteriores, pero dentro del liberalismo hay y habrá siempre debates, a veces muy agrios, sin otra consecuencia que una mejor clarificación de los asuntos o, al menos, de las posiciones de cada cual. Stuart Mill suele considerarse un referente liberal, pero Hayek lo ataca sin contemplaciones. Lo mismo puede decirse de Isaiah Berlin  yHannah Arendt, ambos pensadores liberales, lo que no impedía al primero despreciar olímpicamente el pensamiento de la segunda –que a mí, con menos conocimiento y centrado en su análisis del totalitarismo, también me parece algo endeble, como indico en El derrumbe de la República–.  Elreputado liberal y consejero de Reagan, Milton Friedman, visitó a Pinochet y le sirvió de orientador económico. Fue muy criticado en ambientes liberales y él se justificó diciendo que la liberalización económica provocaría la democratización política (se equivocó en ello, pues Pinochet se retiró voluntariamente después de perder un plebiscito convocado por él mismo). Estos casos entre tantos permiten ver que el espíritu liberal admite las polémicas más duras siempre que se respete el derecho de cada individuo a pensar por su cuenta y la discusión se atenga al asunto.

A César Vidal, hablando de la homosexualidad, le ocurre algo parecido a lo del inglés y el desplazamiento del español. No acaba de entender que yo no hablo de la homosexualidad,  un asunto privado (y, por tanto, la pretensión que me achaca de convertirla en “estigma social” yerra por completo). De lo que hablo es de una cuestión política, pública:  la ideología homosexualista, que pretende educar y conformar a la sociedad según concepciones a mi juicio absurdas y peligrosas, y hacerlo de modo totalitario (¿podía ser de otro modo?) coartando y persiguiendo la libertad de conciencia y cualquier pensamiento disidente. Por otra parte, César Vidal no plantea el problema en el terreno político sino en el religioso, hablando de pecado (y ojo, que a tales pecadores puede caerles la condenación eterna, un castigo más grave que los que estaban en vigor hasta hace poco no solo en España, también en Inglaterra o Usa). En sus artículos no aceptaba como “hipótesis de trabajo”, sino como hecho cierto, que los homosexuales eran pecadores. De ahí, también, que hable de compasión. Pero en el debate político no entran o no deben entrar, sentimientos como la compasión, la ternura, el odio, etc., sino el afán de clarificar los conceptos y tesis. Imaginemos a Hayek acusando a Keynes de no ser compasivo… Quien quiera informarse puede repasar la polémica en Libertad Digital en julio del año pasado.

Y si César Vidal tiende a confundir la religión con el liberalismo, también tiende a confundir el liberalismo con Inglaterra o Usa, revelando cierta anglomanía que le lleva a motejarme de anglófobo y a acusarme de “detestar a Inglaterra” por no compartir esa actitud de excusar cualquier crimen si lo cometen ingleses. Como bien dice, sobre la Gran Hambruna existen diversas versiones, cosa lógica: las hay en todo, y los “consensos académicos” nunca han valido gran cosa frente al descubrimiento de los hechos y su análisis crítico. Naturalmente, César Vidal tiene tanto derecho a discrepar de mí como yo de él  en estos temas, pero yo he expuesto mis puntos de vista con cierta extensión y argumentación, mientras que él quiere replicarme con una referencia, de nuevo algo pontificante,  a “las fuentes”. Y esa no me parece manera liberal de discutir. De nuevo, quien quiera enterarse de la necesidad de moderar –no necesariamente anular– la “leyenda heroica” inglesa, puede leer en mi blog desde el 1 de junio de este mes, y sobre la Gran Hambruna una serie discontinua de comentarios, en octubre y diciembre del año pasado, en febrero de este año, y otros.

Lo mismo cabe decir sobre Felipe II,  la represión anglicana y protestante, el franquismo, el Plan Marshall y cualquier otro tema.  Por supuesto, César Vidal tiene todo el derecho a sostener posturas distintas de la mía, y si quiere entrar en debate, por mí encantado. Nadie tiene la verdad absoluta, y sería muy interesante que un diario liberal como LD sirviese de foro. Lo que no puede hacerse es descalificar una tesis simplemente declarándola “no liberal” y a base de dos o tres alusiones.  Espero que su próximo artículo sea más detallado.

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Homosexismo y homofobia

Hazañas del PSOE, el partido más saqueador y destructor de patrimonio histórico-artístico de España en el siglo XX: https://www.youtube.com/watch?v=Ed5BWQ_pBVQ

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(LD, 16-7-2010)

En la polémica sobre la homosexualidad ha intervenido ahora el señor Esplugas con un artículo algo confuso y palabrero, como suelen ser muchas discusiones en España, sugiriendo además que homosexualismo y liberalismo van juntos. Para no perder el tiempo, resumiré algunas cuestiones básicas:

  1. 1.      Una cosa son los homosexuales y otra el homosexualismo, como una cosa son los obreros y otra el marxismo, o las mujeres y el feminismo, o los catalanes y el nacionalismo catalán, etc. Esas ideologías se dicen, falsamente, representantes de los homosexuales, los obreros y demás, y pretenden transformar la sociedad de acuerdo con sus particulares concepciones.

  2. 2.      El término “GAY” se ha interpretado como “Good As You”, pero no es verdad. Un homosexual puede ser tan bueno o mejor que la mayoría como arquitecto, nadador o matemático, pero su homosexualidad no será “tan buena” como la normal: seguirá siendo una desgracia, que puede afrontar mejor o peor. Por hacer una comparación trivial, un cojo puede ser un gran empresario o científico, pero no logrará convencernos de que andar cojeando es tan bueno como andar normalmente.

  3. 3.      Tampoco lograrán convencernos –ni convencerse– de que el único problema consiste en la actitud de la gente con respecto a esas desgracias o a cualesquiera otras, o de que solo hay desgracia si uno se siente desgraciado. Se trata de la idea de que la realidad no existe, que solo existen constructos o invenciones mentales, y que basta cambiar el punto de vista sobre la realidad para que esta se transforme en otra cosa. “La mujer no nace, se hace”, decía Simone de Beauvoir, y esa concepción se ha extendido mucho. Este modo de ver las cosas es inconsecuente, porque entonces valdría igual un punto de vista que otro, una opinión que otra, etc., ya que todas son invenciones en el fondo arbitrarias. Valdría tanto, por ejemplo, el homosexualismo como lo que llaman la homofobia. Pero ahí las ideologías se detienen: solo valen los puntos de vista, las invenciones de ellas.

  4. 4.      La homofobia, como el antiobrerismo, el machismo o el anticatalanismo, son, en ese sentido, palabras-policía, intimidatorias, a fin de paralizar la expresión de ideas o puntos de vista no conformes a tales ideologías. Estas rebosan odio a sus contrarias, pero no toleran el mismo odio en las demás. Pretenden, incluso, crear leyes para perseguir criminalmente a quienes piensan u obran de modo diferente, y cultivan asiduamente el victimismo sobre el pasado para justificar privilegios y opresiones presentes a los que aspiran –y a menudo logran.

  5. 5.      El homosexual razonable no hace de su condición sexual el centro de su personalidad y de su vida, acepta su realidad si cree que no puede cambiarla, y la lleva con discreción, ya que se trata de un asunto íntimo, como debieran hacer también los heterosexuales, aunque hoy se procura ya desde la escuela destruir los sentimientos de pudor y otros parecidos. El homosexualista, más consciente que nadie de su desgracia, en lugar de asumirla intenta grotescamente convertirla en motivo de orgullo y obligar a los demás a creerla “good as you“.

  6. 6.      El homosexualismo no se limita a decir que un homosexual es una persona y debe ser respetado. En realidad eso le importa poco y va mucho más allá. Hace de su condición sexual el centro de su pensamiento y de su acción, y pretende que la sociedad se conforme según sus teorizaciones. Necesita creer y hacer creer que el apego social a una sexualidad normal, a la reproducción, a la familia, al pudor, etc. son “prejuicios” que deben desarraigarse por todos los medios. El homosexualismo, el feminismo y otras ideologías “radicales” suelen ir juntos, con efectos “progresistas” como el creciente fracaso matrimonial y familiar, el auge de la prostitución en mil formas y otros muchos que en otro artículo he definido como índices de mala salud social.

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